Un film que trata de ser hipnótico pero es tramposo. En trance (Trance, Reino Unido, 2013), la nueva película del inglés Danny Boyle, apela a la calidad de su
fotografía y su edición, así como a la extraordinaria belleza de su
protagonista, Rosario Dawson, para
tratar de obnubilar al espectador, quien así tal vez ignore los profundos defectos en la construcción de su historia.
Simon (James
McAvoy) es el empleado de una compañía de subastas, quien se ha puesto de
acuerdo con un grupo de asaltantes para robar un cuadro de Goya. Sin embargo, Simon
recibe un golpe durante el atraco, lo cual provoca que pierda la memoria y por
lo tanto no recuerde dónde ha dejado escondida la obra. Por lo tanto, Franck (Vincent Cassel), el jefe de la banda,
decide someter a Simon a la terapia de la guapa doctora Elizabeth (Dawson). La
película cuenta la historia de la creciente tensión (cifrada por la violencia y
el sexo) entre los distintos personajes.
No es extraño que una película de Danny Boyle tenga
esos defectos (la vitalidad del espectáculo antes que la solidez de la trama) o
bien esas cualidades: una vigorosa opción de entretenimiento y que acaso merece
ser recordada como película erótica.
En ese último sentido, Dawson se confirma como una
actriz cuya presencia no es desaprovechada, como no ocurría al menos desde su
papel en Sin City. De hecho, en un
detalle de sofisticada narrativa, hay partes de su cuerpo que se utilizan como
claves para interpretar el arte del siglo XVIII y XIX.
Acaso el aspecto más logrado de la cinta sea el de la
fallida historia de amor a la cual remite, un episodio de celos y maltrato cuya
irrupción está entre lo mejor de este largometraje, ambicioso al mismo tiempo
que sometido a las carencias de un guión que llega a insultar la inteligencia
del espectador, sobre todo en su escena climática; nada menos.
Y, por si fuera poco, En trance nos quiere hacer suponer que la excitante posibilidad del
amor prohibido puede exculpar a los personajes de su falta de ética (no por
robar un cuadro, lo cual remitiría a la moral), al sacrificar a “la única víctima
inocente de la intriga”, como ha dicho con fortuna el crítico Leonardo GarcíaTsao (“Qué transa”, La Jornada,
edición del 11 de mayo de 2013).
Por lo anterior, En
trance recuerda a Desconocido (Unknown, 2011), aquella película de Liam Neeson en la cual interpretaba a un implacable asesino, supuestamente exculpado
por un episodio de amnesia, después del cual opta por no responder por sus
crímenes; todo ello una vez que se ha pasado al lado del bien, gracias a lo
cual, se supone, debemos admirarlo.
Los problemas de verosimilitud de la cinta se agravan
si pensamos en que esta recurre a abundantes saltos espaciotemporales, que
tratan de representar la memoria dislocada de Simon. También hay escenas
oníricas, una de ellas ambientada en la capilla de Ronchamp.
A pesar de tantos recursos, estamos ante un proyecto
muy por debajo del debut de Boyle como director, Tumba al ras de la tierra (1994), escrita por el mismo guionista de
En trance, John Hodge. Sin embargo,
este nuevo intento es mucho mejor que Slumdog
Millionaire, que es preciso olvidar cuanto antes.
A pesar de sus defectos, hay ocasiones en que En trance sugiere un mundo de ensueño (y
pesadillesco) capaz de intrigar, como en esos planos del portero del Chelsea Peter
Cech, quien se lanza una y otra vez a parar un gol. Estamos en Inglaterra, país
futbolero, no se olvide. O bien, esas frases que coquetean con el secreto: “No
seas un héroe”, “ninguna obra de arte vale una vida humana”. ¿De veras?
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