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miércoles, 30 de mayo de 2012

"Nomás les están dando ideas"

 
Dirían las señoras a propósito del nuevo video de Kanye West y Jay Z, dirigido por el cineasta griego Romain Gavras, el mismo de "Born Free", de M.I.A. El trabajo alude a las protestas sociales que, en el contexto de las crisis económicas del orbe, se han vuelto cada vez más habituales. Como es un video musical, pretende sin más convertir el malestar social en un asunto relacionado más que nada con la épica, de ahí que en la nota de El País que lo publicita no se distinga entre las particularidades que cobraría cada protesta en el contexto de los diferentes países. Más información, aquí.

sábado, 26 de mayo de 2012

Pizarro en plan vaquero

El primer gran acierto de Blackthorn. Sin destino (España| EUA| Bolivia| Francia, 2011), de Mateo Gil, es retomar a un personaje emblemático de la mitología del cine de vaqueros norteamericano, nada menos que Butch Cassidy, el conocido asaltabancos, interpretado por Paul Newman en Butch Cassidy and The Sundance Kid (1969), de George Roy Hill, una película conocida en España como Dos hombres y un destino.
Como se recordará, Butch y su compañero, Sundance (Robert Redford), huyen de Norteamérica, donde son perseguidos por la ley, para tratar de seguir con su pillaje en Bolivia, donde finalmente el ejército los ultima en 1908.
La cinta de Mateo Gil, conocido por su labor como guionista para el también español Alejandro Amenábar, recupera a Butch Cassidy; como se nos explica, en realidad este no murió en aquella escaramuza y ahora, veinte años más tarde, es un hombre viejo que se hace llamar John Blackthorn. 
El otrora bandido vive tranquilamente retirado, con una amante aborigen, Yana (Magaly Solier) y con planes de volver hasta su país. Todo eso hasta que se ve envuelto en una nueva y violenta aventura.
El segundo acierto de la película es elegir a Sam Shepard para interpretar a Blackthorn/Cassidy. Pocos personajes son tan interesantes como el antihéroe crepuscular, enfrentado en su vejez con una violencia que ya no tiene nada qué ver con los códigos de sus mocedades; en el ocaso de su vida, se enfrenta con un desafío más brutal, criminales que ya no discriminan a sus víctimas, como lo dice Mackinley (Stephen Rea), el policía que ha perseguido al bandido durante años. Una queja parecida a la del agente Ed Tom Bell (Tommy Lee Jones) en Sin lugar para los débiles (No Country for Old Men).
En los años veintes, Mackinley se refiere a la desaparición del bandido como suerte de Robin Hood benefactor; décadas más tarde, en los ochentas, el viejo Ed Tom Bell presencia lo que será el nacimiento de un nuevo criminal, más sanguinario, antecedente del mismo que ahora aterra México y que no respeta a nadie. Hasta el crimen es susceptible de degenerarse, como en Blackthorn se apunta sin ironía y más bien con amargura. Una perversión que a Shepard le toca enfrentar con su habitual temple y estoicismo.
A favor de Blackthorn también puede apuntarse la forma en la cual aprovecha un paisaje, el boliviano, con las panorámicas típicas del western, sobre todo en la escena del Salar de Uyuni. Como en Dos hombres y un destino, la cercanía del adversario se anuncia por una nube de polvo, formada por los jinetes que persiguen a los bandidos.
Para España el cine de vaqueros no es para nada extraño, desde que en Almería se filmaron aquellas películas del llamado spaghetti western. Sin embargo, estamos ante un tipo de cine que, a pesar de su popularidad en España, es atípico en la producción local y para nada una garantía de taquilla, como lo prueba el desempeño de Blackthorn.
El escritor español Javier Marías, un apologista del género, ha escrito que vivimos en una época particularmente intolerante ante la violencia propia del cine de vaqueros, que se quiere ver como la crónica de una época salvaje que hace tiempo se habría superado. Sin embargo, no es su violencia (sin la cual el western simplemente no existiría) lo que tenemos que reprocharle a la cinta.
Si analizamos con más detenimiento Blackthorn, vemos que su historia en parte se sostiene por un conjunto de prejuicios. El argumento no deja de apelar a mitos oscurantistas que han probado su vigencia en asuntos de tanta actualidad como las recientes disputas por el petróleo argentino. Esa es una de las cuestiones de fondo en Blackthorn, producción española que ha elegido a sus villanos de una forma que, para infortunio de los españoles, no nos extraña.
Película nominada al Goya (el premio principal de la cinematografía española), protagonizada por un actor español, Eduardo Noriega, el europeo Mateo Gil y su guionista, Miguel Barros, recurren a la leyenda negra al mejor estilo de Evo Morales, tal vez porque quisieron integrarse mejor bajo su reputación de colonialistas.
La cuestión no es para nada baladí. Durante años, el apache fue el villano central del western, en paralelo con la Guerra Fría y su demonización del soviético. La película de vaqueros participa de las ideas de la sociedad norteamericana, de la misma manera que esta película española en particular no es para nada inocente. ¿Para cuándo una película de vaqueros española en la cual los villanos sean alemanes o franceses? El Fuerte España asolado por una tribu europeísta. Se podrá argumentar que Mateo Gil no está obligado a poner su cine a las órdenes de ninguna causa, por más buena que sea. Pero eso es precisamente lo que ha hecho con su apelación a viejos sentimientos de culpa. Excelente en el plano técnico, cuando se trata de ideología Blackthorn es la caricatura de un Pizarro en plan vaquero.

