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lunes, 21 de enero de 2013

Ratas, espionaje, imperio



El problema de 007 Operación Skyfall (Skyfall, Reino Unido| EUA, 2012), de Sam Mendes, es el pasado. Es curioso decir eso acerca de una película cuyo principal mérito es tratar de profundizar en la psicología de su personaje principal, un duro y enigmático espía quien tiene que enfrentarse con el desafío de la decadencia de sus facultades en un mundo controlado por los jóvenes. Lo demás es rutina: un terrorista empeñado en vengarse del servicio secreto británico.
En este espacio ya hemos comentado la evolución que supuso el ascenso de Jason Bourne en el imaginario de las películas de acción y espionaje, en la cual 007 fue una de las damnificadas. Sin embargo, al agente británico le quedan gestos de elegancia que son impensables en la saga Bourne. Muestra de ello es una de las mejores escenas de la película, cuando el Bond de Daniel Craig hace una acrobacia mortal y después de sobrevivir su primera idea es acomodarse el saco. A la muerte no se le puede hacer frente con desaliño.
La película, además, plantea la evolución también de los villanos. En una reflexión de M (Judi Dench) acerca de la necesidad del espionaje, la jefa del servicio secreto dice que ahora sus enemigos no son naciones, sino individuos.
El tema es interesante, como lo ha planteado la crítica Lilián López Camberos en Letras Libres (ver blog En pantalla, 08/noviembre/2012), quien explica cómo James Bond es un producto de la Guerra fría que se ha visto afectado por ese desplazamiento del peso de los Estados-nación que menciona M. Sin embargo, Bond insiste en varias ocasiones en que es un patriota. Un asesino que no mata en nombre de cualquier cosa, sino por la patria, nada menos, palabra que muchos se han apresurado en llamar anacronismo.  
De esa forma, 007 reivindica su condición de producto chapado a la antigua, como queda claro en la batalla final, cuando el agente se enfrenta a su némesis en un escenario que además proporciona ciertas claves del pasado de Bond. A la vieja usanza, como la canción de Adele.
Otro momento a destacar de la cinta es la aparición del villano, que tiene lugar después de la primera hora de duración. Antes, del personaje de Javier Bardem, Silva, apenas se habla, porque quienes lo conocen tienen miedo de invocar su nombre en vano. Solo se sufren las consecuencias de sus ataques, pero él permanece anónimo. Hasta que aparece para tener un duelo verbal con Bond que incluye un escarceo sexual, precisamente el reverso de la escena de tortura que Bond sufrió en Casino Royale.
Hasta aquí pareciera que 007 Operación Skyfall tiene mucho de bueno y poco habitual en las películas de acción: cierta hondura psicológica y construcción de un carácter, mérito de poner a un director como Mendes, formado en un cine muy distinto, al frente del proyecto. Además: un villano sugerente, así como escenas de violencia y acción que no caen en la mera redundancia, como en la nueva e inútil versión de Total Recall, por ejemplo.
Sin embargo, el problema es el pasado: Casino Royale (2006) sigue pesando mucho al momento de considerar la valía de Skyfall. La cinta de Martin Campbell supuso la marginación del Bond más cómico en beneficio de la gravedad, por eso se le compara con el trabajo que ha hecho Christopher Nolan en la saga Batman. La semejanza se percibe también en Skyfall, como en la escena del asalto al tribunal, que recuerda la llegada de Bane a la bolsa de valores en Batman: El Caballero de la Noche Asciende, que no por casualidad también aborda los problemas de salud de su personaje.
Otros problemas atentan contra la verosimilitud de la cinta. Y aquí el lector que no haya visto el filme puede dejar de leer. ¿De verdad tiene que sorprendernos que la computadora de Silva provoque un fallo en la seguridad del cuartel general? Se supone que Q (Ben Wishaw) es un genio. Pero no ve venir lo obvio.
Sin embargo, sin ser excelente en su tipo, Skyfall es una buena película, con sus campos semánticos: el cuento de las ratas, el foso de los dragones de Komodo, la medusa gigante. O bien, como no, sus hermosas mujeres.
Hace tiempo que los posmodernos demostraron su torpeza como intérpretes de la realidad. De otra forma no se entiende el culto a un héroe imperial que no se acaba. Como el mal. 
 

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