Headhunters (Hodejegerne, Noruega| Alemania, 2011),
de Morten Tyldum, es un thriller que
revela su disposición hacia el juego desde el significado de su título. “Headhunters”,
cazadores de cabezas, remite a esas empresas que, en el competitivo mercado
laboral, se encargan del reclutamiento de ejecutivos para cotizadas compañías.
Al mismo tiempo estamos ante cazadores en otro sentido, dispuestos a todo para
conseguir lo que quieren.
La película es uno de los ejemplos más recientes de la
promoción escandinava dedicada al cine y la literatura de tema criminal, en sus
diversas variantes, entre el cine negro, el policiaco y el thriller.
Desde hace años, la editorial española Tusquets tuvo
la visión de publicar a autores como el sueco Henning Mankell, creador del inspector Wallander, quien ha
protagonizado varios de los libros de este autor.
Sin perjuicio del éxito de Mankell, la gran
popularidad de esta literatura llegaría con Stieg Larsson, autor de la saga de novelas Millennium, fenómeno de ventas elogiado nada menos que por Mario Vargas Llosa quien, en un entusiasta artículo, le dio al personaje protagónico, Lisbeth Sallander, un
sitio entre los grandes de la literatura.
Ya hemos hablado en estas páginas de la novela de
Larsson, así como del diagnóstico de Vargas Llosa quien, preso del mito de
Europa (y desconocedor de series de televisión europeas como Alerta Cobra, que se exhibe desde los
noventas), pretende ver una gran novedad en el hecho de que se muestre la
corrupción delictiva de la sociedad sueca. En Suecia también hay criminales,
nos dice Vargas Llosa.
En su artículo, el Nobel hace una apología del
personaje femenino, decíamos, Lisbeth Salander, una hacker ataviada al estilo gótico, bisexual, “pequeñita y
esquelética”, con una infancia traumática. Hay que destacar los recursos de la
novela, en la cual el dramatismo de las escenas se nos indica por un gesto
recurrente: “Fulanita se mordió el labio”. O bien, la verosimilitud se busca
por medio de listas muy detalladas de las marcas y los productos que los
personajes consumen.
El mérito, sin embargo, creemos nosotros, de esta
novela deficiente, es que sirve de base para una película centrada en la actriz
Noomi Rapace quien, en la versión del
director Niels Arden Opley, supo darle gran interés a un personaje rodeado de
tópicos, como la llamada violencia de género. Si bien la versión cinematográfica de Millennium es un thriller promedio, tiene a su favor que sus contenidos no son
presentados como el gran hallazgo que quiere ver Vargas Llosa en el libro.
Headhunters también tiene
un origen literario (la novela de Jo
Nesbø) y está producida por la misma compañía que Millennium, Yellow Bird, fundada nada menos que por Mankell y cuyo
lema no puede ser más claro: “Convertimos bestsellers
en éxitos de taquilla”. Así, estamos ante un potente invento editorial y
cinematográfico cuyo tema (una sociedad supuestamente modélica donde existen
peligrosos criminales capaces de desafiar a una policía impotente) es
sintomático de la creciente descomposición de la Europa actual.
Esto último es lo que ocurre con Headhunters, que no tiene las carencias de la saga cinematográfica Millennium aunque sí los aciertos: para
empezar, el desempeño del actor protagónico, Aksel Hennie, quien sabe dar trascendencia a la gesta de un pillo:
Roger Brown, su personaje, es un ladrón con un rival de excepción, en un
enfrentamiento que es también el de dos modelos de villano.
Hay un peligroso asesino, Clas Greve, encarnado por
esa perversión de la épica que es el actor danés Nicolaj Coster-Waldau, famoso por su papel del malvado Jaime
Lannister, el “Matarreyes”, en la serie de televisión Juego de tronos.
La película insiste en el contraste entre ambos
personajes, con un énfasis en las limitaciones físicas de Roger, especialmente
en su baja estatura, como queda claro desde las primeras escenas, cuando lo
vemos al lado de su esposa Diana (Synnøve
Macody Lund). Estatura es poder, es el mensaje a debatir.
Lo que sigue es una persecución cifrada por las
angustias personales del personaje y también por el humor negro y el delirio,
como en la escena del lago en la cual interviene el cómplice de Roger, Ove (Eivind Sander). El mérito de la cinta
(mucho más accesible que los trabajos de los hermanos Coen, como Fargo, en una tónica parecida), es que convierte en un duelo lo que al principio se presenta
como una simple cacería.
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