Es una ironía que el cine sonoro, que hace décadas
desplazó al cine mudo, ahora pierda la partida frente a una curiosidad, una
película que es eso precisamente: muda. Desde luego, no es exacto decir que el
cine sonoro pierde, porque nos referimos a que ha sido derrotado en festivales
como Cannes, donde The Artist (“El
artista”, Francia| Bélgica), de Michel
Hazanavicius, la película que ahora comentamos, obtuvo el premio al mejor
actor para su protagónico, Jean Dujardin,
galardón que se llevó de nuevo en los Globos de Oro de este año, donde además
fue premiada en la categoría de mejor película musical o comedia. Por lo mismo,
es una de las favoritas para el Óscar.
Es decir, décadas después de que el cine mudo cayó en
desuso por su mermada convocatoria en taquilla, una película muda y por si fuera
poco en blanco y negro, se vuelve el centro de la atención. Y, para mayor
ironía, el asunto de la película es la decadencia de una estrella del cine
mudo, George Valentin (Dujardin), quien es desplazado por la llegada de las
“habladas”. Por lo tanto, la película de Hazanavicius es un inteligente juego
que desplaza a la “modernidad” del cine hablado por medio de la imitación de la
reliquia.
El éxito de The
Artist en realidad sólo nos recuerda que la idea de progreso es difícil de
aplicar en el arte, donde una vieja tecnología puede cobrar actualidad
nuevamente, como es el caso.
Son memorables los planos en que el director nos
muestra a los personajes mientras suben y bajan escaleras, mientras los extras
le dan dinamismo a las escenas. The Artist realmente parece una película muda y
ahí está su gran acierto, en la recreación no sólo de una época, finales de los
veintes, cuando se estrenó El cantante de
jazz (1927), la primera película hablada, sino toda de una determinada
forma de hacer cine, con el candor de aquellos años.
Sin embargo, vale la pena reflexionar acerca de la
necesidad de filmar una película muda en 2011. ¿Para qué? Si de lo que se trata
es de ganar premios con una jugada que revitaliza lo que se daba por muerto estamos
ante un éxito incuestionable. Se ha dicho que The Artist es un homenaje al cine. ¿Y qué película no lo es, aún
desde su más profunda mediocridad?
Lo mejor de The
Artist es el desempeño de sus dos actores: el ya mencionado Dujardin, quien
resume con simpatía a los galanes del viejo cine, y la belleza sencilla de Bérénice
Bejo, quien hace el papel de una estrella en ascenso, la deslumbrante Peppy
Miller. Dujardin expresa el dolor de saberse desplazado por medio de una risible
película de aventuras (la escena de la arena movediza) o una secuencia muy
dramática, como en el incendio. Hasta la presencia de un perro, Jack (Uggie), la mascota del actor, es
aprovechada como un antídoto para excesos melodramáticos.
The Artist llega en un
momento en el cual se revitalizan las viejas modas, el estilo “vintage”, nos
dicen, con películas como la excelente Mildred
Pierce, con Kate Winslet, o la
serie Mad Men.
Ya desde 2005, varios años antes de The Artist, la Sociedad Histórica H. P.
Lovecraft, presentó unaversión de La llamada de Cthulhu
(EUA), dirigida por Andrew Leman, un cortometraje de casi 50 minutos que adapta
un cuento de Lovecraft escrito en 1926. Y las razones de los productores para
hacer un filme silente se derivan de las características del cuento: no tiene
diálogos y no trata de mostrar las relaciones entre diversos personajes.
Además, se usó una tecnología llamada Mythoscope, una mezcla entre nuevos y
viejos recursos.
Hasta entonces, en la era sonora, el cine mudo había
sido un recurso del cual los cineastas echaban mano en momentos muy puntuales,
como en Hable con ella (2002), de Almodóvar, que incluye un corto mudo, Amante menguante, como un detalle del
humor erótico y afortunado de este director.
Por eso no deja de ser osado hacer todo un
largometraje mudo de 100 minutos (la duración promedio de una cinta en nuestros
días) una aventura que en este caso, como hemos dicho, ha sido coronada con la
gloria dedicada a las viejas películas.
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