
Lo primero que hay que destacar de
Los chicos están bien (The Kids Are All Right, EUA, 2010),
película de Lisa Cholodenko, es que
aborda un tema de gran actualidad: los problemas de los llamados “matrimonios”
homosexuales y las familias que se forman en el seno de estos. La acción de la
película se desarrolla en Los Ángeles, California, ciudad de fama “liberal”, donde
vive la familia formada por una pareja de lesbianas, Jules (Julianne Moore) y la ginecóloga Nic (Annette Bening). Ambas quedaron
embarazadas por medio de inseminación artificial, gracias a lo cual ahora son
las madres de Joni (Mia Wasikowska)
y Láser (Josh Hutcherson).
La familia entra en crisis en el momento en que
aparece el donante del esperma con el cual Jules y Nic quedaron embarazadas. La
atención (la fascinación, habría que decir) de los hijos y de una de las madres
hacia Paul (Mark Ruffalo), quien
resulta ser un seductor, provocará la discordia en casa, con dramáticas
consecuencias.
En La jaula de
las locas (Francia| Italia, 1978), de Edouard
Molinaro, las situaciones cómicas se derivaban de algo que, comparado con
la situación de Los chicos están bien,
parecería un anacronismo: la vida del dueño de un club de travestis se ve
trastornada cuando su hijo está próximo a casarse. Una noche, cuando la novia
del muchacho y sus padres vienen a cenar, entra en escena la amante del
empresario: el neurótico travesti estrella del club.
Si se contrastan ambas películas, parece que en Los
Ángeles del presente no hay motivo de vergüenza para los jóvenes personajes de
la película, quienes viven en un país donde no hay por qué esconderse (como
ocurría en La jaula de las locas). No
obstante, pronto se comprueba que no todo marcha tan bien como parece y que la
familia de la película está expuesta a otros problemas que la ponen en riesgo.
En otras películas, como El silencio de Oliver (Hollow
Reed, Reino Unido| Alemania| España, 1996), de Angela Pope, el tema es el derecho a la adopción por parte de
parejas homosexuales: un hombre casado y padre de un niño, se declara
homosexual y se divorcia de su esposa. La nueva pareja de su ex mujer resulta
ser un maltratador que golpea a su hijastro. Solamente cuando la violencia
doméstica es evidente, la ley le otorga la custodia al padre, antes señalado
por tener un amante.
De nuevo, una situación como esa parece impensable en Los chicos están bien. Así que esta
última parece ser el resultado de una evolución que habría dejado problemas
como los señalados atrás, en la historia de la “Humanidad”. Sin embargo, más
bien han quedado atrás, por el momento, en la historia del cine.
(Se avisa al lector enamorado de las tramas que a
continuación se revelarán detalles del final de la película.)
Sin embargo, llama la atención que la película impacte
a muchos espectadores por su final, cuando Paul es expulsado precisamente por
ser el detonante de los problemas de la familia. A fin de cuentas, la familia
“disfuncional”, como se le llama comúnmente, está obligada a ser conservadora para sobrevivir. Pareciera
que el sentido de la película radica precisamente en su reivindicación de la
familia tradicional. No faltará quien diga que un logro de la “izquierda”, como
es el “matrimonio” homosexual, ha sido saboteado por la “derecha”,
representada, obviamente por la familia tradicional. Sin embargo, eso más que
nada muestra la pobreza conceptual de términos como “conservadora” y
“progresista” aplicados a la familia, porque es obvio que ésta, por más
progresista que se pretenda, está obligada a mantener ciertas estructuras para
perseverar en el ser.
Es decir, tanto para los matrimonios comunes de la
vida cotidiana, como para la unión civil homosexual de la película, es
importante tener continuidad, al menos por lo general. De ahí que en la
expulsión final del donante seductor del paraíso de la tolerancia esté no el
defecto, sino simplemente la coherencia de la película: lo contrario habría
sido simplemente una concesión a las fantasías de los espectadores armonistas.
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