Los aficionados al gore
seguramente aprobarán la nueva versión de Posesión
infernal (Evil Dead, EUA, 2013),
de Fede Álvarez, variante que se
toma muchas libertades con respecto a la original de 1981 dirigida por Sam Raimi. Y tendrán razón: la película
ostenta su importante cuota de sangre, mutilaciones y quemaduras de tercer grado, con unos
efectos especiales que aportan aunque sea un poco de realismo ahí donde solo
hay delirio, la enésima película de posesiones satánicas.
La historia de Posesión
infernal es en extremo sencilla y en sentido estricto sus cimientos son
idénticos a los de la comedia negra de terror sobrenatural que la inspiró: un
grupo de jóvenes se refugia por unos días en una vieja cabaña en el campo,
donde son acosados por unos hiperviolentos demonios del bosque.
La primera gran diferencia entre el original y la
copia persigue la verosimilitud, de la cual la primera se desenfadaba con
decisión: los jóvenes de la nueva versión están en la cabaña para acompañar a
una de ellos, la drogadicta Mia (Jane Levy), en una más de sus ceremonias de
supuesta desintoxicación.
El detalle no es gratuito: cuando el maligno se
manifieste, bajo la forma de un doble, los amigos de Mia y su hermano David (Shiloh
Fernandez) asumirán que lo que la joven dice haber visto (“¡Hay algo en el bosque!”) responde a las alucinaciones producto de su síndrome de abstinencia.
Como se ve, la nueva versión persigue la verosimilitud
a toda máquina y trata de imprimir una lógica al conjunto que, insistimos, en
la de 1981 estaba por completo ausente con el mayor de los descaros, algo por
lo que Raimi fue ungido en los sepulcros blanqueados del cine de culto.
A diferencia de su predecesora, el demonio de Álvarez
responde a las imágenes judeocristianas al uso. El libro por medio del cual uno
de los jóvenes invoca al espíritu tiene ilustraciones que prefiguran la
historia y también explican cómo “solucionar” tanto lío. En cambio, Raimi no se
detenía a dar ese tipo explicaciones, que luego resultan inútiles, porque al final en la
cinta de Álvarez los jóvenes son poseídos sin apego a ninguna regla previamente
establecida.
Los problemas de escritura del guión son evidentes. “Algo
se quemó aquí”, dice uno de los personajes, y a continuación vemos la imagen de
la chica poseída que, en las primeras escenas, efectivamente vimos arder. Un
detalle de información innecesaria a menos que se piense que el espectador es
tonto. ¿Lo es?
O bien, la falta de inteligencia de los personajes,
que a las primeras de cambio alteran lo que a todas luces parece ser la escena
de un crimen. ¿Y quién se opone a esto? La loca a la cual nadie escucha, desde
luego. Otras veces el guiño también es obvio pero no del todo gratuito: el
cuchillo eléctrico que corta la pieza de carne y que prefigura los cuerpos
rebanados por la sierra.
No podemos reprocharle a uno de los personajes que no
sea supersticioso y que desobedezca la recomendación escrita en el libro: “Deja
este libro”, dice claramente un mensaje escrito con letras rojas; tomar en
cuenta la advertencia sería ceder a la posibilidad de la existencia del demonio.
Pero, al fin y al cabo, lo que sí podemos decir es preguntar: ¿qué negocios
tiene el personaje (profesor de secundaria, además) con un libro de brujería? ¿En
manos de quién está la educación de los adolescentes norteamericanos?
El uruguayo Álvarez, que llamó la atención gracias a
su corto de robots gigantes que destruían Montevideo, ¡Ataque de pánico! (2009), adopta con eficiencia los tics de
cualquier empleado de la industria de Hollywood, aunque las concesiones no ocultan su talento para
las escenas de acción, sobre todo en la escena final, en la cual se usa un
machete con toda la frialdad propia del caso; además, se homenajea al actor
original de The Evil Dead con una
famosa mezcla de mutilación y cierta prótesis muy célebre. Pero se extraña la
combinación de humor negro y violencia que Álvarez mostró en su corto de 2005, El Cojonudo.
En resumen, con Posesión infernal no hay nada qué temer aunque sí mucho por lo que
sentir repugnancia, lo cual va desde las escenas sangrientas hasta el hecho de
que, por desgracia, se sitúa lejos del humor absurdo de la película que la
inspiró, de la misma forma que no toma ninguna distancia del terror más
oscurantista: la sombra de El exorcista
es alargada.
[Publicado originalmente en la edición impresa del semanario Primera Plana, 09.agosto.2013]
[Publicado originalmente en la edición impresa del semanario Primera Plana, 09.agosto.2013]
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