Los espectadores familiarizados con el cine del
norteamericano Alexander Payne verán
Los descendientes (The descendants, EUA, 2011), como el
desarrollo lógico que la filmografía de este director sugiere: la construcción de
un conjunto de personajes masculinos al momento de enfrentarse con las diversas
formas de la crisis vital.
Las criaturas masculinas de Payne adquieren diversas
apariencias, aunque todas ellas con algo en común: en sus años de madurez se
descubren en desventaja, traicionados. Puede ser que se encuentren en franca decadencia,
como el anciano interpretado por Jack
Nicholson en Las confesiones del Sr.
Schmidt (2002), víctima del exceso de tiempo libre en una sociedad que lo
desecha apenas se retira.
O bien, el personaje puede ser como el escritor
fracasado de Entre copas (2004),
interpretado por Paul Giamatti,
quien durante una excursión por los viñedos californianos (el vino es una de
sus pasiones) sueña con una compensación no demasiado tardía para su maltrecha
vida amorosa.
El papel de ese varón enfrentado con un reto que
necesariamente lo rebasa ahora corre a cargo nada menos que de George Clooney, cuyo perfil de galán
maduro ha sido más que exaltado a lo largo de varios momentos de su
filmografía.
Los descendientes es una cinta
que apuesta precisamente por la opción contraria, pero de una forma que no
sorprende al tratarse de una película de Payne, quien después de todo ya se
había encargado de reducir a cenizas la sonrisa sardónica y triunfal de
Nicholson para hacer de él un viejo vulnerable.
Nada que ver con el Clooney que ha llegado a ser héroe
de acción en películas como en La gran
estafa. Matt King, el protagonista de Los
descendientes, está más cerca de otro trabajo de Clooney, Michael Clayton, aquel abogado venido a
menos quien, a pesar de sus problemas, tiene la fuerza para enfrentarse con una
poderosa compañía. Por eso King, a pesar de algunos precedentes que lo anuncian,
es inédito en la filmografía de Clooney, quien encarna a un padre atribulado y
que lucha por educar a sus hijas al mismo tiempo que trata de superar la
deslealtad de un ser muy querido.
En ese detalle (la deconstrucción de Clooney como
galán, podría decirse), está uno de los méritos de la cinta. El otro es la
forma en la cual el guión vincula a los personajes con la tierra de los ancestros
(como se indica en el título).
Es como si las tribulaciones de una de las hijas de
King, una adolescente conflictiva que trata de dejar las drogas, estuvieran
conectadas con los viejos pobladores de alguna isla hawaiana, inmortalizados en
las fotos familiares que se nos muestran mientras el protagonista nos describe
sus genealogías. Esos antepasados, omnipresentes (como lo demuestra la decisión
final de King), contribuyen a darle densidad a la historia.
O bien, el partido que se saca de la naturaleza no
sólo como falso paraíso en las primeras imágenes, sino también como metáfora de
la familia (islas desperdigadas).
De esa forma, Los
descendientes desborda la simple historia de intrigas familiares que la
superficie de su argumento parecía anunciar, aunque desde luego no desecha del
todo esta última, como puede verse en la aventura de la búsqueda del amante
desconocido.
En los filmes previos que comentábamos, Payne recurrió
a la película de camino (road movie, como
dicen en EUA), con el sr. Schmidt durante sus vacaciones forzosas, de la misma
manera que la pareja de amigos recorría el campo de Entre copas. En Los
descendientes, los personajes también emprenden un viaje, vuelos a través
del archipiélago y alguna excursión a un paisaje tan sobrecogedor como
simbólico.
Finalmente, es en su sentido del humor, cada vez más
acabado, donde el director confirma de nuevo una de sus virtudes. Humor en
momentos difíciles, no sólo como bálsamo sino como recordatorio de lo absurdo
de ciertas situaciones.
Para el recuerdo queda la imagen de la niña traviesa
que se mide la ropa de su hermana. O el amigo incómodo, quien está ahí para
representar la torpeza de cierto cine juvenil norteamericano, aunque luego dará
una sorpresa.
Los descendientes bien puede
convertirse este domingo, al final de la ceremonia del Óscar, en la mejor
película del ámbito comercial norteamericano.(Publicada originalmente en el periódico mexicano Primera Plana el viernes previo a la entrega del Óscar)
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