El profesor Marston y la Mujer Maravilla (Professor
Marston and the Wonder Women, EUA, 2017), de Angela Robinson. Es una feliz
“coincidencia” que justo en el año en que se estrena la Mujer Maravilla, de
Patty Jenkins, aparezca también la cinta que cuenta cómo fue que se forjó este
personaje de historieta, nacido de las obsesiones del psicólogo del título,
interpretado por Luke Evans, en torno a la conducta humana y en especial a su
sexualidad. Ni se imaginan, me parece, los entusiastas de la película de
Jenkins (o de la serie de televisión protagonizada por Lynda Carter en los
setenta), la reivindicación de una sexualidad gozosa en los cómics originales,
así como el regodeo en prácticas como el sadomasoquismo, el cosplay y el bondage, que podía verse en estas historietas, para nada inocentes,
sino cargadas de ideología: la reivindicación de una mujer emancipada y fuerte,
encarnada en la heroína en cuestión. Así, el filme de Robinson (antes directora
de ciertos episodios de True Blood), nos cuenta la gestación de la Mujer
Maravilla, que tiene lugar en Norteamérica, entre la década de los veinte y los
cuarenta: Marston y su esposa, Elizabeth (Rebeca Hall), trabajan en un college, Radcliffe, en donde ambos tratan
de desarrollar una nueva tecnología, el detector de mentiras. Para ello y otras
tareas se une a ellos una joven asistente, Olive (Bella Heathcote), con quien
la pareja terminará teniendo un apasionado romance y un longevo enamoramiento,
que además será también una productiva colaboración intelectual: de hecho, el
éxito final del detector de mentiras será obra de ellas. Sin embargo, por ese
romance tan poco común comienzan las penurias del profesor, cuestionado por la sociedad de la época por sus prácticas de amor libre, que luego son el alimento de su criatura más famosa: Diana, la Mujer Maravilla. La teoría del profesor, expresada en el libro Emotions of Normal People y combinada por su
fascinación con el erotismo, se convierte en la justificación ideológica de la
superheroína: el lazo, que obliga a los villanos a decir la verdad, es una
variante del detector de mentiras, mientras que el traje de Wonder Woman
proviene del armario de un francés libertino vendedor de lencería. Sin embargo,
la verdadera hazaña será, como veremos, la defensa de un amor atípico, que de
verdad precisa de mujeres maravilla. De ahí que uno de los aciertos sea el
desempeño del elenco, que además aprovecha el pasado como héroe épico de Evans,
mientras se regodea en la belleza de Heathcote, protagonista de escenas de
nalgadas, tríos y ataduras. Es decir, estamos ante una película erótica que le
da otro sentido al popular personaje, al mismo tiempo que realza el papel de la
mujer en nuestras sociedades.
No hay comentarios:
Publicar un comentario