La reciente designación del
chino Mo Yan como Nobel de
literatura nos permite, además de atender la obra de un escritor poco conocido en México, comentar una de las películas que se han inspirado en su trabajo, Sorgo rojo (Hong
gao liang,
China, 1987), de su compatriota Zhang Yimou.
En estas páginas ya hemos comentado antes un filme de Zhang,
Las flores de la guerra (ver “Propaganda y amor en China”, edición del 13 de abril de 2012), acerca de la guerra entre
China y Japón en los años treinta.
Zhang, integrante de lo que se conoce como la “Quinta
Generación”, formada por los egresados de la Escuela de Cine de Pekín en los
ochenta, se hizo de un nombre en Occidente gracias a sus dramas ambientados en
la provincia china; tal es el caso de la película que hoy nos ocupa, ganadora
del Oso de Oro en el festival de cine de Berlín en 1988.
Al mostrar el sufrimiento de la mujer oprimida en una
sociedad que se califica como patriarcal y tradicionalista, los largometrajes más
celebrados de Zhang (como La linterna
roja) han sido interpretados como críticas a la China del Partido Comunista
(PCCh), con la cual Zhang establecería un paralelismo: una suerte de forma velada
de mostrar las contradicciones de un régimen opresor que en otras
circunstancias habría defenestrado al cineasta.
Sin embargo, en Sorgo
rojo, si bien la mujer tiene que acatar la voluntad paterna que le impone
un matrimonio arreglado, la protagonista, Jiu’er (interpretada por Gong Li, una de las actrices más
recurrentes en la trayectoria de Zhang), asume un liderazgo que le permite
convertirse en la respetada dueña de una destilería de vino, hasta que la
guerra con los japoneses trastorna su vida. Un papel trascendental como heroína
que no es consecuente con los señalamientos de una sociedad machista y
autoritaria.
En ese sentido, si bien la película muestra en un
principio las reducidas expectativas de una mujer, más adelante se trasmuta en
una alabanza de la resistencia china ante el invasor japonés, que es retratado
en toda su brutalidad. Todo ello sin perjuicio de las críticas, veladas o no,
que se quieran ver al Partido Comunista o al maoísmo en esta película de Zhang.
Las flores de la guerra, como lo explicamos en su momento, es una espectacular pieza de propaganda que se revela
como una suerte de híbrido entre el primer Zhang, el de los dramas
costumbristas con “vocación universal”, y el director de las películas épicas
de artes marciales que lo caracterizaron desde 2002, año del estreno de Héroe. Un nuevo ciclo en la carrera de
Zhang, quien desde ese momento explotó en varias ocasiones lo que se señala
como el “género wuxia”, películas
épicas de artes marciales ambientadas durante el feudalismo, como El tigre y el dragón, de Ang Lee, una de
las más conocidas de su tipo.
En su versión cinematográfica, Sorgo rojo aprovecha los dos primeros capítulos de la novela de Mo Yan, aparecida también en 1987. El relato original se centra en la épica del
bandido, que en el pasado controlaba el campo, tanto así que hay una guerra
civil entre los distintos grupos de bandoleros. Todo ello al mismo tiempo que
los chinos se enfrentaban contra los japoneses.
La novela se centra en un personaje, Yu Zhan’ao, que
en la película es llamado simplemente “el abuelo” (el actor Wen Jiang), porque tanto libro como
película están narradas por un descendiente del belicoso bandido. Un libro
especialmente violento, en el cual Mo Yan describe con detalle las peores
atrocidades: en una escena, un chino es desollado vivo por órdenes de los
japoneses.
Fuera de la cinta quedan interesantes pasajes de la
novela como la guerra contra los perros. Luego de una de las numerosas
batallas, el campo lleno de cadáveres sirve de alimento a las mascotas. Así,
los animales adquieren un nuevo vigor y una inteligencia que les permite
enfrentarse con los humanos en un combate cruento. El filme simplemente relega ese
delirio en orden de construir un drama con tintes bélicos.
Ciertos intelectuales chinos (como el divo de la
plástica, Ai Weiwei) han criticado a Mo Yan por su cercanía con el régimen: es
miembro del PCCh y de la Asociación de Escritores de China, que cuenta con
respaldo gubernamental. Zhang Yimou, por su parte, fue el director de la
ceremonia de organización de las Olimpiadas de 2008 en Pekín.
Entre nosotros, en los medios de Iberoamérica,
el desconcierto ante un escritor militante que es premiado por los suecos ha puesto
en evidencia la concepción en blanco y negro de nuestros líderes de opinión,
siempre listos para patinar ante los artistas que no se ajustan con facilidad
ante su maniqueísmo.
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