El inglés Tony
Kaye se dio a conocer en México gracias a su película Historia americana X (1998), acerca de los intentos de redención de
un exmilitante de un grupo neonazi, interpretado por Edward Norton.
Kaye llamó poderosamente la atención acerca de las
tensiones raciales de Norteamérica, así como de los problemas que enfrenta su
sistema educativo, con jóvenes pandilleros en sus aulas acaso sin muchas
oportunidades de superar sus taras sociales; todo ello frente a la impotencia
(otras veces la incompetencia) de los profesores y las autoridades.
Catorce años más tarde, Kaye retoma el tema en otro
largometraje de ficción, Indiferencia
(Detachment, EUA, 2011), esta vez
centrado en la figura de los docentes, con especial atención en uno de ellos,
Henry Barthes (Adrien Brody).
De esa forma, Indiferencia
queda ubicada en un subgénero del drama muy socorrido en EUA y Francia, aquel
que muestra la docencia en bachilleratos como un desafío, precisamente por los
conflictos que hemos citado.
Recordamos, en ese sentido, películas muy famosas como
La sociedad de los poetas muertos, de
Peter Weir, o bien trabajos modélicos como la francesa La clase (Entre les murs),
de Laurent Cantet. También hay variantes como Mentes peligrosas, con Michelle Pfeiffer. En Al maestro, con cariño (1967), el actor Sidney Poitier ya había
sentado algunas de las bases de esa suerte de maestro ejemplar y redentor.
Todas ellas mostraban a un profesor cuyo éxito se
basaba en su carisma, la firmeza de su carácter y su capacidad para desafiar la
ortodoxia, un canon con el cual Indiferencia
marca cierta distancia. Para empezar, su protagonista, Barthes, no es un
dechado de recursos histriónicos, como pasaba con John Keating, el extrovertido
personaje interpretado por Robin Williams en la ya citada Dead Poets Society.
El señor Barthes de Adrien Brody es un hombre melancólico y solemne, aunque comparte con los otros que hemos citado la
amabilidad, la entrega y el sacrificio. De ahí que sea paciente con sus alumnos
más agresivos y trate de rescatar de la calle a una prostituta adolescente. Sin
embargo, el mismo parece ser un incomprendido y la película expone, mediante
varios saltos al pasado, la terrible infancia de Barthes, de la misma forma que
muestra las vidas privadas (a veces muy duras) de sus compañeros de trabajo.
Kaye usa varios recursos para contar su historia: las
intervenciones de los actores de carne y hueso se intercalan con planos de
animación, que retratan de forma muy crítica los problemas educativos. Además,
la técnica de animación imita a dibujos hechos con gis sobre un pizarrón.
Con una amplia experiencia en documentales, el
director hace que su actor protagónico haga una especie de confesión frente a
la cámara, testimonio de una dolorosa experiencia en su trabajo.
Lo que puede reprochársele a Indiferencia es su tremendismo, sobre todo en las escenas finales.
Una característica que ya podía encontrarse en algunos momentos de Historia americana X. O bien, su poca
atención en los orígenes del problema de la educación en los Estados Unidos.
Con todo y eso, Kaye construye con fortuna alguna
escena que muestra la decadencia de la educación, como en la referencia que se
hace de un cuento de Edgar Allan Poe, “La caída de la Casa Usher”, que se
comenta en clase al mismo tiempo que se ve la escuela abandonada.
Otros buenos momentos están protagonizados por el
actor James Caan, quien interpreta a uno de los profesores del plantel, un
veterano que por sus ácidos comentarios recuerda a otro docente de la ficción, el
Edward James Olmos de Con ganas de triunfar (Stand and Deliver).
Muy impactante la escena en la cual Caan le explica a una de sus alumnas cuáles
son los peligros del sexo inseguro.
Indiferencia es una película
desigual que sin duda resultará deprimente para algunos. En realidad, Kaye es
consecuente con el lado más conflictivo del problema educativo y es entendible
que no pretende caer en el falso triunfalismo de buena parte del cine que se ha
hecho alrededor de estos menesteres.
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