sábado, 19 de mayo de 2012

Mujer tutelar que se transforma

Hay pocas trayectorias tan interesantes como la del canadiense David Cronenberg (1943), quien desde el cine de terror y de ciencia ficción ha evolucionado hasta una suerte de drama engañoso cuyo mayor atractivo es la forma como introduce en los esquemas propios del cine comercial (las historias de amor, el suspenso, el cine de mafiosos, la película histórica) las viejas preocupaciones que lo hicieron famoso, siempre alrededor de las metamorfosis, la enfermedad y las deformidades, como en La mosca, uno de sus grandes éxitos.
Al mismo tiempo que ha sido una apuesta de la industria (el mainstream, dirán otros), este realizador también ha construido proyectos muy personales, como El almuerzo desnudo, adaptación de la obra del poeta y novelista norteamericano William S. Burroughts.
En los años setentas, Cronenberg se dio a conocer con Vinieron de dentro de… (They came from within/ Shivers, 1975), cuya frase publicitaria ya nos muestra que la intención era situar a este cineasta en las antípodas de El exorcista, por ejemplo, estrenada un par de años antes: “T-E-R-R-O-R más allá del poder de un cura o de la ciencia para exorcizar”.
Unos parásitos, producto de un experimento médico, convertían a los aburguesados inquilinos de una moderna urbanización en las víctimas de una curiosa variante del zombi: bestias que ya no están para devorar al prójimo sino para convertirlo en la víctima de todo tipo de crímenes sexuales. Nada de comer cerebros, porque aquí se trata de violar al mismo tiempo que se contagia, todo con una estética de cinta soft-porno por lo demás muy típica de la época, como en La última casa a la izquierda de Wes Craven, con la cual también comparte ciertas actuaciones deficientes. 
En Shivers aparece uno de los personajes centrales de Cronenberg: la mujer transgresora (violentamente, se entiende) de cierta moral de la época, en este caso una colegiala promiscua. Para comprobar lo anterior véase si no Rabia (1977), otro de sus largometrajes, protagonizado nada menos que por una actriz porno, Marilyn Chambers, quien interpreta a una joven quien, nuevamente debido a una práctica médica renovadora, sufre una mutación que la convierte en una vampira, una que por cierto está muy lejos de la asepsia mormona de la saga Crepúsculo.
Cronenberg llevó ese tipo de personaje femenino hasta sus límites con su posterior trabajo, Los engendros del diablo (The Brood), una mujer quien, como dice en uno de sus diálogos, se embarca en “una extraña aventura”, esta vez desatada por una peculiar terapia psicológica que de nuevo produce alteraciones corporales.
En Cuerpos invadidos (Videodrome, 1983), para algunos la película más acabada de su primera etapa, la mujer ha adoptado el liderazgo político, con todo y consignas que resumen su ideología: “¡Larga vida a la nueva carne!”, dice.  Años más tarde, el espectador conocerá las aventuras de Allegra Geller, la diseñadora de video juegos de Mundo virtual (eXistenZ, 1999).
