El mérito de Peter
Jackson como adaptador de las novelas de Tolkien no es menor, sobre todo si
se piensa en el estilo plagado de digresiones del autor inglés, como lo saben
los lectores de El Señor de los Anillos
(1954-55), su obra maestra.
Además, en una época supuestamente herida por el
cinismo de la confusa posmodernidad, una novela de caballería planteada como
aventura trascendental y solemne tendría que estar condenada al fracaso. Como
se sabe, con su versión de la trilogía, Jackson ganó todos los honores.
Algo parecido puede decirse de El Hobbit (1937), en la cual el gran enfrentamiento con el dragón
Smaug, por ejemplo, se dilata todo lo posible, con detalles de sus anteriores
estropicios.
Estamos de nuevo ante el elogio de la criatura débil,
el hobbit, que logra superar sus carencias para convertirse en una figura
heroica cuyo ideal es la tranquilidad rutinaria del hogar. Así, Jackson ha
acometido la historia de cómo el joven Bilbo Bolsón (Martin Freeman) se hizo del anillo que todos recuerdan, al tiempo
que se unió a la gesta de los enanos para recuperar su tesoro.
Se ha criticado la decisión de Jackson, más mercantil que artística, nos dicen, de hacer una trilogía también con El Hobbit, cuando su extensión no parecía justificarlo (el libro tiene
310 páginas en mi edición). A la vista tengo el volumen de Guerra y paz, de Tolstói, que llega hasta 1,175, mientras que la
versión cinematográfica de King Vidor es de “apenas” poco más de 2.40 horas. La
versión animada de El Hobbit, de
1977, de solo 77 minutos, parece dar la razón a los críticos.
Sin embargo, Jackson ha decidido tomarse su tiempo y,
como no puede ser de otra forma, hacer un buen negocio. Sin embargo, como
siempre ocurre, hay pasajes que la película enriquece, al mismo tiempo que
demerita otros. Lo prudente de tal decisión se sabrá cuando el proyecto se haya
exhibido en su totalidad, en 2014.
La clave de El
Hobbit aparece muy pronto, en las primeras páginas del libro: los Bolsón
son considerados respetables en su Comarca porque “nunca tenían una aventura ni
hacían algo inesperado”. La película se encarga de poner a Bilbo Bolsón precisamente
en las antípodas, de la forma más abrupta: al principio de forma cómica, con
los enanos en su casa, pero luego dramáticamente, cuando el hobbit se enfrenta
con el peligro.
Dicho lo anterior hay que decir que a pesar de las críticas, El Hobbit: Un viaje inesperado
(The Hobbit: An Unexpected Journey,
EUA| Nueva Zelanda, 2012), es una película de aventuras excelsa, con escenas de
batalla cuya construcción nos recuerda la facultad de Jackson para organizar
complicadas coreografías. Compárese El Hobbit con la versión televisiva de Juego de tronos, por ejemplo y la
maestría de Jackson para la acción salta a la vista… aunque sin sangre, lo cual
es ridículo (pero comercial).
Estupenda también es la recreación del enfrentamiento por
el reino enano de Moria entre Thorin (Richard
Armitage) y el orco blanco Azog (Manu
Bennett), “el más vil de toda su raza”. Otra vez, como en aquella escena de
La Comunidad del anillo, la escena
del héroe que mutila la mano su enemigo (precedente de Star Wars).
Sin embargo, cosa curiosa, las mejores escenas de
acción son aquellas en las cuales los enanos huyen, como en la carrera hasta el
Camino Escondido, cuando los orcos y sus lobos wargos persiguen a Thorin y sus
hombres.
Otra muestra es la persecución en la cueva. Gandalf
(Ian McKellen) y los enanos se enfrentan con los trasgos del Gran Goblin en lo
profundo de las Montañas Nubladas, una secuencia que está entre lo mejor de la
película. Daniel Krauze, en su texto para el blog de Letras Libres, es de una opinión muy distinta, hay que decirlo (ver “The Hobbit”, En pantalla, 20 de
diciembre de 2012).
Es notable como Jackson se solaza en la fealdad de los
villanos (pura estética de lo grotesco), como el temible orco Azog y su brazo mutilado
pero, sobre todo, el Gran Goblin (Barry Humphries), con su papada enrojecida;
no hay que olvidar a los numerosos trasgos colmilludos y orejones que lo
acompañan.
Se ha criticado la tendencia de Jackson a resolver
escenas por medio de la intervención divina (deus ex machina), como si a los personajes los salvara la campana a
cada rato. Sin embargo, en la novela, las águilas gigantes tienen una
estructura jerárquica y militar, desde que son guiadas por el Señor de las
Águilas, custodiado por sus guardianes, cosa que Jackson no se molesta en
aclarar; de la misma forma, los lobos son reducidos a meras bestias para
transporte. En fin, mucho de qué hablar y apenas vamos por el sexto capítulo
del libro. Ya veremos.
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