País
capaz de aplastar a otros y sin miedo de hacerlo, así se interpreta la enorme
China, nuevo imperio del mal que habrá de conquistar el mundo ante los ojos de
sus críticos o sus devotos.
En
el contexto anterior, el empuje de un país capaz de controlar a sus ciudadanos
y de intervenir en la economía de otros Estados, The Flowers of War (Jin líng
shí san chai, China| Hong Kong, 2011) se revela como una manifestación más
de ese poder y una para nada casual, porque estamos ante una gigantesca pieza
de propaganda a propósito del poder del país oriental en cuestión, organizada
en forma de una historia de amor y guerra, en el trasfondo del enfrentamiento
entre Japón y China.
Es
1937 y Japón, en ese entonces militarmente superior a China, toma la ciudad de
Nanjing. La cinta es una denuncia de la masacre y por la
cual se señala al ejército japonés (300 mil muertos durante un sitio de seis meses, así como la violación masiva de mujeres).
Sobre
la veracidad de la película tendrán que hablar los historiadores. Nosotros,
como es obvio, apelamos aquí más que a nada a la verosimilitud de la cinta, que
es constantemente desafiada por el director, el chino Yimou Zang, uno de los más célebres de su país.
En
el pasado, Yimou ha estado detrás de películas como Ni uno menos (1999), el drama de una profesora rural que tiene que
rescatar a uno de sus jóvenes alumnos, para que no deje la escuela. O bien, El camino a casa (2000), la historia de
amor y devoción entre una joven pareja, que trata de sortear los obstáculos
de siempre.
Sin
embargo, en 2002, Yimou será el director de Héroe,
cinta épica en la línea de El tigre y el
dragón que muestra las luchas entre las diferentes facciones de la China
medieval, luchas entre espadachines y vistosos choques entre ejércitos, así
como un despliegue de artes marciales
y virtuosismo.
En
los años posteriores, Yimou habrá de dirigir otras películas de ese tipo, como La casa de las dagas voladoras (2004) y La maldición de la flor dorada (2006),
todas ellas emparentadas con el mito y la obsesión de sus guerreros por
desafiar la gravedad con gracia, en batallas por el honor en las cuales héroes
y villanos son tan poderosos como irreconciliables.
Por
eso no es extraño que The Flowers of War
(en adelante Las flores de la guerra,
aunque de momento desconozcamos el nombre de esta película para
Hispanoamérica), eche mano de esa habilidad que Yimou tiene para filmar las
escenas de acción con el particular estilo del cine chino, pródigo en ese tipo
de lances.
De
esa forma, las hazañas de un soldado chino, en franca desventaja ante sus
enemigos japoneses, son filmadas como un verdadero alarde de fortaleza y
habilidad que le permite al chino derrotar a sus adversarios en las situaciones
más increíbles. De esa forma, al igual que en las cintas de guerra y lucha
medieval que hemos citado, Yimou hace cada vez más frágil la verosimilitud, en
orden de construir un espectáculo que ha sido interpretado por sus detractores
como una forma de pretender demostrar la superioridad china sobre sus enemigos.
El
relato se vuelve más accesible para el público occidental gracias al actor Christian Bale, quien interpreta a John
Miller, el antihéroe, un pillo que, como es obvio, verá en la guerra la
oportunidad de encontrar su redención.
En
un colegio femenino se esconde de la depredación japonesa un grupo de
estudiantes, quien se ve forzado a convivir con las prostitutas de la ciudad
que también desean pasar desapercibidas. Y en medio de ellas se encuentra
Miller, así que la mesa está servida para el romance y el heroísmo de quienes
se suponían cobardes, fórmula infaltable en tiempos de guerra.
La
intriga de Las flores de la guerra es
interesante y llama la atención sobre un episodio que invita al lugar común: no
tiene sentido remover viejas heridas. Sin embargo, en China piensan distinto,
de lo contrario no harían películas como éstas. Además, lo mismo habría que
decirle a todos los productores que encuentran en la II Guerra, el Holocausto o
la Guerra civil española sus temas recurrentes.
Una
cinta como Las flores de la guerra
resulta mucho más atractiva como fenómeno cuando se atiende a los que son sus
fines evidentes: la propaganda. Sin embargo, no todos los cineastas son capaces
de articular con habilidad una historia como ésta. Depende del espectador,
cándido o malicioso, si se toma al pie de la letra lo que le cuentan, en una
sociedad donde la papilla ideológica tiene una demanda muy elevada.
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