Es con M. Butterfly (uno de sus fracasos), en 1993, cuando puede ubicarse el punto de inflexión del que será el “nuevo” cine de Cronenberg: una historia de amor atormentado sin monstruos o científicos enloquecidos, aunque con otra suerte de metamorfosis. Lo anterior será completamente asumido en las primeras dos películas de Cronenberg protagonizadas por Viggo Mortensen, Una historia de violencia y Promesas del este, en las cuales la metamorfosis ocurre en un contexto mucho más familiar: el crimen organizado.
Erróneamente, los críticos han dicho que ahora las mutaciones ya no son de orden material sino psicológico (como si la psicología no fuera material). Sin embargo, en Un método peligroso (Reino Unido| Alemania| Canadá| Suiza, 2011), Cronenberg se adentra en las enfermedades mentales de la mano de los santones en estos asuntos, Sigmund Freud (Mortensen) y Carl Jung (Michael Fassbender), así como de la amante de este último, Sabina Spielrein (Keira Knightley), el último eslabón en esa cadena de mujeres irreverentes que ha caracterizado el cine de este autor.
A partir de una obra de teatro de Christopher Hampton (inspirada en el libro de John Kerr), la película recrea el ambiente en el cual se consolidaron las ideas de tan conocidos estudiosos (la Europa anterior a la Primera Guerra Mundial), así como la influencia que tuvo Sabina en Jung. De especial interés resulta la fijación de Jung en fenómenos paranormales, que en cambio a Freud le parecían naderías; por cierto, entre nosotros, el escritor argentino Julio Cortázar (lector de Jung) hizo todo un género literario de esa creencia, con su concepción estructural del mundo, "la fascinación de las palabras".
Actuada de forma soberbia por los dos protagónicos masculinos, el riesgo era Knightley, especializada en personajes de época. Los ataques del personaje y sus convulsiones bien podían haber sido risibles, aunque la joven actriz sabe sobrellevarlos, con un eco de la gesticulación de los protagonistas de Scanners, una de las cintas más recordadas del primer Cronenberg.
Cronenberg no sólo ha contado un poco de la biografía de los constructores de los mitos del siglo XX (en la Europa corrupta de hoy, por medio de la psicología se pretende fundar nuevos países y destruir los viejos), sino que además ha dado más detalles acerca de la forja de su cine, siempre pendiente de anomalías y de los fracasos de una medicina delirante y que curiosamente termina por destruir lo que pretende preservar, el cuerpo. No por nada la historia de Un método peligroso también alude a Inseparables (Dead Ringers), que también contaba la historia de dos médicos, en ese caso dos hermanos gemelos que se dedican a la ginecología hasta que una paciente muy especial incide en su rompimiento. En tiempos de Freud, “el psicoanálisis era un poco ciencia ficción”, ha dicho con acierto Cronenberg.


