La trilogía de Richard
Linklater dedicada al amor erótico y su decadencia ofrece la oportunidad al
espectador de atestiguar la evolución de una pareja, desde su primer encuentro,
grávido de idealización y romanticismo, hasta un matrimonio en el cual hay que
lidiar con las dificultades cotidianas y los problemas de un pasado nunca
resueltos del todo.
Se antoja difícil hablar de la serie sin revelar
detalles de las primeras dos entregas; de hecho lo obligatorio es ponerse al
día. Sin embargo, por el momento baste decir que para llegar a la más reciente,
Antes de la medianoche (Before Midnight, EUA, 2013), el
norteamericano Jesse (Ethan Hawke) y la francesa Céline (Julie Delpy) han tenido que recorrer un
largo camino que comenzó en un tren hacia Viena (Antes del amanecer, 1995), pasó por París (Antes del atardecer, 2004) y ahora sorprende a los protagonistas en
el Peloponeso, en Grecia, a donde han ido para vacacionar. (Los seguidores de
Linklater seguro recordarán otra aparición de Jesse y Céline, en la cinta
animada Despertando a la vida.)
No es muy difícil imaginar que los besos y la
complicidad de la primera parte, o la pasión y la esperanza de redención de la
segunda, en esta se han convertido en una tensa calma que no tarda mucho en
estallar en amargos comentarios.
Lo que antes fue una larguísima conversación ahora se
convierte en una desgastante discusión que no será bien recibida por quienes
busquen un cine menos dialogado. Sin
embargo, Antes de la medianoche no
tiene las pretensiones de otras cintas tan teatrales, como Copia certificada, de Abbas Kiarostami y el contenido es mucho más
cotidiano.
Una de las claves de la trilogía es el paseo, por
ciudades europeas, además. Un estilo de vida que se quiere contrastar con el
norteamericano, en demérito de este último, aunque sin mostrar una sola imagen
de los Estados Unidos. De hecho ese es uno de los problemas de la pareja: la
resistencia de ella a mudarse a una populosa ciudad de ese país.
Además, en Grecia el paisaje está lleno de ruinas y
monumentos ancestrales, que sin embargo apenas conmueven a los protagonistas.
Es notorio como el hambre de verlo todo de la juventud ahora es superado: como
en la escena del templo ancestral, incapaz de conmover con su vieja belleza.
Linklater, uno de los cineastas más interesantes de su
país, tiene el valor de asumir que su película no es precisamente la más
apropiada para los enamorados y, si tenemos en cuenta las interpretaciones
psicológicas tan caras a buena parte del público, puede resultar deprimente; un
riesgo que ya había corrido en su cinta de ciencia ficción Una mirada a la oscuridad, en la cual está ausente la capacidad normalmente
atribuida al héroe para emanciparse del poder del Estado. Un desafío en estos
tiempos de juventud a toda costa, con todo y un par de símbolos sexuales
envejecidos y, en el caso de ella, con un poco de sobrepeso.
En una escena, una mujer se acerca a la pareja porque
quiere obtener un autógrafo de Jesse, quien ha publicado dos novelas acerca de
su vida íntima con Céline (para disgusto de esta). La lectora no podría estar
más ilusionada con lo que juzga una conmovedora historia de amor encarnada. Sin
embargo, la relación de Jesse y Céline está muy lejos de responder a esos criterios tan idealizados, lo cual no es obstáculo para que se convierta en un
mito. Ese es el momento más profundo de la cinta, cuando por medio de una
ficción cinematográfica Linklater muestra cómo la ficción literaria construye
mitos de ejemplar solidez.
Otras escenas corren el peligro de ser demasiado
obvias y sin embargo resultan necesarias en una película acerca de los saldos
de la madurez, como la convivencia en la casa de un patriarca, alrededor del
cual se reúne gente de todas las edades, desde los niños que empiezan a vivir
hasta los jóvenes en la fase más efervescente de su relación: todo ello
mientras otros personajes se encuentran en las antípodas de esto.
Haber visto envejecer a Jesse y Céline es un privilegio, de cualquier forma que se mire. Además, muchos espectadores,
jóvenes a mediados de los noventa, habrán tenido la oportunidad de crecer con
ellos. Ese experimento, que Linklater ha llevado a cabo con morosidad, con
intervalos de casi diez años, desprovisto de las prisas inherentes al mercado
de secuelas, nos remite a un gesto de valentía que solo podemos reconocer. En
espera de la tetralogía.
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