El
escritor italiano Roberto Saviano
(1979) publicó hace dos años una reportaje novelado acerca de los manejos de la
mafia de Nápoles, que luego fue convertido en una película, Gomorra (Italia, 2008), del director Matteo Garrone. La recordamos aquí a
propósito de la situación de violencia que atraviesa actualmente México. Como
el libro revela nombres y apellidos de los involucrados en un gran número de
negocios ilegales, la vida de Saviano no vale nada: le pasa como al angloindio Salman Rushdie, condenado a muerte por
el ayatolá Jomeini por haberse burlado (supuestamente) del islam; la mafia ha
puesto precio a la cabeza de Saviano, que tiene que dejar Italia, porque ha
recibido amenazas de muerte: ahora circula en la Internet una foto de los dos
autores, quienes sonríen a la cámara de algún periodista porque tienen mucho en
común.
La
película cuenta varias historias de forma alternada, desde la iniciación de un
jovencito en una banda de matones que luchan por el control de un barrio hasta
los derroteros de un sastre, Pasquale (Salvatore
Cantalupo), que ofrece sus servicios a empresarios chinos, para copiar los
diseños de la alta costura italiana y venderlos a bajo precio en el mercado
negro. O bien lo que le ocurre a un joven que trabaja como asistente de un
hombre de negocios, Franco (Tony
Servillo), dedicado a los basureros ilegales de negocios tóxicos.
En
las películas episódicas, formadas por varias historias, como es el caso, es
común que una destaque por encima del conjunto. Sin embargo, en Gomorra el contenido está bastante
balanceado y ninguna historia es desigual.
La
película llama la atención acerca de un gravísimo problema social cuya solución
no parece probable a corto plazo: al final, un letrero informa al espectador de
que la Camorra tiene acciones en el proyecto para reconstruir la Zona Cero de
Nueva York, el espacio donde solían estar las Torres Gemelas, así que el dinero
sucio es invertido en negocios legales. Así que Garrone (y Saviano, desde
luego, este último con riesgo de su vida) han entablado un debate muy intenso
acerca de la época actual, cuando los Estados son incapaces de garantizar la
seguridad de sus ciudadanos. En ese sentido, Gomorra pone en entredicho el mito de la Europa sublime, suerte de
paraíso terrenal donde la vida es armónica y ajena al crimen.
El
espectador acostumbrado a la película de acción convencional o al estilo de un Tarantino, digamos, encontrará en Gomorra un tratamiento del mundo de la
mafia completamente distinto: Garrone filma la violencia de una manera para
nada coreográfica, más cerca de Tropa de
élite (2007), de José Padilha,
lejos de la espectacular y llena de hallazgos visuales Ciudad de Dios (2002), de Fernando
Meirelles y Kátia Lund: cintas
brasileñas acerca de la vida (y la muerte) en las favelas.
La
referencia bíblica del título se justifica tan sólo de manera simbólica, porque
la tragedia de la película es secular. El único resquicio de redención y
esperanza es el del muchacho que deja la mafia, o el del trabajador que se
resigna a conducir un tráiler para ganar dinero, seguramente una miseria
después de que ganaba miles de euros en unas horas.
Una
de las cosas más impactantes de Gomorra
es la manera en la cual se muestra a las nuevas generaciones que delinquen,
como si la belleza de la juventud se hubiera marchado del mundo para ser
sustituida por una entrada incipiente en el horror. Es impactante el relato de
las aventuras de Marco (Marco Macor)
y Ciro (Ciro Petrone), dos
adolescentes que admiran a Tony Montana (el capo de la droga en Caracortada, de Brian De Palma). Juegan a la guerra pero luego tiene que lidiar con
las reglas de los adultos. La escena en la cual prueban el armamento pesado a
la orilla del agua, mientras hacen explotar un barco y gritan, es muy
ilustrativa de la personalidad de los jóvenes.
Estamos
ante una película que desborda el mero entretenimiento al abordar un tema muy
importante, lo mismo que puede decirse de Promesas
del Este, por ejemplo, de David
Cronenberg, acerca del enfrentamiento de la policía inglesa con una de las
mafias locales. Si no vio en su momento las películas que citamos hágalo ahora,
no se arrepentirá.