sábado, 12 de mayo de 2012

Comedia física para la inmigración

El sentido común nos dicta que los franceses son las personas más sabias del orbe, con el permiso de los alemanes. Así que cuando 30 millones de europeos saturan las salas de cine para ver una película, precisamente en los años dorados de la piratería y la industria con los pelos de punta, es porque de seguro estamos ante algo digno de verse.
Intocable (Intouchables, Francia, 2011), de Olivier Nakache y Eric Toledano, cuenta la historia de la amistad entre Philippe (François Cluzet), un tetrapléjico adinerado y su asistente, Driss (Omar Sy), un humilde muchacho de barrio que viene de una familia de inmigrantes argelinos. “Basada en una historia real”, nos dicen, el libro autobiográfico de Philippe Pozzo di Borgo.
La película, bromas aparte, está construida a partir de un material extremadamente sencillo, el de la pareja dispareja, que ha inspirado montones de películas. Dos personajes que parten del recelo y a veces de la franca antipatía para terminar como los integrantes de una amistad ejemplar.
Ahí está, por ejemplo, Cuando los hermanos se encuentran (Rain Man, 1988), donde la desigualdad entre los protagonistas se llevó hasta el extremo de que uno era autista (y genial) mientras que el otro era un dandi dedicado a negocios algo turbios. La fórmula dicta que la animadversión habrá de convertirse en hermandad a muerte.
Intocable es una película muy divertida, sobre todo por la presencia de Omar Sy, uno de los actores más carismáticos del cine de 2011. La capacidad del actor para sostener la película (ligera aunque llena de resonancias que muestran un drama de fondo) lo ubica como el centro de la historia, lo cual es mucho decir sobre todo si se toma en cuenta que el otro personaje es un tetrapléjico, uno de esos papeles que suponen la consagración para muchos actores.
Mi pie izquierdo (1989) en su momento supuso un triunfo de Daniel Day-Lewis como actor, de la misma forma que ocurrió varios años más tarde con Mar adentro (2004) y Javier Bardem. Ambos interpretaron a personajes inmovilizados, ya sea en la silla de ruedas o en el lecho, pintor uno y el otro poeta. Y sin embargo, ambos personajes eran capaces del sentido del humor, con todo y que el poeta Ramón Sampedro ansiaba el “bien morir”, como se dice.
Ese drama está presente en Intocable, aunque la presencia de Omar Sy, ya lo hemos dicho, aligera la carga de su amigo. No obstante, la película no es tan llevadera como se pretende, como queda claro en la enigmática misión de las primeras escenas, con ese viaje no se sabe a dónde. ¿Estamos ante el planteamiento de una posibilidad como la de Mar adentro?
Luego de las primeras escenas, con los personajes juntos y solidarios en el dolor y la burla (hay una escaramuza con la policía), la película da un salto hacia el pasado, hasta el momento en que los personajes se conocen. Uno, el argelino, ha estado en la cárcel y pretende sobrevivir con el menor esfuerzo. Un pícaro. El otro, el patrón, es blanco, adinerado y experto en arte.
De esa forma, de la solemnidad inicial se pasa a uno de los momentos más efectivos de la cinta, la fiesta en la cual los personajes bailan “September”, de Earth, Wind & Fire. O esa escena de la ópera.
Sin embargo, bajo esa apariencia de película hilarante sin más hay otros asuntos, como el problema de los inmigrantes en Francia, como queda en el rechazo que el filme provoca entre los allegados a la llamada extrema derecha de Le Pen y el Frente Nacional.
Volvamos a la escena del baile y revísese desde la óptica del tetrapléjico. Hay que imaginar lo que la imagen de un hombre joven y saludable, que baila como un Michael Jackson argelino, significa para alguien que no tiene sensibilidad del cuello para abajo.
En The Guardian, Agnès Poirier va más allá y dice que Intocable tiene éxito porque es la película que Francia necesita después de la falta de cohesión nacional que deja como legado Sarkozy.
Ahora en Francia llega un nuevo presidente, esta vez de una generación de izquierda. El entusiasmo de los socialdemócratas por lo general es engañoso; sin embargo, lo que queremos señalar aquí es que Intocable no es una comedia simple, sino que toca asuntos que van más allá, hasta el debate nacional en una Francia llena de cuentas pendientes.

