El primer gran acierto de The Hunter (“El cazador”, Australia, 2011), película de Daniel Nettheim, es recuperar para su
historia el tilacino, también conocido como tigre de Tasmania, un marsupial carnívoro oficialmente extinto desde los años treintas.
Sin embargo, como lo sabe cualquier afecto a los
documentales del National Geographic, hay testimonios de personas que aseguran
haber visto este misterioso animal. A partir de la novela homónima de Julia Leight, The Hunter se aprovecha de esos rumores para construir una película
de aventuras que echa mano además de polémicas ecologistas, lo cual da como
resultado un filme en el cual las relaciones entre los personajes están
cifradas por un misterioso animal tutelar cuya influencia es mayor de la que se
cree.
Martin David (Willem
Dafoe) es un cazador que recibe una encomienda de una poderosa empresa: obtener los restos del último
tilacino. Para ello se transporta a Tasmania, donde bajo otra identidad (se
hace pasar por científico) tendrá que enfrentarse con el recelo de los lugareños,
al mismo tiempo que se relaciona con un grupo de ambientalistas.
Desde las primeras escenas, cuando vemos los artículos
de limpieza perfectamente alineados, sabemos que el personaje se distingue por
su disciplina, la misma que le impide interesarse por los atractivos turísticos
de la ciudad. O bien, el ritual de sus morosos baños de tina.
En Tasmania, el cazador, experto en arrebatar la vida,
se verá en la encrucijada de tener que defenderla. Los leñadores del pueblo
necesitan trabajar, pero los ecologistas no están de acuerdo con la tala del
bosque, que protegen. Así, el protagonista llega a un pueblo tan hostil como
dividido.
El animalismo, ideología actualmente muy poderosa,
está detrás de buena parte de la película, con momentos de mera propaganda en
favor de los jipis ambientalistas, en detrimento de los bárbaros que han
cometido el pecado de ser leñadores, tan extravagantes que son afectos a comer.
A pesar de eso, la historia apuesta por la redención en una escena definitiva
por el enfrentamiento entre el cazador y una de sus presas.
El talento de Nettheim queda patente en una de las
mejores escenas de la película, ambientada con la canción de Bruce Springsteen,
“I’m on Fire”, con la dicha de la mujer, al final trastocada.
O bien, en la dirección de actores. Sorprende lo que
el realizador ha logrado con la niña, Sass (Morgana Davies) la hija del explorador perdido, y su hermano, el
niño mudo, Bike (Finn Woodlock),
quienes protagonizan algunos de los mejores momentos. Así, The Hunter también es un drama acerca de la familia que se sueña
feliz, acaso de una forma apenas ilusoria, como en ese día de campo.
Sin embargo, el tilacino no es un mero pretexto para
darle trascendencia a un drama que no excluye la anécdota amorosa, con un
pretendiente que trata a la mujer con abnegación.
Desde los dibujos infantiles, que decoran el muro, el
tigre de Tasmania se revela como una figura capaz de intervenir en el destino
de todos los personajes, aunque algunos de ellos simplemente desconozcan su
existencia. Por el tilacino se mata y en él, señor del bosque, está la clave.
El tilacino de The
Hunter se nos muestra así como un remedo de aquellos animales del
paleolítico inmortalizados en las cavernas a manera de pinturas rupestres. Bestias
veneradas como dioses, como explica el filósofo español Gustavo Bueno en su teoría de la religión.
De acuerdo con esa clasificación, The Hunter sería un caso de cine religioso primario, como ocurre en
Tiburón (1975), de Steven Spielberg y El oso (1988), de Jean-Jacques
Annaud. El animal es temido, venerado y también se busca su derrota.
Sin embargo, a diferencia de sus predecesoras, en The Hunter estamos ante el último
tilacino, la especie de la cual todos hablan, un dios agonizante y que tiene
entre sus buscadores a sus auténticos devotos. De lo mejor de 2011.
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