La idea de Compliance
(EUA, 2012), escrita y dirigida por Craig
Zobel, es excelente, no así su desarrollo. Sandra (Ann Dowd), la gerente de un restaurante de comida rápida, ChickWich,
recibe una llamada de un policía, el oficial Daniels (Pat Healy), quien le dice que una de sus empleadas, Becky (Dreama Walker), robó dinero de un
cliente y este último ha presentado una denuncia. La película es la historia de
cómo la joven es sometida a un trato cada vez más vejatorio por parte de sus
empleadores para encontrar el botín del robo, todo ello por instrucciones del
supuesto polizonte.
Es decir, un buen número de adultos obedece las cada
vez más extrañas instrucciones de un desconocido… No, todavía peor: las órdenes
dictadas por la voz de un desconocido,
simplemente porque este dice ser un policía. Así que hay que obedecerlo, aunque
ello implique desvestir a la joven, inspeccionarla hasta el último rincón y, el
colmo, abusar sexualmente de ella.
Semejante historia precisa una verosimilitud a prueba
de balas y ese es precisamente el problema: no hay tal, a pesar de que Zobel se
apoya en oportunos letreros que nos aclaran que lo que vemos está basado en una historia real. Y no solo eso, sino que en Estados Unidos se han registrado
setenta casos semejantes, agregan.
Aunque pase todos los días: Zobel puede mandar poner
todos los letreros aclaratorios que quiera, lo cierto es que exige demasiado de
los espectadores. Es lo mismo si la increíble historia que tiene lugar en la
pantalla está inspirada en sucesos reales (igual se puede tratar de un tic
borgiano de Zobel, a la manera de Fargo,
de los hermanos Coen, aunque finalmente no es el caso). Lo importante es la
ilusión de verdad, que lo que ocurre parezca real aunque en realidad no lo
sea. Y no lo parece.
Sin embargo, desde el primer momento, Zobel intenta sentar
los precedentes que habrían permitido que una persona inocente sea sometida a
semejante humillación. Cuando la película empieza nos enteramos de que Sandra,
la gerente, está preocupada porque uno de sus empleados (no sabemos quién) dejó
la puerta de un congelador abierta. ¿El resultado? Pérdidas por 1,500 dólares.
Además, se avecina una tragedia en el imperio de la
comida rápida, porque por otro error del personal el restaurante no tiene
suficientes pepinillos ni tocino. Por si fuera poco, se dice que el inspector
de la zona se dispone a hacerles una visita.
Es decir, la obediencia de Sandra se explicaría, al
menos en parte, por su nerviosismo a propósito de las explicaciones que tendría
qué dar a la cadena por sus errores al frente del negocio.
En otro diálogo nos enteramos de que Becky tiene problemas
económicos y no puede permitirse perder el empleo. Por eso, se supone, habría
aceptado de forma tan sumisa que la interrogaran.
Los defensores de la cinta, como el crítico
norteamericano Roger Ebert (quien le dio tres estrellas de cuatro como calificación),
esgrimen argumentos de orden psicológico relacionados con nuestra sumisión como
especie ante la autoridad (o la aparente autoridad). Ebert de hecho cita los estudios de un científico, Stanley Milgram.
La pregunta de Ebert tal vez no sea del todo inoportuna:
¿qué habríamos hecho nosotros en semejante contexto? Sin duda Compliance es susceptible de convertirse
en el centro de un debate interesante, siempre y cuando los espectadores
resistan la falta de carácter de sus personajes. Una vez escuché de un director
de cine lo siguiente: no me gusta cuando una historia depende demasiado de la
falta de inteligencia de sus personajes. Compliance
se viene abajo como ficción de no ser por la mansedumbre de quienes en ella
intervienen. Compliance, al fin y al
cabo, se traduce como “conformidad”.
Sin embargo, el desempeño del elenco es notable, igual
que el riesgo que ha corrido su director al llevar a la pantalla una historia
sensacionalista que puede vender periódicos pero que como ficción poco tiene
que aportarnos. Tal vez el error está en el formato y un documental habría sido
un medio mucho más idóneo para contar una historia acerca de la facilidad con
que determinados personajes asumen, según su carácter, el rol de víctimas o el
de victimarios.
Acaso lo mejor de la película sea su lectura como
síntoma: una sociedad marcada por la apremiante necesidad de comida rápida,
pero que se toma su tiempo cuando se trata de abusar de un inocente.
Una nota curiosa: en España, Compliance se estrenó en el Festival de Sitges, dedicado al terror,
como bien lo saben los lectores de este semanario. Tiene sentido.
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