viernes, 11 de mayo de 2012

Ellos el fin de semana

Weekend (Reino Unido, 2011), de Andrew Haigh, es una película acerca de la relación entre dos homosexuales, quienes se conocen de forma casual en un club nocturno y a lo largo de los días siguientes, el fin de semana del título, conviven de una forma dramáticamente fugaz que sin embargo no tiene la levedad de la aventura de una sola noche.
El gran riesgo de la película no está en las escenas de sexo (episódicas y no muy explícitas), porque para la pareja tiene más de subversiva la idea de un beso en público. En cambio, se apuesta por una película muy dialogada, muy teatral en ese sentido, en la cual los personajes llevan hasta el límite sus discusiones acerca de la felicidad, por ejemplo.
Uno de los temas más llamativos de sus pláticas es aquel que tiene que ver con la forma en la cual los heterosexuales hablan abiertamente de sus aventuras sexuales en público, mientras los gays no tienen esa libertad porque de inmediato son censurados, se dice. Glen (Chris New), el extrovertido de la relación, defiende que los homosexuales hablen libremente de sus experiencias, mientras que Russell (Tom Cullen), es mucho más reservado.
Por lo anterior, la forma en la cual hay ciertos prejuicios alrededor de los homosexuales (“mientras no se metan conmigo”, dice la gente, con indulgencia), creemos que no se puede encapsular la orientación de los personajes centrales y pretender, como hace la plana mayor de la crítica del orbe, que la película sea una historia de amor universal y asexuado.
“Tanto si eres hombre o mujer, gay o heterosexual, es seguro que Weekend te mostrará (y de forma profunda) aspectos de tu propia vida y amores”, dice Jonathan Romney, de The Independent.
Por su parte, Peter Bradshaw, de The Guardian, dice que Weekend “tiene algo urgente que decir tanto al público gay como al heterosexual acerca de las oportunidades en nuestras vidas”.
“Sexy, provocativa, fascinante e intratable en ocasiones, debería apelar a cualquier persona cuya curiosidad por alguien nuevo les ha hecho cuestionarse su identidad”, agrega Ben Walters, de Time Out. “Homosexual o heterosexual, si no te ves a ti mismo en esta película, necesitas conseguirte una vida”, dice con entusiasmo David Edelstein, de New York Magazine.
“Algunos aspectos tienen que ver con la homosexualidad, pero esta no es una ‘película gay’. Muchos se pueden identificar con Russel y Glen”, afirma Roger Ebert, del Chicago Sun Times
Y sí, sin duda cualquiera que se ha visto en una situación parecida a la de la película (la pasión y la fugacidad de un romance impregnado de una supuesta trascendencia), podrá identificarse o sentir simpatía por los personajes. Sin embargo, nos parece que el drama de Glen y Russell no puede sin más homologarse al del personaje promedio de la comedia romántica al uso, o bien verse como una actualización más del arquetipo de Romeo y Julieta, como la consabida pareja que tiene que enfrentarse a variados obstáculos en una sociedad hostil.
Desde las primeras escenas, queda claro que Russell se plantea su papel en la ciudad. En una reunión, se le pregunta su opinión acerca de que una desnudista anime la despedida de soltero de un amigo. No sabemos la respuesta.
Luego, hay una escena que recuerda Filadelfia, con el personaje de Tom Hanks como el incómodo testigo de una charla acerca de sexo. O bien, en la fiesta de su ahijada, la hija de su mejor amigo. La incomodidad del personaje, ese estar ausente, no es como la de cualquier enamorado, uno de tantos.
Weekend plantea el amor homosexual como un desafío, salir del clóset en una ciudad inglesa, Nottingham, donde al parece no es raro que la gente insulte a las parejas de este tipo. Voces groseras que se escuchan, anónimas, porque los rostros nunca se muestran, como si la ciudad misma gritara.
A lo anterior hay que agregar la forma en la cual Haigh, el director, resuelve las escenas, como en el plano del departamento iluminado, mientras empieza a escucharse una canción, “I Wanna Go To Marz”, de John Grant.  O bien, en la ironía con que se plantea el encuentro en la estación de trenes, como en tantas películas. Pero no con los protagonistas de ésta, que están ahí para reventar lo habitual y plantear otras reglas del juego. 


