En su ensayo “La frontera de los ilegales” (1995), el escritor mexicano Juan Villoro explica cómo de niño
fue el entusiasta espectador de películas norteamericanas en las cuales el
criminal, elevado a la categoría de héroe, escapaba hacia México para empezar
de nuevo. En efecto, así ocurre en buena parte del western, en el cual nuestro país es una suerte de tierra sin ley con
paisajes hermosos y sitio para los pillos de otras tierras. Escenas semejantes
pueden verse en Grupo salvaje
(1969) o en películas de aventuras como El tesoro de la Sierra Madre (1948), de
John Huston.
Villoro, nacido
en la década de los cincuentas, no atestigua una práctica pasajera, como lo
prueba Atrapen al gringo (Get the Gringo, EUA, 2012), de Adrian Grunberg, que insiste en ese
México bárbaro alimentado no solo por el mito de un país salvaje, sino también
por la innegable verdad de una sociedad corrupta y sitiada por el horror del
crimen organizado.
Con semejante
material, el director, que en el pasado ha participado en películas de temática
semejante (fue asistente de director en Traffic,
de Steven Soderbergh), ha escrito un guión que combina la farsa, la comedia
negra y el drama, en coautoría con Mel
Gibson, quien además asume el papel protagónico. La mezcla, que recuerda El infierno (2010), la película del
mexicano Luis Estrada a propósito del ascenso del narco, es efectiva sobre todo
cuando se abandona al humor negro: el retrato de un antihéroe, el gringo del
título (interpretado por Gibson), quien al huir de la policía termina en
Tijuana, donde es abandonado en una cárcel tan peligrosa como apropiada para el
pillaje, algo en lo cual el Gringo, como se le conoce entre los presos, es un
experto.
Olvide el lector
el retrato realista de la cárcel, con todo su horror y su violencia brutal,
como puede verse en cintas como la francesa Un
profeta (2009), de Jacques Audiard, o bien, para no salir del ámbito
mexicano, El apando (1976), de Felipe
Cazals. Tampoco estamos ante la glorificación del preso ante un sistema judicial pretendidamente insalvable cuya mejor oportunidad es homologarse con
el norteamericano, como Presunto culpable
(2008), de Roberto Hernández y Geoffrey Smith.
Atrapen al gringo es mucho más cercana a Una pareja
dispareja (I Love You Phillip Morris),
en la cual Jim Carrey interpretó a un criminal experto en las fugas
carcelarias, si bien la película de Gibson es mucho más violenta y echa mano
del infaltable folclor de un país que convive cotidianamente con el delito. Y
con los prejuicios de los extranjeros, habría que agregar.
Cuando apuesta
por la comedia, Atrapen al gringo
alcanza sus buenos momentos, en parte gracias a la cínica interpretación de
Gibson, lejos de la gravedad de sus papeles más recientes, como en Mi otro yo (El castor). No por nada el título alternativo de la película es
“Como pasé mis vacaciones de verano”.
La elección del
elenco ha tenido la fortuna de optar por actores mexicanos para interpretar el
papel de los villanos a los cuales el Gringo tiene que enfrentarse para
sobrevivir en el interior de la prisión. Entre lo mejor de la cinta está la actuación
de Daniel Giménez Cacho, quien interpreta al capo de la prisión.
Por una vez
Jesús Ochoa ha conseguido un papel menos rutinario de lo acostumbrado, como
otro de los adversarios de Gibson. Si bien Ochoa ha tenido varias apariciones
en películas de gran presupuesto donde invariablemente interpreta a un sicario
(como en Hombre en llamas, donde tuvo
el privilegio de que Denzel Washington lo finiquitara con una bomba situada en un lugar estratégico), en otras ocasiones, como 007 Quantum, ha sido el matón secundario que ni siquiera abre la
boca. En esta ocasión, aunque de nuevo en el registro de villano, tiene varios
diálogos y credibilidad como un hombre capaz de cualquier fechoría.
Sin embargo,
dados los antecedentes de Gibson como héroe de acción, es contradictorio que la
parte más floja sea la forma en la cual se resuelven algunas escenas, como el
risible pretexto para la cita en el rascacielos
o el tiroteo en la cárcel.
Más que despertar indignación por su tosco
retrato de la sociedad mexicana (ver la crítica de Luis Tovar para La Jornada, “Tijuana es lo de menos”,
08/julio/2012), Atrapen al gringo nos
muestra la buena salud de los lugares comunes que, no se olvide, con tanto entusiasmo el mexicano ha contribuido a propagar.
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