Una amable lectora me pide que recomiende unas cuantas
películas para ver en vacaciones, así que, sin muchos preámbulos, helas aquí:
Suppport the Girls (EUA, 2018):
Andrew Bujalski dirige esta comedia agridulce acerca de las desventuras de las
trabajadoras de uno de esos restaurantes deportivos de comida rápida tipo
Hooters, en los cuales las empleadas tienen que vestirse con ropa provocativa;
desde luego, lo anterior implica aguantar todo tipo de impertinencias por parte
de la clientela, formada casi en su
totalidad por hombres. Y digo casi
porque dice mucho de un lugar así que la persona masculina más amable del lugar
sea una lesbiana, Bobo (Lea DeLaria). Regina Hall está excelente en el papel de
Lisa, la administradora del local, quien tiene que resolver un sinfín de
problemas que son tales en gran parte por la mala educación de los hombres (el
dueño, la clientela, hasta la policía) y su falta de solidaridad con sus
esposas, conocidas y meseras. Atención a la forma en la cual se representa el
cuerpo femenino en los diversos momentos de la película, criterio que ya ha explicado Fernanda
Solórzano en su videocomentario de la Mujer
Maravilla (2017) de Patty Jenkins. El plano final de la película, en la
línea de Interiores, es de antología.
Y ya que mencionamos una película de Woody Allen, este 2019
se cumplen treinta años del estreno de Crímenes
y pecados (Crimes and Misdemeanors,
1989), también conocida como Delitos y
faltas, una de las varias obras maestras del autor neoyorquino. Poco tengo
que agregar al
interesante texto de Iker Zabala para Letras
Libres, aunque baste decir, por el momento, que la película se disfruta
mucho si se le compara con otra obra de Allen, Match Point (de 2005, trabajo que, si no podemos llamar mayor es,
en todo caso, muy coherente con la trayectoria de su director). En Crimes… y en Match Point los protagonistas experimentan la culpa por sus
pecados. Así que uno de ellos, no diré cuál, tiene una experiencia de
“ultratumba” que le permite confrontar a sus víctimas; mientras que el otro
tiene un diálogo imaginario con su “conciencia”, su confidente, un rabino
bondadoso. En otro momento, uno de los personajes “viaja en el tiempo” para
asistir a una cena familiar, lo que le permite hablar con su familia acerca de
teología. Estamos ante una técnica narrativa que Allen ha explotado en Días de radio (1987) o en Los enredos de Harry (1997), por citar
un par de ejemplos. A ver qué les parece a ustedes ese recurso. No se pierdan,
en Crimes…, la historia trágica del
filósofo, el profesor Levy. Ahora, si les interesa el tema del arrepentimiento
desde un punto de vista filosófico más sistemático entonces vean esta tesela de Gustavo Bueno. Posdata: también pueden leer este texto de Olga de la Fuente, quien interpreta la película de una forma muy distinta a la de Zabala.
La raza infernal (Nightbreed, EUA, 1990) es una película
muy poco apreciada, una malquerida, como
dice Scout Tafoya en uno de sus videoensayos. Sin embargo, a pesar de sus
excesos y que en su última parte es un delirio (bastante disfrutable, hay que
decirlo) esta película del escritor y cineasta Clive Barker es una cinta de
terror llena de personajes y de momentos magnéticos: 1) La presencia de un villano
interpretado por un director legendario cuyo nombre no diré aquí, pero que
encarna a un peligroso asesino serial. 2) La química entre la pareja
protagónica, formada por Craig Sheffer y Anne Bobby (¿qué fue de ella?). 3) La
presencia del monstruo Peloquin (Oliver Parker), de verdad intimidante. 4) La
representación del hogar de las bestias, ese intrincado “infierno” lleno de
perversiones. Y sí 5) La batalla final. Una curiosidad: el retrato que se hace
de la Inquisición (española, al parecer), que parece ser negrolegendario pero
que en realidad no llega a serlo, porque es obvio que una iglesia monoteísta
combatiría el paganismo. Atención al final de la película, que ahora, en la
nueva versión restaurada, es un poco diferente.
Desconozco los libros del escritor inglés Nick Hornby, así
que no puedo decir si han corrido con buena suerte al momento de ser llevados
al cine. Lo que sí puedo es valorar la calidad de las películas, como en el
caso de Un gran chico (2002),
dirigida por los hermanos Chris y Paul Weitz, con la actuación de Hugh Grant; o
bien, Alta fidelidad (1995), que fue
llevada al cine en 2000 (con excelentes resultados) por Stephen Frears, protagonizada
por John Cusack. Ahora toca el turno a su novela de 2009 Juliet, desnuda (editada en español por Anagrama), convertida en la
cinta Amor de vinilo (EUA | Reino
Unido, 2018), dirigida por Jesse Peretz.
Amor de vinilo
cuenta la historia de Annie (Rose Byrne), quien lleva una sencilla (y aburrida)
existencia en un pequeño pueblo inglés. Su esposo, Duncan (Chris O'Dowd) es un
profesor universitario obsesionado con la música de Tucker Crowe (Ethan Hawke),
un músico retirado, alguna vez famoso, del cual no se tiene noticia. Duncan no
es precisamente un buen esposo y, luego de una convivencia de años, Annie se
siente cada vez más decepcionada. Cuando Annie y Tucker, nada menos que el
ídolo de su marido, inician una amistad por correo electrónico (que más tarde
se convierte en coqueteo) las consecuencias para los personajes serán por demás
hilarantes. Película sostenida por el carisma de sus actores, su principal
mérito radica en su retrato del hartazgo matrimonial, así como en su revisión
del príncipe azul, que aquí es un músico alcohólico con hijos regados.
Felices vacaciones a todos, que descansen y vean mucho cine.
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