El legado de Bourne (The Bourne Legacy, EUA, 2012), de Tony Gilroy, es la cuarta entrega de la saga que en el pasado estuvo protagonizada por Matt Damon, entre 2002 y 2007.
De hecho El legado… se desarrolla más
o menos al mismo tiempo que la tercera parte, Bourne: El ultimátum, en la cual el proyecto del Departamento de
Defensa de los EE.UU. para la formación de asesinos internacionales es
evidenciado. Así, en El legado de Bourne
atestiguamos el intento de un grupo de funcionarios del gobierno en cuestión para
ocultar las pruebas de sus manejos.
Evidencia ambulante de esas iniciativas militares es
Aaron Cross (Jeremy Renner), uno de
los agentes, de ahí que sus jefes quieran aniquilarlo. Esto no será fácil,
porque el cuerpo de Cross ha sido transformado genéticamente, es un cyborg, de ahí que su fuerza e inteligencia
sean superiores.
La saga Bourne parte de las novelas de Robert Ludlum, que
en el cine alcanzaron su culmen bajo la dirección de Paul Greengrass, quien le
dio a la serie el estilo, a veces documental, que las identifica; todo ello con
los guiones de Gilroy, el actual director de la franquicia.
En la interpretación de Damon, Bourne se hizo famoso
como un agente secreto trágico, que no tiene claro quién es; una crisis de
identidad canalizada por la sobrevivencia y la venganza que pronto contagió a
muchas otras películas, que se vieron forzadas a filmar la violencia al estilo
Bourne.
En ese sentido hay que ver la evolución de James Bond
con el actor Daniel Craig, la serie Venganza
(Taken), con Liam Neeson, Sin salida (Abduction), Misión Imposible
3 y 4, así como Indomable (Haywire), todo ello posterior a Bourne. Héroes que no conspiran
tanto y en cambio golpean mucho, como bien explica el periodista Toni García
(“El futuro del espionaje ya está aquí”, El
País, 15/agosto/2012).
Nosotros agregaríamos a la lista El invitado (Safe House),
con Denzel Washington, Desconocido (Unknown), también protagonizada por Neeson y por último Cleanskin, con Sean Bean, que prueban la vigencia en taquilla de
las historias acerca de las operaciones secretas de la CIA y otras agencias.
El espía que sabía demasiado (Tinker Tailor Soldier Spy,
2011), de Thomas Alfredson, contaba una historia de espías clásica, centrada en
las fricciones entre las grandes potencias durante la Guerra fría. Si
contrastamos esta con El legado de Bourne,
veremos que sus diferencias son enormes, así como distintos son sus objetivos.
Tony Gilroy contaba en Michael Clayton,
su debut como director, el enfrentamiento entre una empresa millonaria (capaz
del crimen con tal de defender uno de sus productos) y el abogado estoico del
título, elementos que ahora incorpora en El
legado con algunas variantes.
En El legado de
Bourne el acento está puesto de nuevo en las proezas físicas de su
protagonista durante la lucha cuerpo a cuerpo y en las persecuciones
automovilísticas, así como en la búsqueda de una solución para los efectos
secundarios de su tratamiento genético. Las pesquisas de Cross recuerdan al
replicante Roy Batty de Blade Runner,
quien busca a su creador, el Dr. Eldon Tyrell, para que prolongue su vida. En
este caso, Cross acude ante el personaje de Rachel Weisz, quien en la película se convierte en su aliada
después de una escena que incluye otra referencia cinematográfica; nos
referimos a la escena entre el Kyle Reese y Sarah Connor en Terminator: “Ven conmigo si quieres vivir”.
Si la semana pasada mencionábamos el caso del Batman de Nolan, carente de superpoderes aunque reivindicador del orden
estatal por medio de la tecnología y el altruismo, la nueva entrega de Bourne
remite a los intentos de un imperio por preservar su poder por medio de
elementos propios de la ciencia ficción, como queda claro en la escena que
sirve para presentar al enemigo que Cross enfrenta en Manila. Todo ello
mientras el héroe trata de evitar ser procesado por el sistema como “daño
colateral”.
Un imperio capaz de recubrir el globo con sus
acciones y de imponer la mentira política, como queda claro en el discurso del
villano, interpretado por Edward Norton. Con la crónica de ese dominio político
la película confirma su condición de gran espectáculo, como queda claro en la
escena del lobo, de la pelea en la cabaña o en la persecución por Manila. Las
virtudes del héroe no hacen sino reafirmar la fortaleza de sus adversarios.
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