Surgido de uno de los proyectos más deleznables de
Televisa, el serial de terror Hora
marcada (1986-89), con el paso de los años Guillermo del Toro se ha convertido en un cineasta capaz de elegir tareas a placer y que además puede darse el lujo de rechazar El Hobbit.
De ahí su participación como “Guillermo del Toro
presenta” en películas del género como Splice.
Experimento mortal, El orfanato y
ahora Mamá (España| Canadá, 2013),
del argentino avecindado en España Andrés
Muschietti.
La cinta tiene como origen el corto del mismo nombre,
de 2008, que el director llevó a cabo con la colaboración de su hermana Bárbara en la producción y quien ahora
lo asiste en la escritura de un guión tan desigual como llamativo.
Los hermanos Muschietti demuestran su habilidad al
momento de dosificar los datos de la historia y una vez que ha quedado claro
que hay un fantasma al acecho también son capaces de modular sus apariciones
con cierta elegancia. Como ejemplo la forma en que aprovechan la miopía de uno
de los personajes (quien además es una niña pequeña) para no mostrar al
fantasma.
Es como si los Muschietti comprendieran el problema del fantasma: una cosa es leer acerca de una aparición fantasmal, “¡Silba y
acudiré!”, por ejemplo, de M.R. James, y otra muy distinta es ver al fantasma,
ruptura radical con lo que consideramos posible (todo ello sin perjuicio de las
numerosas supersticiones tan comunes entre nosotros).
Los fantasmas no existen, como debería estar claro y
cualquier intento del cine por hacernos partícipes de lo contrario tendría que estar
sujeto a un estricto código visual, como en Los
otros, por ejemplo, en la cual Alejandro Amenábar, con ingenio, anula lo
que de otra forma habría sido una abrupta y forzada transición entre el “mundo
de los vivos y los muertos”.
Más adelante, otro acierto: Annabel (Jessica Chastain), está concentrada en
sus labores domésticas y, en el mismo encuadre, alcanzamos a ver un poco de la
habitación de la niña y sus juegos infantiles con “alguien”. Sin que Annabel lo
note, la niña flota en el aire, pero el espectador no ve quien la sostiene,
aunque en ese momento ya conste que efectivamente hay un fantasma en la casa. Antes
de mostrar, sugerir: en otra escena, la presencia del fantasma en el clóset se
insinúa por un dibujo infantil en la pared de junto.
Pero luego, la vulgaridad: la mujer fantasma aparece
una y otra vez frente a nosotros, por obra y gracia de las imágenes generadas
por computadora. El diseño del fantasma no es errado porque, como lo explica un
personaje, emula el deterioro de un cuerpo a la intemperie. Sin embargo los
Muschietti, antes aparentemente precavidos, como hemos explicado, pierden por
completo el pudor, como si hubieran resuelto el problema del fantasma, cosa que
nunca hacen.
Luego el guión depende en buena parte de los fallos de
los personajes. ¿De verdad alguien puede considerar que es buena idea
confrontar un fantasma en una cabaña sin energía eléctrica, alejada de la
civilización? Y todo ello sin dejar recado: voy a resolver un misterio de
ultratumba, vuelvo en un rato.
La película naufraga en la tontería de los personajes
más preparados, como se supone en el caso del psicólogo infantil. Si este
señor, que está para proteger a la gente de sí misma, no es capaz de cuidarse,
entonces nadie está a salvo. Además, en sentido estricto, ¿qué sería de los
locos si el mismo loquero diera rienda suelta a las explicaciones más
extravagantes? Un estudioso supuestamente serio de la “mente humana” deviene
aficionado de lo paranormal.
Acaso la mejor forma que la película tiene de afrontar
el tema de la fealdad y el cuerpo deteriorado, la materia maltrecha de una
madre desdichada que se convierte en fantasma vengativo, la podemos encontrar
en la belleza de la protagonista, Jessica Chastain y en la forma en que encarna
otro de los guiños de la cinta: una roquera de físico espectacular cuya imagen
coquetea con el imaginario gótico de ese tipo de música, para luego revelar que
en efecto las imposturas del rock en realidad nada saben del terror de una
madre castrante y fantasmal.
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