El neoyorquino Woody
Allen se ha empeñado, desde 1982, en dirigir una película al año, labor que
ha llevado a cabo sin falta. Todavía más: hay años en que como si no bastara
con una cinta ha dirigido dos, como en 1987, cuando estrenó su comedia
autobiográfica Días de radio y uno de
sus dramas más recordados, Septiembre.
Hay que recordar, además, que Allen está activo en el
largometraje desde los años sesenta. Inauguraba así su primera etapa, marcada
por la comedia física, como en Robó, huyó
y lo pescaron y Bananas. Luego evolucionó
hacia un tipo de historia más elaborada que no excluía el drama, en la línea
del cineasta sueco Ingmar Bergman, una de sus influencias más señaladas, como
puede verse en la que para algunos es su obra maestra, Interiores.
Desde nuestro punto de vista, la carrera de Allen
mantuvo un cierto nivel de calidad hasta El
gran amante (Sweet and Lowdown,
1999), su falso documental acerca de un conflictivo músico de jazz,
interpretado por Sean Penn. De ahí en adelante, sus películas han sido muy
criticadas, a veces con razón. Hace
tiempo que ya no se le ve como un director de incuestionable prestigio y hay quienes
señalan su oportunismo y, todavía peor, su falta de gracia.
Una carrera de tantos años ha terminado por ser
desigual, aunque con esporádicos ejemplos en que, para algunos críticos, Allen
ha recuperado la grandeza del pasado, como en el thriller La provocación (Match Point),
de 2005.
Allen ya no profundiza como antes en la psicología de
sus personajes (como en La otra mujer)
y en cambio se dedica a filmar comedias por ciudades europeas, como en su
última etapa. A esta pertenece De Roma
con amor (To Rome with Love, EUA|
Italia| España, 2012).
Tal vez las películas recientes de Allen no
despertarían reacciones tan virulentas si no tuviera antecedentes como Manhattan: si se contrasta la intriga
amorosa de esta con el anodino romance italiano entre Monica (Ellen Page) y el estudiante de
arquitectura Jack (Jesse Eisenberg),
De Roma con amor pierde por mucho. Sin
embargo, Allen no es desechable y de la misma forma que se le juzga como
impropio ante su legado habría que compararlo con sus contemporáneos. ¿Dónde están sus iguales?
A Woody Allen se le critica por su cine de tarjeta
postal, que reproduce de forma acrítica los lugares más famosos de esas urbes
europeas. No obstante, sin perjuicio de que en su cine reciente no falta el
vistazo al Coliseo, también se permite la burla. En Vicky Cristina Barcelona, por ejemplo, había un chiste hecho a las
costillas de la sagrada identidad catalana, todo ello en un filme financiado por
España. ¿Dónde está el cineasta español que se burle de esos asuntos?
Su visión del público italiano afecto a la ópera,
rendido ante un tenor que solo puede cantar bien cuando está bajo la ducha, es
tan crítica como su alusión a la telebasura, como queda claro en la historia de
Roberto Benigni, en la cinta intérprete de un hombre común que de la noche a la
mañana se vuelve el protagonista de un absurdo programa de telerrealidad.
Allen dejó Nueva York y sus historias de intelectuales
pretensiosos y neuróticos que ha trasladado de forma no forzada hasta Europa,
continente que, sin embargo, en sus filmes no tiene el aire apocalíptico de los
noticieros; al contrario, en las películas de Allen Europa es una tierra de
encantos donde se puede volver a empezar, como queda claro en Medianoche en París, su homenaje al
surrealismo.
Europa es un mito con buena salud, como puede
atestiguarse en cualquier editorial del periódico español El País, por ejemplo. Por eso no es del todo extraño que Allen a
veces también reproduzca tópicos.
En La
provocación, el amor quedaba reducido al disimulo de un matrimonio por
conveniencia. En Vicky Cristina Barcelona
no había pasión que sobreviviera al aburrimiento. Medianoche en París era acaso la más esperanzadora en ese sentido, con
su historia de un norteamericano ávido de darle la espalda a su noviazgo
cuadrado.
Los personajes de la más reciente, De Roma con amor, terminan por abrazar
la rutina como reducto de la estabilidad amorosa. Con frecuencia Allen ha sido
el rostro más escéptico entre las historias de amor más complacientes. ¿Cómo
sería una historia suya ambientada en China?
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