Las películas protagonizadas por superhéroes de
historieta resultan de interés porque las características de estos nos revelan las
carencias que la sociedad pretende suplir.
Particularmente interesante es el caso de Batman,
carente de superpoderes, a diferencia de Superman, el Hombre Araña o los
Hombres X. Como se sabe, Batman suple esas limitaciones con su dinero, la
tecnología y sus habilidades como detective, así como en su apelación a lo
gótico, de ahí su extravagante disfraz.
Batman, además, es un héroe ostentosamente violento y
a veces trastornado. El Hombre Araña es incapaz de excederse durante las
palizas que inflige a sus enemigos y, cuando lo hace, se arrepiente. Batman, en
cambio, si bien no es un asesino a sangre fría (como The Punisher), es capaz de torturar.
Los superhéroes se enfrentan con una época en que la violencia
por lo general es condenada, a menos que ocurra en un contexto exótico que permita interpretarla
como manifestación de coraje libertario. Un ejemplo: la llamada “primavera
árabe” y la autoinmolación de Mohamed Bouazizi.
En El Caballero
de la Noche Asciende hay una escena de pelea en la cual Batman prohíbe el
uso de una pistola y en más de una ocasión tiene la oportunidad de finiquitar a
los villanos desde la seguridad de su aeronave. Pero no lo hace, suponemos que por su sentido
del honor y por esas reticencias modernas contra la violencia.
Hay que recordar los antecedentes de Batman: una serie
de televisión cómica en los sesentas y las películas de Tim Burton que
pretendieron devolverle el aura atormentada que el personaje tuvo en el cómic;
algo que se revirtió con Joel Schumacher, quien retomó la comedia de la serie. La
llegada del inglés Christopher Nolan convirtió de nuevo al personaje en un
fenómeno, con su apelación al Batman atormentado,
de ahí que ahora comentemos su tercera entrega, Batman: El Caballero de la Noche Asciende (The Dark Knight Rises, EUA| Reino Unido, 2012).
Estamos ante un éxito comercial que ha recibido
críticas mixtas, sobre todo por su inverosimilitud. Es inoportuno el argumento
de que la película de Nolan tiene lugar en un mundo alterno (como Narnia) en el
cual hay otros reglas.
Con todo y el enfoque “realista” de Nolan, al director
inglés no parece interesarle la verosimilitud a costa de todo, para él secundaria ante el espectáculo,
sin perjuicio de que sus críticos luego la contemplen, pero en vano. Tampoco
decimos que Nolan disimule y pretenda engañar: es demasiado ostentoso en sus
libertades (la escena de la vértebra salida, por ejemplo). Recuérdese al respecto una frase de
Hitchcock, que desde luego no tenemos por qué suscribir: “Pedir a un escritor
que tome en cuenta la verosimilitud parece tan absurdo como pedirle a un pintor
que reparta los colores con exactitud. Para eso existe la fotografía o, en el
caso del cine, los documentales”.
Se ha señalado la actitud imprudente de Batman ante el
peligro, impropia en un personaje de su inteligencia. Sin embargo, como lo hancomentado los fans de las historietas, Nolan solo es consecuente con los comics
que inspiran su cinta, donde un Batman depresivo anda en busca de un fin trágico
y heroico, como se dice en cierto diálogo.
Para nosotros, lo más importante radica en un detalle
en el cual, creemos, está la clave de la película. Batman está vinculado a una
ciudad que, si bien es ficticia, funciona como vehículo para canalizar su
altruismo. La justicia de Batman, así, es racional, aunque los pacifistas lo
condenen, porque es la contrafigura de la Liga de las Sombras: esta ataca
Ciudad Gótica porque en ella se resume la decadencia de la civilización, algo
que se pretende subsanar con un baño de sangre; en cambio, Batman quiere salvar
la ciudad, pero no la ciudad en general (no da lo mismo Tokio que Londres),
sino una en especial, que a la vez es una parte representativa de Norteamérica,
con futbol americano, consumismo y lengua inglesa. Para el terrorismo, ya se
sabe, en el pasado el rascacielos ha sido “el corazón del Imperio”.
¿Significa eso que Batman defiende el
capitalismo? Semejantes afirmaciones solo ponen en evidencia la simplificaciónque el pensamiento altermundista ha impuesto como norma para juzgar la economía
política. Se ha identificado la ideología de Bane con los jóvenes de Occupy Wall Street, sin tomar en cuenta los juicios arbitrarios que llevan a cabo las
cortes que el villano instaura. Batman no está interesado en tomar el poder del
Estado, sino en conseguir que este persevere. No es un anarquista y eso duele
en un mundo donde la izquierda indefinida abraza cualquier causa con una alegre
mescolanza de voluntarismo y ansias cosmopolitas. ¿Se imaginan a Batman secuestrando a Julian
Assange de la Embajada de Ecuador en Londres por el bien de los secretos de
Estado de Gotham? Yo sí.
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