El director francés Jacques Audiard se ganó el reconocimiento casi unánime de la
crítica en 2009 con su película Un
profeta, la historia de un criminal de poca monta quien, contra su
voluntad, resulta metido hasta las entrañas de un peligroso grupo mafioso. Drama
carcelario brutal con tintes oníricos (de ahí su título), Un profeta era la historia de un personaje marginado quien, por
medio de su inteligencia, buscaba sobrevivir en las circunstancias más adversas,
con una persistencia en el ser que bien puede reconocerse en su posterior
cinta, que ahora comentamos.
En Metal y hueso
(De rouille et d’os, Francia|
Bélgica, 2012), Audiard de nuevo aborda la vida de un sobreviviente, el
fortachón Alain (Matthias Schoenaerts),
quien trata de sacar adelante a su pequeño hijo Sam (Armand Verdure). Por las noches, Alain se gana la vida como guardia
de seguridad en un antro y es ahí donde conoce a Stéphanie (Marion Cotillard), entrenadora de
ballenas en un parque marino.
El resultado es un intenso romance que, con todo y lo
improbable que resulta, Audiard logra hacer verosímil. Cuando Stéphanie sufre
un accidente que la hunde en la depresión, la película da un giro con el
involucramiento entre ella y Alain, además entusiasta participante en peleas
callejeras ilegales (con lo cual el director hace referencia a su gusto por el thriller).
Sorprende la forma en la cual el realizador retoma la
narrativa del canadiense Craig Davidson, para vincular con efectividad materiales
en apariencia tan irreconciliables como una sofisticada mujer (algo vacía) que
se convierte en la amante de un bruto de buen corazón y, de esa forma, a pesar
de ciertas limitaciones físicas, alcanza el culmen de la satisfacción sexual y
sentimental. Lo anterior sin noticias del melodrama, a pesar de que la mesa
parecía servida para tales fines.
Casi por nada los críticos han interpretado la
historia de Metal y hueso como un
moderno cuento de hadas, con una Bella y una Bestia asimilados por completo al
contexto de la Antibes contemporánea (ver el texto de Javier Ocaña “La sirenita y la Bestia”, El País, edición del 14
de diciembre de 2012).
Como muestra de esa habilidad para conciliar lo
heterogéneo está esa escena en la cual la mujer emula una coreografía propia de
su trabajo como entrenadora, todo ello con una música de fondo que para muchos
bien puede resultar insólita en el contexto de un drama de estos alcances,
“Firework”, la canción de Katy Perry, nada menos. Audiard hace que un tema pop y
la alegría despreocupada que conlleva cobre sentido en la gesta, sin duda
heroica, de una mujer quien, como Stéphanie, trata de superar un problema de
gran magnitud. Un coctel, mezclado por Audiard, donde además el kick boxing juega un papel trascendental
como disciplina capaz de reivindicar al paria.
Por si fuera poco, Audiard proporciona apuntes de
crítica social a propósito de los problemas laborales en la idealizada Francia
actual, con un patrón que se dedica a espiar subrepticiamente a sus empleados.
Es decir, personajes que tienen que lidiar con el delito y otras faltas con tal
de ganarse la vida, como ya se había visto en otras películas francesas de
reciente estreno, por ejemplo en la también muy recomendable Las nieves del Kilimanjaro (2011), de Robert Guédiguian.
Entre lo mejor de la película, además de la notable
actuación de Cotillard (no hay rastro de la frialdad que mostró en ciertas
escenas del último Batman de Nolan)
hay que ubicar un par de escenas: cuando la entrenadora se acerca al cristal
del acuario para saludar a la ballena, o bien, la imagen de un Alain eufórico
luego de una pelea especialmente difícil.
Acerca del intérprete de este último, Matthias
Schoenaerts, el actor ya había mostrado su solvencia en una película muy
trágica, Bullhead (2011), en la cual
interpretaba, al igual que Cotillard en esta ocasión, a un personaje que tiene
que enfrentarse con una severa limitación.
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