La caza (Jagten, Dinamarca, 2012), de Thomas
Vinterberg, cuenta la historia
del profesor de un jardín de niños, Lucas (Mads
Mikkelsen), quien es acusado de abusar sexualmente de una de sus alumnas,
para colmo hija de su mejor amigo.
En un contexto idealizado, la Dinamarca modélica del
Estado de bienestar, bien afianzada con uñas y dientes en el mito de Europa, la
cinta critica los métodos (completamente inapropiados) de las autoridades
escolares, quienes más pronto que tarde se encargan de difamar al profesor en
medio de una sociedad dizque tolerante, pero en la cual no tarda en aparecer
una violencia brutal como escarmiento.
Así, en el pueblo donde tienen lugar los hechos, la
caza es el rito de paso mediante el cual los niños se vuelven hombres, porque
cuando un joven obtiene su licencia de cazador se celebra una ceremonia para
dejar constancia de su paso hasta la vida adulta.
Cuando Lucas se convierte en un apestado que ni
siquiera puede comprar víveres en el supermercado del lugar (so pena de recibir
una paliza del carnicero), queda claro que estamos ante la presa de una cacería
llevada a cabo por sus compañeros de trabajo y por sus conciudadanos, a cual
más listo para hacerle daño y de esa forma dejar claro que todos están
dispuestos a luchar contra el monstruo.
La caza es la historia de lahumillación pública de un inocente en una sociedad donde no parece haber
alternativas para otra cosa que no sea el linchamiento como medida de
prevención.
En el pasado, como integrante de la promoción de
directores Dogma 95, que pretendió caracterizarse como un movimiento de
vanguardia, Vinterberg abordó un tema parecido en su película La celebración (1998), solo que en esta
el abuso sexual sí había ocurrido, mientras que en La caza el profesor Lucas no tiene culpa, ya lo hemos dicho.
Vinterberg muestra la facilidad con la que la broma infantil de una niña de kínder se puede convertir en la sentencia de muerte de
un adulto, cuando la directora de la escuela no sabe cómo actuar y decide,
literalmente, huir, no sin antes dar la voz de alarma (por si acaso) contra el
degenerado. Todo ello en un país elogiado por su educación, pero donde a las
primeras de cambio al señalado le apedrean la casa. Ah, pero eso sí, en la
escuelita hay una “hora de la fruta”. Muy saludable, claro que sí. Acaso el
mejor lugar para señalar el surgimiento de la maldad es ese hermoso sitio de
casas perfectas en medio del bosque de los ciervos.
Llama la atención que para interpretar al pobre hombre
que va a convertirse en el paria del lugar se haya elegido a Mikkelsen, ahora
conocido por su papel de asesino antropófago en la serie de televisión Hannibal (2013-), de Bryan Fuller, en la
cual el actor interpreta al sofisticado psiquiatra afecto a la carne humana que
hace décadas se hizo famoso gracias a la interpretación de Anthony Hopkins en El silencio de los inocentes. Antes,
Mikkelsen había encarnado al temible villano Le Chiffre de Casino Royale, de la saga 007. Sin embargo, a pesar de esos
registros, Mikkelsen es aquí una víctima con apenas unos aliados.
Vinterberg deja de lado cualquier extravagancia, como
sí ocurría con la cámara en mano de La
celebración o esa suerte de western
delirante que se llamó Querida Wendy,
acerca del peligroso juego de un grupo de jóvenes enamorados de las armas como
vía de emancipación.
Las armas, se supone, son para las personas maduras,
como lo deja claro el epílogo de la cinta. Al menos esa es la idea pero también
hay un afán de ajusticiamiento que persigue con tenacidad al protagonista.
Además de la engañosa belleza del pueblo, Vinterberg aprovecha el simbolismo de
la Navidad, presentada como fiesta de la confrontación antes que de la armonía.
Se discute mucho si el arte tiene una función
didáctica y las respuestas por lo general tienen qué ver con un consumidor
hedónico que no está dispuesta a asumir ningún compromiso. Sin embargo, nos
parece evidente que La caza advierte
de los peligros que subyacen no en la fantasía de los niños, sino en el morbo
de los adultos. Aquí y en Dinamarca.
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