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martes, 28 de agosto de 2012

Defender la ciudad

Las películas protagonizadas por superhéroes de historieta resultan de interés porque las características de estos nos revelan las carencias que la sociedad pretende suplir.
Particularmente interesante es el caso de Batman, carente de superpoderes, a diferencia de Superman, el Hombre Araña o los Hombres X. Como se sabe, Batman suple esas limitaciones con su dinero, la tecnología y sus habilidades como detective, así como en su apelación a lo gótico, de ahí su extravagante disfraz. 
Batman, además, es un héroe ostentosamente violento y a veces trastornado. El Hombre Araña es incapaz de excederse durante las palizas que inflige a sus enemigos y, cuando lo hace, se arrepiente. Batman, en cambio, si bien no es un asesino a sangre fría (como The Punisher), es capaz de torturar.
Los superhéroes se enfrentan con una época en que la violencia por lo general es condenada, a menos que ocurra en un contexto exótico que permita interpretarla como manifestación de coraje libertario. Un ejemplo: la llamada “primavera árabe” y la autoinmolación de Mohamed Bouazizi.
En El Caballero de la Noche Asciende hay una escena de pelea en la cual Batman prohíbe el uso de una pistola y en más de una ocasión tiene la oportunidad de finiquitar a los villanos desde la seguridad de su aeronave.  Pero no lo hace, suponemos que por su sentido del honor y por esas reticencias modernas contra la violencia. 
Hay que recordar los antecedentes de Batman: una serie de televisión cómica en los sesentas y las películas de Tim Burton que pretendieron devolverle el aura atormentada que el personaje tuvo en el cómic; algo que se revirtió con Joel Schumacher, quien retomó la comedia de la serie. La llegada del inglés Christopher Nolan convirtió de nuevo al personaje en un fenómeno, con su apelación al Batman atormentado, de ahí que ahora comentemos su tercera entrega, Batman: El Caballero de la Noche Asciende (The Dark Knight Rises, EUA| Reino Unido, 2012).
Estamos ante un éxito comercial que ha recibido críticas mixtas, sobre todo por su inverosimilitud. Es inoportuno el argumento de que la película de Nolan tiene lugar en un mundo alterno (como Narnia) en el cual hay otros reglas.
Con todo y el enfoque “realista” de Nolan, al director inglés no parece interesarle la verosimilitud a costa de todo, para él secundaria ante el espectáculo, sin perjuicio de que sus críticos luego la contemplen, pero en vano. Tampoco decimos que Nolan disimule y pretenda engañar: es demasiado ostentoso en sus libertades (la escena de la vértebra salida, por ejemplo).  Recuérdese al respecto una frase de Hitchcock, que desde luego no tenemos por qué suscribir: “Pedir a un escritor que tome en cuenta la verosimilitud parece tan absurdo como pedirle a un pintor que reparta los colores con exactitud. Para eso existe la fotografía o, en el caso del cine, los documentales”.
Se ha señalado la actitud imprudente de Batman ante el peligro, impropia en un personaje de su inteligencia. Sin embargo, como lo hancomentado los fans de las historietas, Nolan solo es consecuente con los comics que inspiran su cinta, donde un Batman depresivo anda en busca de un fin trágico y heroico, como se dice en cierto diálogo. 
Para nosotros, lo más importante radica en un detalle en el cual, creemos, está la clave de la película. Batman está vinculado a una ciudad que, si bien es ficticia, funciona como vehículo para canalizar su altruismo. La justicia de Batman, así, es racional, aunque los pacifistas lo condenen, porque es la contrafigura de la Liga de las Sombras: esta ataca Ciudad Gótica porque en ella se resume la decadencia de la civilización, algo que se pretende subsanar con un baño de sangre; en cambio, Batman quiere salvar la ciudad, pero no la ciudad en general (no da lo mismo Tokio que Londres), sino una en especial, que a la vez es una parte representativa de Norteamérica, con futbol americano, consumismo y lengua inglesa. Para el terrorismo, ya se sabe, en el pasado el rascacielos ha sido “el corazón del Imperio”.   
¿Significa eso que Batman defiende el capitalismo? Semejantes afirmaciones solo ponen en evidencia la simplificaciónque el pensamiento altermundista ha impuesto como norma para juzgar la economía política. Se ha identificado la ideología de Bane con los jóvenes de Occupy Wall Street, sin tomar en cuenta los juicios arbitrarios que llevan a cabo las cortes que el villano instaura. Batman no está interesado en tomar el poder del Estado, sino en conseguir que este persevere. No es un anarquista y eso duele en un mundo donde la izquierda indefinida abraza cualquier causa con una alegre mescolanza de voluntarismo y ansias cosmopolitas.  ¿Se imaginan a Batman secuestrando a Julian Assange de la Embajada de Ecuador en Londres por el bien de los secretos de Estado de Gotham? Yo sí.

