Precedida por el gran premio del Festival de Cannes,
la Palma de Oro como mejor película y por el beneplácito de la crítica norteamericana, El árbol de la vida (The Tree of Life, EUA, 2011) es una
película nada menos que de Terrence
Malick, director con 40 años de carrera y “sólo” cinco películas, desde que
debutó en 1973. Desde entonces se ha
dedicado a construir una de las trayectorias más reconocidas del medio.
El espectador mexicano tal
vez lo recuerde por La delgada línea roja
(1998), película acerca de la batalla del Guadalcanal, durante la II Guerra.
Una cinta de más de dos horas y media que lo retrata como cineasta: en ella se
distingue su fijación por la naturaleza, que es vista como un espectáculosublime en el cual irrumpe el hombre pecador; o bien, esos arrebatos místicos
acerca del “sentido de la vida”, así como constantes dudas acerca del plan
divino, al cual finalmente los personajes se rinden, como en apariencia no
puede ser de otra forma.
No es muy distinto lo que
ocurre en esta su más reciente película, porque el alegato pacifista acerca de
la inutilidad de la guerra de La delgada
línea roja se repite en El árbol de
la vida bajo la forma del fracaso del autoritarismo paterno, que sólo
consigue exacerbar la agresividad del hijo y termina por convertirlo en un
rebelde torturador de animales, nos cuentan. Mientras, la madre es mostrada casi
como una virgen bondadosa que prodiga amor sin límites y en una escena flota
por los aires, en lo que parece ser el ensueño de uno de los personajes.
La delgada línea roja y El nuevo mundo (su relato
de la fundación de Jamestown, durante la colonización inglesa en América)
conseguían retratar el drama del rotundo fracaso de un amor: en la primera, con
la desafortunada historia de un soldado que es abandonado por su novia, quien
lo deja por otro mientras él está nada menos que en el frente; en la segunda,
en las figuras históricas de John Smith y Pocahontas.
Ahora Malick retrata, desde
la perspectiva de los hijos, la distancia entre estos y el padre, a veces
amoroso y otras tantas ocasiones de carácter fuerte y exigente, a veces brutal.
Sin embargo la conclusión es harto distinta: ahora los personajes se enfrentan
pero al final son redimidos por el amor que predica la madre y, en una escena
que asombra por su vulgaridad, se reúnen en un más allá armónico que tiene el
aspecto de una playa y otras veces de un desierto.
Lo mejor de la película está
en el relato, muy brillante, del desarrollo de los hijos, desde que son apenas
unos bebés. Malick hace que los personajes interactúen con el agua, el viento,
en una especie de fiesta con la naturaleza, que destaca más cuando se le usa no
como Madre suprema sino como campo de juegos. La música clásica y la ópera, que
en apariencia solo están ahí para hacer aun más solemne el relato, en realidad
responden a los gustos del padre, como luego se revela.
En los últimos años el
documental de tintes ecologistas ha retratado con grandes alardes técnicos la
complejidad de la flora y la fauna del orbe, así como las imponentes montañas y
mares. Por eso el ejercicio de Malick tal vez llegue un poco tarde y solo pueda
ser redimido por sus mayores osadías.
El riesgo es mayúsculo y la
ambición no siempre se refleja en aciertos. La peor parte le corresponde al
actor Sean Penn, que interpreta a
uno de los niños en la edad adulta. El actor camina por la ciudad con la mirada
perdida, hastiado al parecer por su vacío existencial o por la muerte de uno de
los personajes, no se sabe con certeza. Lo cierto es que luego lo vemos caminar
sin rumbo aparente por desolados parajes, hasta una conclusión tan predecible
como ingenua.
Sus ideas son más efectivas cuando el riesgo
parece mayor, decíamos: la aparición de un dinosaurio en una playa desierta,
por ejemplo. Luego, otro más en un bosque. Imágenes como esas en el contexto de
un drama familiar lejos de ser inapropiadas le dan otro sentido al conjunto.
Malick pretende poner en escena ese “algo” trascendental tan propio de su cine,
en una película que propone un viaje desde la creación hasta un apacible apocalipsis.
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