Nada que objetar a quienes dicen que la película de
esta semana, Días de gracia (México|
Francia, 2011), de Everardo Gout, señala
el grave problema provocado por la delincuencia organizada en México y sus
vínculos con quienes deberían combatirla. La corrupción policiaca está a la
vista, como se ha visto una y otra vez en las noticias que nos hablan de
agentes que colaboran con el crimen.
Sin embargo, mucho se puede decir acerca de la forma
en que esa corrupción delictiva (innegable, repetimos) es finalmente representada
en la película de Gout.
La llamada de atención no va dirigida hacia los
asuntos que Días de gracia aborda, de
acuciante actualidad, sino hacia las formas, en esta ocasión caracterizadas por
la incorporación de técnicas del cine norteamericano de acción de los últimos
años.
México está enfermo y la opción para evidenciarlo es por
medio de abruptos cortes de edición, cámara en mano, encuadres cerrados e
imprecisión espacial. No se sabe lo que ocurre en pantalla ni dónde, algo que
ha sido llamado continuidad intensificada
(la expresión es del crítico David Bordwell). Otro crítico, Matthias Stork,
prefiere el rótulo cine del caos (ver
“Chaos cinema [...]”, Press Play, 22 de
agosto de 2011). Imposible no pensar en el cine de Michael Bay, de la saga Transformers. O en las producciones de
Jerry Bruckheimer, quien ha trabajado con el anterior.
Días de gracia, hay que
decirlo, es una película muy osada en su trama. Presenta tres líneas
argumentales separadas, como decíamos, por largos períodos. Para guiarse en el
laberinto a veces es más importante escuchar que ver: por medio de voces
provenientes de alguna televisión nos enteramos de que las historias están
ambientadas en 2002, 2006 y 2010, durante las respectivas copas mundiales de
futbol.
El recurso recuerda Corrupción judicial (Bad
Lieutenant, 1992), de Abel Ferrara, quien incorporó el beisbol en su anécdota. Además, el hecho de que cada historia ocurra durante esas gestas
deportivas le permite al director insistir en una supuesta mística del futbol
que pretende conectar con la tragedia de México.
En Días de
gracia hay referentes que remiten ya no al llamado cine del caos sino al thriller emblemático de los noventas, El silencio de los inocentes (The Silence of the Lambs, EUA, 1991),
cuando vemos una escena en que un comando llega hasta la casa del asesino,
Buffalo Bill; pero al final descubrimos que el director, Jonathan Demme, ha
jugado con nosotros: la casa a la cual arriba la policía no es la del asesino
porque ha seguido una pista falsa; en cambio, es Clarice Starling quien llega sola
hasta la casa correcta. Y aquí el espectador que no haya visto la película que
criticamos en esta ocasión hará bien en dejar de leer.
En Días de
gracia, lo anterior es reproducido con las debidas variantes. En una de las escenas, vemos a un grupo policiaco que se dispone a entrar en una casa para
hacer un arresto. En el interior de la vivienda los criminales se alarman y se
disponen a abrir la puerta, pero se descubre que los policías que vemos están a
punto de allanar otra vivienda. Luego
nos enteramos de que ambas acciones están separadas no solo espacialmente, sino
por un periodo de cuatro años. Sin embargo, el criminal que en 2006 abre la
puerta y comprueba que no hay peligro para él y sus cómplices descubre que
efectivamente hay un arresto en la casa de un vecino. Es decir, la confusión del
espectador es por lo menos doble, porque se alternan situaciones de 2006 y 2010.
O lo que ocurre con el dedo cercenado por los secuestradores
a su víctima: mutilan a un secuestrado en 2006 y acto seguido el dedo lo recibe
un familiar de la víctima. Pero no es sino hasta más tarde cuando sabemos que
se trata de dos víctimas diferentes: una de ellas, la segunda, situada en 2010.
Hay, además, otras influencias. Un personaje recibe un
tiro y cae de espaldas por el impacto, en un remedo del knockout de Brad Pitt en Snatch,
cerdos y diamantes (Reino Unido| EUA, 2000), de Guy Ritchie.
Se ha insistido en que el influjo del cine del
caos y la confusión son los problemas de Días
de gracia. Sin embargo, nosotros pensamos que diálogos como el siguiente, muy
abundantes y pronunciados como grandes verdades, terminan por convertir la
película en una afectada postal del México bárbaro que tanto fascina y espanta
a los turistas: “Vivir en México es jugártela día con día. A veces ganas y la
cuentas; a veces no”. Los tópicos también son formas de la corrupción.
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