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sábado, 3 de diciembre de 2011

Una Tierra no basta

En la trilogía formada por Amores perros, 21 gramos y Babel, del director Alejandro González Iñárritu y el escritor Guillermo Arriaga, asistimos a la organización de la historia por medio del choque automovilístico, la forma en la cual personajes de clases sociales muy disímbolas pueden encontrarse, si bien de forma más que brutal.
Algo parecido ocurre en Another Earth (EUA, 2011), de Mike Cahill, estrenada en España en el Festival de Sitges, donde la protagonista, Brit Marling, también productora y guionista, fue galardonada con el Premio a la Mejor actriz. En Sundance, la cinta recibió el Premio Alfred P. Sloan, que se entrega a una película relacionada con la ciencia o que tenga a un ingeniero o matemático como personaje.
La película cuenta la historia de la relación entre una estudiante, Rhoda (Marling) y un músico, John Burroughs (William Mapother), quienes se encuentran accidentalmente la noche en que se descubre un nuevo planeta, mismo que resulta ser una réplica del nuestro. Burroughs no sabe que esa joven que años más tarde toca a su puerta y con quien desarrolla una amistad es la culpable de que su vida haya cambiado de forma tan radical. La película estará modulada por el suspenso alrededor del secreto de Rhoda y la presencia cada vez más imponente de la ahora llamada Tierra 2, “otra Tierra”.
Como comentábamos a propósito de otras películas exhibidas en Sitges 2011, en Another Earth el llamado cine de género, en este caso la ciencia ficción, sirve como medio para darle mayor profundidad a una anécdota que tiene mucho de trágica, porque enfatiza el valor de la vida de las personas, insustituibles. Ese es el dolor de los personajes.
¿Pero qué pasa cuando se descubre que una copia (o el original, no se sabe) del planeta entero, con sus ciudades y sus habitantes, flota en el espacio frente a los ojos de cualquiera? Luego se plantea la posibilidad de un viaje para explorar Tierra 2. Es decir, la presencia del nuevo planeta no es una mera extravagancia que sirva como pretexto para el lucimiento de efectos especiales, sino una forma de hacer que un drama construido con una materia habitual de pronto se encuentre alterado con una anomalía.  
En Solaris (1972), el cineasta ruso Andrei Tarkovski adaptó la novela de Stanislaw Lem del mismo nombre para contar la historia de un planeta acuoso capaz de duplicar a las personas. El doble, uno de los temas centrales de la fantasía y de la ciencia ficción, está en el centro de Solaris y también de Another Earth. O bien de otra película, la inglesa Más allá del sol (Doppelgänger/ Journey to the Far Side of the Sun, 1969), de Robert Parrish, que también tiene un argumento semejante.
El interés por los extraterrestres con frecuencia se reivindica como una forma incomprendida de la pasión científica. Sin embargo, como se explica en la teoría religiosa del filósofo español Gustavo Bueno, los ufólogos en realidad fomentan una especie de religión, una en la cual la ruta para salvarse ya no pasa por expiación de los pecados por medio de la penitencia y el arrepentimiento, sino mediante el paseo sideral al lado de humanoides con ojos gigantescos. Es decir, quien cree en extraterrestres en realidad es prosélito de una secta delirante.
En Another Earth la nueva Tierra que adorna el cielo se vuelve la realización de una segunda oportunidad, ya no como un cielo poblado por ángeles sino como otra dimensión que por una razón desconocida ha coincidido con la nuestra, como explica elcrítico norteamericano Roger Eberten su comentario acerca de esta cinta.
El nuevo planeta, como no puede ser de otra forma, cambiará la vida de la Tierra, de la misma manera que el descubrimiento de América modificó la vida en el Viejo Mundo. Pero ahora lo que cambia es el significado de la muerte, porque el “Más allá” ahora está suspendido en el cielo. La tragedia queda suspendida, como si hubiera que reescribirla.
Another Earth es sin duda una de las mejores películas del año.

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