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martes, 13 de diciembre de 2011

La boda del fin del mundo


En 1998, los grandes estudios cinematográficos dieron muestra de su sentido de la oportunidad cuando aprovecharon la paranoia alrededor del cambio de siglo con el estreno de un par de películas acerca del fin del mundo, comerciales donde las haya: Armaggedon e Impacto profundo. En ambas, un meteoro gigantesco amenazaba con impactarse con la Tierra, con las consecuencias de rigor.
Dotadas de efectos especiales impecables y de una concepción más bien delirante de la ciencia, ambas más bien eran dramas sin mayores pretensiones y que apenas se salvaban de la rutina del cine de desastres, que cada cierto tiempo la industria se encarga de revisitar con mayor o menor fortuna, como decíamos hace unas semanas en este mismo espacio a propósito de Contagio.
Tampoco parece casual que este año dos de las películas que competían por la Palma de Oro en el Festival de Cannes, El árbol de la vida, de Terrence Malick (que ya hemos comentado) y la que ahora  nos ocupa, Melancolía (Melancholia, Dinamarca| Suecia| Francia| Alemania, 2011), de Lars von Trier, compartan esas imágenes del cosmos y nuestro planeta ambientadas con música clásica, Wagner en el caso de este último.
El drama de nuestros tiempos parece estar interesado en resaltar la escala “cosmológica” desde la cual hay que interpretar las vidas de sus personajes, ciertamente empequeñecidos al lado de la grandeza imprevisible del espacio exterior, como ocurre en otras películas de las cuales nos hemos ocupado este año, como la estupenda Another Earth.
Melancolía cuenta la historia de dos hermanas, Justine (Kirsten Dunst) y Claire (Charlotte Gainsbourg), con motivo de la accidentada boda de la primera, quien parece tener un problema psicológico. Eso o es clarividente. Ya desde las primeras secuencias, vemos que un planeta gigantesco se aproxima peligrosamente a la Tierra. La segunda parte de la película nos informa de las consecuencias que provocará ese misterioso planeta, llamado precisamente Melancolía.
A lo largo de su filmografía, el director danés Lars von Trier se ha encargado de forjar una trayectoria a medio camino entre la innovación en terrenos dramáticos y la extravagancia, como lo evidencian cintas como Rompiendo las olas (1996), el musical Bailando en la oscuridad o bien el juego entre la apariencia y la verdad de Dogville. O el cine de “terror” en Anticristo.
En todas las anteriores, además, se cumple una de las constantes de su cine: la presencia de una mujer que se enfrenta a la violencia de una sociedad hostil, a veces de forma fatal. En Melancolía se regresa al tema de la mujer enloquecida aunque visionaria, como en Rompiendo las olas o Anticristo, ahora en el contexto de una familia acaudalada y destruida, completamente insolidaria, capaz del glamur más acabado pero incapaz de apoyarse, ni siquiera en la víspera del aparente fin del mundo.
Así, von Trier recupera un ambiente, la familia corrupta, que ya había explorado en La celebración (1998) otro director danés ThomasVinterberg, compañero de von Trier en la promoción de cineastas “de vanguardia” Dogma 95.
Las escenas oníricas del inicio, filmadas en cámara lenta, ceden el paso a unas imágenes más “documentales”, con cortes bruscos de edición, la crónica de la boda y la amenaza del desastre. También en Bailando en la oscuridad había más de un tratamiento visual, para diferenciar entre la vida cotidiana del personaje interpretado por Björk y sus fantasías musicales. Como se recordará, también en Anticristo hay una obertura con música clásica, con una escena filmada en blanco y negro y cámara lenta.
Con su actuación, premiada en el Festival de Cannes, Kirsten Dunst consigue mostrar la evolución de su personaje, atrapado entre la dulzura, la depresión y arrebatos de lucidez. El gran acierto de la película es mostrar los efectos de una hecatombe exclusivamente en una familia acomodada, al contrario de lo que ocurre en el cine de desastres, que trata de abarcar personajes de todas las clases sociales y culturas. Con ironía, la cinta parece subrayar que tal vez lo mejor sea el fin, ante un conjunto de personajes tan retorcido.
Mucho mejor que Anticristo, que nunca se define con certeza para salir al paso de su ambición, Melancolía conjuga ese afán experimental que siempre ha distinguido a von Trier de una forma mucho más eficaz, a salvo de sus bien conocidas y no siempre bien coronadas pretensiones. 

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