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domingo, 21 de abril de 2013

Madre castrante… y fantasma

Surgido de uno de los proyectos más deleznables de Televisa, el serial de terror Hora marcada (1986-89), con el paso de los años Guillermo del Toro se ha convertido en un cineasta capaz de elegir tareas a placer y que además puede darse el lujo de rechazar El Hobbit.
De ahí su participación como “Guillermo del Toro presenta” en películas del género como Splice. Experimento mortal, El orfanato y ahora Mamá (España| Canadá, 2013), del argentino avecindado en España Andrés Muschietti.
La cinta tiene como origen el corto del mismo nombre, de 2008, que el director llevó a cabo con la colaboración de su hermana Bárbara en la producción y quien ahora lo asiste en la escritura de un guión tan desigual como llamativo.
Los hermanos Muschietti demuestran su habilidad al momento de dosificar los datos de la historia y una vez que ha quedado claro que hay un fantasma al acecho también son capaces de modular sus apariciones con cierta elegancia. Como ejemplo la forma en que aprovechan la miopía de uno de los personajes (quien además es una niña pequeña) para no mostrar al fantasma.
Es como si los Muschietti comprendieran el problema del fantasma: una cosa es leer acerca de una aparición fantasmal, “¡Silba y acudiré!”, por ejemplo, de M.R. James, y otra muy distinta es ver al fantasma, ruptura radical con lo que consideramos posible (todo ello sin perjuicio de las numerosas supersticiones tan comunes entre nosotros).
Los fantasmas no existen, como debería estar claro y cualquier intento del cine por hacernos partícipes de lo contrario tendría que estar sujeto a un estricto código visual, como en Los otros, por ejemplo, en la cual Alejandro Amenábar, con ingenio, anula lo que de otra forma habría sido una abrupta y forzada transición entre el “mundo de los vivos y los muertos”.
Más adelante, otro acierto: Annabel (Jessica Chastain), está concentrada en sus labores domésticas y, en el mismo encuadre, alcanzamos a ver un poco de la habitación de la niña y sus juegos infantiles con “alguien”. Sin que Annabel lo note, la niña flota en el aire, pero el espectador no ve quien la sostiene, aunque en ese momento ya conste que efectivamente hay un fantasma en la casa. Antes de mostrar, sugerir: en otra escena, la presencia del fantasma en el clóset se insinúa por un dibujo infantil en la pared de junto.
Pero luego, la vulgaridad: la mujer fantasma aparece una y otra vez frente a nosotros, por obra y gracia de las imágenes generadas por computadora. El diseño del fantasma no es errado porque, como lo explica un personaje, emula el deterioro de un cuerpo a la intemperie. Sin embargo los Muschietti, antes aparentemente precavidos, como hemos explicado, pierden por completo el pudor, como si hubieran resuelto el problema del fantasma, cosa que nunca hacen.
Luego el guión depende en buena parte de los fallos de los personajes. ¿De verdad alguien puede considerar que es buena idea confrontar un fantasma en una cabaña sin energía eléctrica, alejada de la civilización? Y todo ello sin dejar recado: voy a resolver un misterio de ultratumba, vuelvo en un rato.
La película naufraga en la tontería de los personajes más preparados, como se supone en el caso del psicólogo infantil. Si este señor, que está para proteger a la gente de sí misma, no es capaz de cuidarse, entonces nadie está a salvo. Además, en sentido estricto, ¿qué sería de los locos si el mismo loquero diera rienda suelta a las explicaciones más extravagantes? Un estudioso supuestamente serio de la “mente humana” deviene aficionado de lo paranormal.
Acaso la mejor forma que la película tiene de afrontar el tema de la fealdad y el cuerpo deteriorado, la materia maltrecha de una madre desdichada que se convierte en fantasma vengativo, la podemos encontrar en la belleza de la protagonista, Jessica Chastain y en la forma en que encarna otro de los guiños de la cinta: una roquera de físico espectacular cuya imagen coquetea con el imaginario gótico de ese tipo de música, para luego revelar que en efecto las imposturas del rock en realidad nada saben del terror de una madre castrante y fantasmal.