martes, 21 de agosto de 2012

Comedia negra y prejuicios

En su ensayo “La frontera de los ilegales” (1995), el escritor mexicano Juan Villoro explica cómo de niño fue el entusiasta espectador de películas norteamericanas en las cuales el criminal, elevado a la categoría de héroe, escapaba hacia México para empezar de nuevo. En efecto, así ocurre en buena parte del western, en el cual nuestro país es una suerte de tierra sin ley con paisajes hermosos y sitio para los pillos de otras tierras. Escenas semejantes pueden verse en Grupo salvaje (1969)  o en películas de aventuras como El tesoro de la Sierra Madre (1948), de John Huston.  
Villoro, nacido en la década de los cincuentas, no atestigua una práctica pasajera, como lo prueba Atrapen al gringo (Get the Gringo, EUA, 2012), de Adrian Grunberg, que insiste en ese México bárbaro alimentado no solo por el mito de un país salvaje, sino también por la innegable verdad de una sociedad corrupta y sitiada por el horror del crimen organizado. 
Con semejante material, el director, que en el pasado ha participado en películas de temática semejante (fue asistente de director en Traffic, de Steven Soderbergh), ha escrito un guión que combina la farsa, la comedia negra y el drama, en coautoría con Mel Gibson, quien además asume el papel protagónico. La mezcla, que recuerda El infierno (2010), la película del mexicano Luis Estrada a propósito del ascenso del narco, es efectiva sobre todo cuando se abandona al humor negro: el retrato de un antihéroe, el gringo del título (interpretado por Gibson), quien al huir de la policía termina en Tijuana, donde es abandonado en una cárcel tan peligrosa como apropiada para el pillaje, algo en lo cual el Gringo, como se le conoce entre los presos, es un experto.
Olvide el lector el retrato realista de la cárcel, con todo su horror y su violencia brutal, como puede verse en cintas como la francesa Un profeta (2009), de Jacques Audiard, o bien, para no salir del ámbito mexicano, El apando (1976), de Felipe Cazals. Tampoco estamos ante la glorificación del preso ante un sistema judicial pretendidamente insalvable cuya mejor oportunidad es homologarse con el norteamericano, como Presunto culpable (2008), de Roberto Hernández y Geoffrey Smith.
Atrapen al gringo es mucho más cercana a Una pareja dispareja (I Love You Phillip Morris), en la cual Jim Carrey interpretó a un criminal experto en las fugas carcelarias, si bien la película de Gibson es mucho más violenta y echa mano del infaltable folclor de un país que convive cotidianamente con el delito. Y con los prejuicios de los extranjeros, habría que agregar.  
Cuando apuesta por la comedia, Atrapen al gringo alcanza sus buenos momentos, en parte gracias a la cínica interpretación de Gibson, lejos de la gravedad de sus papeles más recientes, como en Mi otro yo (El castor). No por nada el título alternativo de la película es “Como pasé mis vacaciones de verano”.
La elección del elenco ha tenido la fortuna de optar por actores mexicanos para interpretar el papel de los villanos a los cuales el Gringo tiene que enfrentarse para sobrevivir en el interior de la prisión. Entre lo mejor de la cinta está la actuación de Daniel Giménez Cacho, quien interpreta al capo de la prisión.
Por una vez Jesús Ochoa ha conseguido un papel menos rutinario de lo acostumbrado, como otro de los adversarios de Gibson. Si bien Ochoa ha tenido varias apariciones en películas de gran presupuesto donde invariablemente interpreta a un sicario (como en Hombre en llamas, donde tuvo el privilegio de que Denzel Washington lo finiquitara con una bomba situada en un lugar estratégico), en otras ocasiones, como 007 Quantum, ha sido el matón secundario que ni siquiera abre la boca. En esta ocasión, aunque de nuevo en el registro de villano, tiene varios diálogos y credibilidad como un hombre capaz de cualquier fechoría.
Sin embargo, dados los antecedentes de Gibson como héroe de acción, es contradictorio que la parte más floja sea la forma en la cual se resuelven algunas escenas, como el risible pretexto para la cita en el rascacielos  o el tiroteo en la cárcel.
Más que despertar indignación por su tosco retrato de la sociedad mexicana (ver la crítica de Luis Tovar para La Jornada, “Tijuana es lo de menos”, 08/julio/2012), Atrapen al gringo nos muestra la buena salud de los lugares comunes que, no se olvide, con tanto entusiasmo el mexicano ha contribuido a propagar.