Posdata: la película cobra un renovado interés por las declaraciones del Presidente de los Estados Unidos, quien acaba de manifestarse a favor del llamado matrimonio homosexual, para algunos el probable fiel de la balanza electoral en ese país.

lunes, 7 de mayo de 2012

Infierno blanco

Las expectativas que despierta Infierno blanco (The Grey, EUA, 2011), de Joe Carnahan, después de ver las primeras escenas promocionales son muy altas, sobre todo entre los seguidores del cine de aventuras. Sin embargo, su mayor problema es que luego no cumple lo prometido y las escenas de acción más bien son escasas y previsibles.
Este tipo de películas de sobrevivencia (o “survival”, como dicen los norteamericanos), enfrenta a un grupo de personajes a una situación límite, en la cual tienen que organizarse para salir ilesos.
En este sentido recordamos filmes como Al filo del peligro (The Edge, 1997), con Anthony Hopkins, en la cual los sobrevivientes de un accidente aéreo en pleno bosque, lejos de la civilización, tienen que escapar de un gigantesco oso kodiak ansioso por devorarlos. 
Cámbiese el oso por una manada de lobos hambrientos y se obtendrá Infierno blanco, ambientada en Alaska, donde las tormentas de nieve y el frío hacen todavía más dura la travesía. Ahí, durante un vuelo por el despoblado, los trabajadores de una plataforma petrolífera tienen un accidente que los deja a merced de la naturaleza, sitiados por los lobos.
Al frente de los desgraciados hombres está John Ottway (Liam Neeson), quien interpreta a un vigilante que, por sus conocimientos de los lobos, es el único que puede salvar al grupo de los peligrosos animales… o del egoísmo. Este tipo de películas siempre se modela a partir de la convivencia forzada de caracteres muy distintos, quienes tienen que ayudarse por interés para luego descubrir (a veces demasiado tarde) que bien puede unirlos la camaradería.
De ahí que en muchos sentidos Infierno blanco sea una película rutinaria aunque atractiva, al menos si partimos de sus premisas, como hemos dicho. Sin embargo, director y guionista han preferido darle un tratamiento más sentimental que aventurero, en el sentido de que detrás del dolor de los personajes están sus familias, como queda claro en la escena de las billeteras y las fotos.
Sin embargo, es poco lo que conocemos a los personajes así que resulta difícil que estos logren alguna empatía con ciertos espectadores, afectos a identificarse con la desgracia de las criaturas de la ficción, por ejemplo. La excepción es el protagónico y otro personaje, el hispano Diaz (Frank Grillo).
Ottway, el protagonista, es una figura trágica que encarna el ansia por el hogar irrecuperable. Esa pérdida cobra toda su trascendencia en medio del peligro más atroz, parecen decirnos. Es decir, cuando estás rodeado de lobos hambrientos conoces una cierta forma de añoranza por haber perdido a tu familia. Lo anterior queda mucho más claro cuando uno de los personajes agoniza y se le habla de sus seres queridos para darle consuelo.
Neeson se ha dedicado en los últimos años a protagonizar varias películas de acción, como Desconocido (Unknown), como una especie de héroe maduro que sin embargo en esta ocasión tiene pocas oportunidades de poner a prueba su ingenio.
Mucho más interesante resulta la película si se le analiza bajo la órbita del filósofo español Gustavo Bueno, para quien en las bestias del paleolítico, representadas en las pinturas rupestres de los santuarios, estaría el origen de la religión, como puede leerse en su libro El animal divino.
Si se analiza esta película de esa forma, y otras tantas como Tiburón (1975), de Steven Spielberg, El oso (1988), de Jean-Jacques Annaud o The Hunter (“El cazador”, Australia, 2011), de Daniel Nettheim, que ya hemos comentado en estas páginas, nos encontramos ante animales temidos y venerados, un eco de aquella vieja religión primaria.
Así, de la misma forma que el hombre primitivo se enfrentaba con el tigre dientes de sable y el mamut, ahora Ottway y sus compañeros, a la manera de una banda prehistórica, tienen que arreglárselas para sobrevivir, por medio de lanzas rudimentarias, fuego y gritos tribales.
Como quiera que sea, nos parece que el material se desaprovecha en tanto que película de sobrevivencia no logra su cometido, el uso racional de la acción en escenas de peligro necesariamente climáticas. (Atención a una misteriosa escena al final de los créditos.)

