Iron
Man tiene una ventaja si se le compara con el resto de los superhéroes
actualmente disponibles en el mercado pletórico de las historietas adaptadas al
cine de gran presupuesto: es un cínico y eso lo acerca de forma natural a la
comedia, sin tener que partir de la solemnidad propia del Batman de Christopher Nolan, por ejemplo.
Lo
mismo ocurre si pensamos en las otras características del personaje: su
promiscuidad sexual (asumida como un vicio y no como una tapadera, lo que
ocurría en el Batman Begins de
Nolan), su ambición y su vanidad. Poseedor de un genio científico que le
permite desarrollar armamento militar y erigirse en salvador de un país siempre
amenazado, Tony Stark/ Iron Man ni siquiera se preocupa por cuidar su
anonimato, porque eso implicaría renunciar al prestigio social de ser un norteamericano
triunfador más allá de cualquier límite: una estrella pop al mismo tiempo que
un guerrero del siglo XXI que se considera a sí mismo invencible.
De
ahí que se haya elegido a Robert Downey
Jr. para interpretar al personaje, un actor capaz de hacer referencia,
siempre con distancia e ironía, a los ideales de un cierto tipo de héroe de
pretendida actualidad, altamente tecnificado, capaz de no tomarse en serio y al
mismo tiempo decidido a poner su vida en peligro por los demás, como cabe
esperar de casi cualquiera de estos personajes.
No
es el dinero lo que diferencia a Iron Man y Batman, sino su
actitud ante la sociedad: marcada por la vocación del juego en el primero (ese
probar de forma constante el criterio de lo que se considera “maduro” o
apropiado) y por la tragedia y el sacrificio en el segundo, capaz de asumir las
culpas de otro (Harvey Dent, en la segunda parte de la trilogía de Nolan, El caballero oscuro) y ser señalado como
un criminal.
Ambos
son huérfanos y tienen que lidiar con el peso de la administración de un
legado, aunque lo que en Iron Man es episódico (apenas material de la primera
parte) en Batman es estructural: la figura del padre (o del mentor) siempre
está presente, en flashbacks que a
veces remedan la alucinación (o el delirio, si se quiere).
Iron Man 3 (EUA|
China, 2013), es dirigida por Shane
Black, quien ya había probado su habilidad para la comedia en otra de sus
películas, Kiss Kiss, Bang Bang
(2005), así como en la construcción de los personajes nada menos que de la
primera Arma mortal, cuyo guión está
firmado por él. Así que el héroe festivo y desafiante en la línea de Martin
Riggs, tal y como lo encarnó Mel Gibson, no es ninguna novedad para Black. Si
lo anterior fuera poco, véase su participación en la escritura de El último gran héroe, con
Schwarzenegger.
Iron Man 3 también
puede adoptar un discurso grave, como cuando nos presenta a su personaje como
la víctima de un trauma posterior a su enfrentamiento con los villanos en la
parte climática de The Avengers. Lo
que ocurrió parece haberle pasado factura, como queda ilustrado a la perfección
en una de las escenas, de corte terrorífico, cuando Iron Man ataca a la amante
de Stark, Pepper Potts (Gwyneth Paltrow).
En
todo caso, el gran riesgo de lo que parece ser un falso cerrojazo a la trilogía
está en la concepción del villano, el Mandarín (Ben Kingsley). Advertimos que a continuación revelaremos un poco de
la trama, así que a dejar de leer si no la han visto.
El
Mandarín, como lo recordarán los aficionados a las animaciones del Hombre de
Hierro, es el archienemigo de este último. De ahí que fueran muchas las
expectativas por verlos enfrentarse. Black y su equipo, decíamos, corren un
riesgo mayúsculo. Se supone que el Mandarín es un peligroso terrorista, pero se
le presenta con un desenfado todavía mayor que el de Iron Man. A pesar de todo,
este conserva un mínimo de dignidad que le permite ser finalmente un héroe; en
cambio, el Mandarín es convertido en un personaje risible.
¿Es exitosa la medida? Sí, porque pone en evidencia los miedos de la sociedad
norteamericana (una vez que se revela el secreto, los videos propagandísticos
del Mandarín parecen ridículos), pero cancela la posibilidad de ver una gran
batalla entre dos rivales de excepción. Y el enfrentamiento entre Iron Man y su
enemigo verdadero no llena ese vacío, a pesar de su aparatosidad.
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