El problema de 007
Operación Skyfall (Skyfall, Reino
Unido| EUA, 2012), de Sam Mendes, es
el pasado. Es curioso decir eso acerca de una película cuyo principal mérito es
tratar de profundizar en la psicología de su personaje principal, un duro y
enigmático espía quien tiene que enfrentarse con el desafío de la decadencia de
sus facultades en un mundo controlado por los jóvenes. Lo demás es rutina: un
terrorista empeñado en vengarse del servicio secreto británico.
En este espacio ya hemos comentado la evolución que
supuso el ascenso de Jason Bourne en el imaginario de las películas de acción y
espionaje, en la cual 007 fue una de las damnificadas. Sin embargo, al agente
británico le quedan gestos de elegancia que son impensables en la saga Bourne.
Muestra de ello es una de las mejores escenas de la película, cuando el Bond de
Daniel Craig hace una acrobacia
mortal y después de sobrevivir su primera idea es acomodarse el saco. A la
muerte no se le puede hacer frente con desaliño.
La película, además, plantea la evolución también de
los villanos. En una reflexión de M (Judi
Dench) acerca de la necesidad del espionaje, la jefa del servicio secreto
dice que ahora sus enemigos no son naciones, sino individuos.
El tema es interesante, como lo ha planteado la
crítica Lilián López Camberos en Letras
Libres (ver blog En pantalla, 08/noviembre/2012), quien explica cómo James Bond es un producto de la Guerra
fría que se ha visto afectado por ese desplazamiento del peso de los
Estados-nación que menciona M. Sin embargo, Bond insiste en varias ocasiones en
que es un patriota. Un asesino que no mata en nombre de cualquier cosa, sino
por la patria, nada menos, palabra que muchos se han apresurado en llamar anacronismo.
De esa forma, 007 reivindica su condición de producto
chapado a la antigua, como queda claro en la batalla final, cuando el agente se
enfrenta a su némesis en un escenario que además proporciona ciertas claves del
pasado de Bond. A la vieja usanza, como la canción de Adele.
Otro momento a destacar de la cinta es la aparición del
villano, que tiene lugar después de la primera hora de duración. Antes, del
personaje de Javier Bardem, Silva, apenas se habla, porque quienes lo conocen
tienen miedo de invocar su nombre en vano. Solo se sufren las consecuencias de
sus ataques, pero él permanece anónimo. Hasta que aparece para tener un duelo
verbal con Bond que incluye un escarceo sexual, precisamente el reverso de la
escena de tortura que Bond sufrió en Casino
Royale.
Hasta aquí pareciera que 007 Operación Skyfall tiene mucho de bueno y poco habitual en las
películas de acción: cierta hondura psicológica y construcción de un carácter,
mérito de poner a un director como Mendes, formado en un cine muy distinto, al
frente del proyecto. Además: un villano sugerente, así como escenas de violencia
y acción que no caen en la mera redundancia, como en la nueva e inútil versión de Total Recall, por ejemplo.
Sin embargo, el problema es el pasado: Casino Royale (2006) sigue pesando mucho
al momento de considerar la valía de Skyfall.
La cinta de Martin Campbell supuso la marginación del Bond más cómico en
beneficio de la gravedad, por eso se le compara con el trabajo que ha hecho Christopher Nolan en la saga Batman. La semejanza se percibe también en Skyfall, como en la escena del asalto al
tribunal, que recuerda la llegada de Bane a la bolsa de valores en Batman: El Caballero de la Noche Asciende,
que no por casualidad también aborda los problemas de salud de su personaje.
Otros problemas atentan contra la verosimilitud de la
cinta. Y aquí el lector que no haya visto el filme puede dejar de leer. ¿De
verdad tiene que sorprendernos que la computadora de Silva provoque un fallo en
la seguridad del cuartel general? Se supone que Q (Ben Wishaw) es un genio. Pero no ve venir lo obvio.
Sin embargo, sin ser excelente en su tipo, Skyfall es una buena película, con sus
campos semánticos: el cuento de las ratas, el foso de los dragones de Komodo, la medusa gigante. O bien, como no, sus hermosas mujeres.
Hace tiempo que los posmodernos demostraron su
torpeza como intérpretes de la realidad. De otra forma no se entiende el culto
a un héroe imperial que no se acaba. Como el mal.
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