Apolo 18

El peso cada vez más determinante de la idea de política imperial a cargo de los norteamericanos pudo comprobarse a finales de los sesenta, cuando la misión Apolo 11 culminó exitosamente con la llegada de Neil Armstrong y compañía hasta la Luna.
Sin embargo, la exploración del espacio exterior también tuvo fracasos como la misión Apolo 13, llevada al cine por Ron Howard en 1995 con Tom Hanks como protagonista. Finalmente, el programa espacial Apolo se vio obligado a cancelar varios proyectos.
Apolo 18 (EUA| Canadá, 2011), de Gonzalo López-Gallego, estrenada en España durante el pasado Festival de Sitges, dedicado al cine de género, nos cuenta en clave de terror y ciencia ficción cuáles fueron las razones por las cuales el gobierno estadounidense decidió no volver a alunizar.
La cinta se nos presenta como un documental hecho en base a imágenes de la misión Apolo 18, misma que se habría llevado a cabo en el mayor de los secretos en 1972, nos cuentan. Así, el espectador de la cinta puede al fin conocer la verdad que se le ha escamoteado: los misteriosos hallazgos de los astronautas.
Todo lo anterior, desde luego, es una ficción filmada al estilo del “metraje encontrado”, como pasa en tantas películas posteriores a El proyecto de la bruja de Blair (1999), en la cual se popularizó lo que ahora parece un viejo truco, por lo demás ampliamente explotado en la literatura: lo que vemos es auténtico material audiovisual que alguien encuentra por accidente; o bien, como es el caso de Apolo 18, se filtra a la prensa, aunque las autoridades nieguen la veracidad de las imágenes. De hecho, fiel a la conspiranoia con la que cual coquetea, el prólogo de la cinta nos remite al sitio lunatruth.com, donde pueden encontrarse fotografías y documentos oficiales.
Quien esto escribe todavía recuerda, como una anécdota curiosa, que no faltó el espectador de El proyecto de la bruja de Blair quien, entusiasmado por los detalles “sobrenaturales” del caso, nos comentó: “Yo creo que sí es verdad que los muchachos se murieron en el bosque”. No hubo poder humano que lo convenciera de que los actores (porque eran actores, aclaración que no parece estar de más) habían dado entrevistas para promocionar el filme.
A pesar del impacto sobre ciertos ingenuos, la tecnología documental de Apolo 18 se aprecia como un cuidadoso mecanismo a favor de la verosimilitud del relato. Los videos, ya manipulados, exponen con ingenio las “evidencias” que nunca deberían haber llegado hasta nosotros, como cuando un círculo aparece en la pantalla para destacar que un objeto se mueve a espaldas del astronauta en la superficie lunar, sin que este lo note.
La ficción ambientada en el espacio exterior tiene en la claustrofobia y la oscuridad a dos de sus principales aliadas. El director, el español López-Gallego, con un guión de Brian Miller, organiza todo el suspenso en base a información que se dosifica lentamente, sobre todo en la primera parte. El espectador sabe que el dilema del astronauta es tan simple como trágico: no tiene a dónde huir más allá de su pequeña nave… y su traje.
En cuanto a la amenaza que se nos insinúa en el avance de la película, solo diremos que bien podría inscribirse en el llamado terror cósmico de H.P. Lovecraft y sus populares mitos de Cthulhu. De hecho ciertos detalles de la historia de Apolo 18 recuerdan un poco “El color que cayó del espacio”, uno de los cuentos más famosos del nativo de Providence.
La interacción entre los astronautas llega a su culmen cuando confiar en los demás se vuelve muy difícil, como en La cosa (1982), de John Carpenter. ¿Quién es el enemigo en Apolo 18? Ni siquiera se puede afirmar su naturaleza y las cuevas de la Luna son frías y de oscuridad muy cerrada.
El cine norteamericano tiene a su disposición una historia tan rica que hasta es capaz de reinventar sus hazañas más sorprendentes, cuando se involucra el mito de una Luna hostil y llena de sorpresas con el portento de la conquista del espacio. El terror en lo alto del firmamento. Con Another Earth, otra película de ciencia ficción estrenada el año pasado, Apolo 18 es una de las mejores de 2011.