viernes, 12 de abril de 2013

Persistencia en el ser con pelea

El director francés Jacques Audiard se ganó el reconocimiento casi unánime de la crítica en 2009 con su película Un profeta, la historia de un criminal de poca monta quien, contra su voluntad, resulta metido hasta las entrañas de un peligroso grupo mafioso. Drama carcelario brutal con tintes oníricos (de ahí su título), Un profeta era la historia de un personaje marginado quien, por medio de su inteligencia, buscaba sobrevivir en las circunstancias más adversas, con una persistencia en el ser que bien puede reconocerse en su posterior cinta, que ahora comentamos.
En Metal y hueso (De rouille et d’os, Francia| Bélgica, 2012), Audiard de nuevo aborda la vida de un sobreviviente, el fortachón Alain (Matthias Schoenaerts), quien trata de sacar adelante a su pequeño hijo Sam (Armand Verdure). Por las noches, Alain se gana la vida como guardia de seguridad en un antro y es ahí donde conoce a Stéphanie (Marion Cotillard), entrenadora de ballenas en un parque marino.
El resultado es un intenso romance que, con todo y lo improbable que resulta, Audiard logra hacer verosímil. Cuando Stéphanie sufre un accidente que la hunde en la depresión, la película da un giro con el involucramiento entre ella y Alain, además entusiasta participante en peleas callejeras ilegales (con lo cual el director hace referencia a su gusto por el thriller).
Sorprende la forma en la cual el realizador retoma la narrativa del canadiense Craig Davidson, para vincular con efectividad materiales en apariencia tan irreconciliables como una sofisticada mujer (algo vacía) que se convierte en la amante de un bruto de buen corazón y, de esa forma, a pesar de ciertas limitaciones físicas, alcanza el culmen de la satisfacción sexual y sentimental. Lo anterior sin noticias del melodrama, a pesar de que la mesa parecía servida para tales fines.
Casi por nada los críticos han interpretado la historia de Metal y hueso como un moderno cuento de hadas, con una Bella y una Bestia asimilados por completo al contexto de la Antibes contemporánea (ver el texto de Javier Ocaña “La sirenita y la Bestia”, El País, edición del 14 de diciembre de 2012).
Como muestra de esa habilidad para conciliar lo heterogéneo está esa escena en la cual la mujer emula una coreografía propia de su trabajo como entrenadora, todo ello con una música de fondo que para muchos bien puede resultar insólita en el contexto de un drama de estos alcances, “Firework”, la canción de Katy Perry, nada menos. Audiard hace que un tema pop y la alegría despreocupada que conlleva cobre sentido en la gesta, sin duda heroica, de una mujer quien, como Stéphanie, trata de superar un problema de gran magnitud. Un coctel, mezclado por Audiard, donde además el kick boxing juega un papel trascendental como disciplina capaz de reivindicar al paria.
Por si fuera poco, Audiard proporciona apuntes de crítica social a propósito de los problemas laborales en la idealizada Francia actual, con un patrón que se dedica a espiar subrepticiamente a sus empleados. Es decir, personajes que tienen que lidiar con el delito y otras faltas con tal de ganarse la vida, como ya se había visto en otras películas francesas de reciente estreno, por ejemplo en la también muy recomendable Las nieves del Kilimanjaro (2011), de Robert Guédiguian.
Entre lo mejor de la película, además de la notable actuación de Cotillard (no hay rastro de la frialdad que mostró en ciertas escenas del último Batman de Nolan) hay que ubicar un par de escenas: cuando la entrenadora se acerca al cristal del acuario para saludar a la ballena, o bien, la imagen de un Alain eufórico luego de una pelea especialmente difícil.
Acerca del intérprete de este último, Matthias Schoenaerts, el actor ya había mostrado su solvencia en una película muy trágica, Bullhead (2011), en la cual interpretaba, al igual que Cotillard en esta ocasión, a un personaje que tiene que enfrentarse con una severa limitación.