Amor y letras (Liberal Arts, EUA, 2012, la segunda
película de Josh Radnor como
escritor y director, luego de su debut Happythankyoumoreplease
(2010), insiste en los temas que lo han hecho famoso como actor,
particularmente gracias a la desigual serie de televisión que protagoniza desde
hace años, How I Met Your Mother.
Sin embargo, lo que en este popular programa es mera
extravagancia alrededor de las relaciones amorosas, en su más reciente filme se
convierte en oportuna crítica de ciertas élites (literarias, en este caso), en
una tradición que lo conecta con el mejor Woody Allen; todo ello con el
agregado de que el cine de Radnor tiene la ventaja de no ser catalogado de
inmediato como de índole intelectual (léase pretenciosa).
Radnor deja de lado el humor delirante que lo ha hecho
famoso en favor de una comedia romántica entendida como crítica de lo
supuestamente intocable: el humanismo, la cultura, el arte y la literatura; palabras capaces de contagiar con su prestigio a quienes las usan y que la película se
atreve a poner en entredicho.
En Amor y letras,
Radnor interpreta a Jesse, un empleado que regresa hasta su idealizada
universidad de Ohio para homenajear a un ex profesor. Sumido en la nostalgia de
sus años como estudiante de letras, Jesse, de 35, conoce a Zibby (Elizabeth Olsen), una atractiva alumna
con la cual comparte el amor por la literatura pero que es 16 años menor que
él.
Además de seguir las desventuras amorosas de Jesse, la
película se centra en la posibilidad del cinismo como forma de afrontar las
carencias de los literatos, incapaces de combinar lo aprendido en las aulas con
su desempeño en el mundo, con frecuencia deficiente. En semejante escenario,
los personajes se debaten entre la ingenuidad y la amargura, cuando no en el
intento de suicidio, con todo y referencia a la obra de un escritor de muerte trágica como David Foster Wallace y su novela La broma
infinita.
Casi por nada Jesse es el encargado de las admisiones
en una universidad de Nueva York, por lo que está al tanto de los más variados
impulsos y malentendidos alrededor de la educación universitaria, como queda
claro desde la primera escena.
Sin embargo, Amor
y letras es una comedia que hacia el final ofrece una solución, pertinente
o no, ya se verá, a propósito de una de las grandes contradicciones de quienes
se dedican al estudio de las letras: el descubrimiento de que con frecuencia la
personalidad de los estudiosos de la más bella literatura está marcada por la
misantropía y la represión del sentimentalismo que cierta narrativa tanto
reivindica. Como lo dice uno de los personajes: “Pon una armadura alrededor de
ese empalagoso corazoncito tuyo”.
Un tono de comedia que no renuncia a la densidad de
las ideas, a veces con mayor tino que muchos críticos literarios. En un pasaje,
Jesse conversa con un joven acerca de la utilidad de la literatura: dicen que leemos
para combatir la soledad, explica, pero leer te puede dejar sin vida social,
agrega. Esa es una de las claves de la película, la principal preocupación de
Jesse: ¿con quién comparte su vida el literato? Con los libros, dirán algunos.
Eternamente comprometidos (The Five-Year Engagement), de Nicholas
Stoller, que ya comentamos en su momento en estas páginas, también abordaba los
problemas internos de la academia norteamericana. La cinta de Stoller se
ocupaba del gremio de los psicólogos, que en los literatos de Amor y letras encontraría sin duda un
filón inagotable. Otro de los juegos de la cinta: el guía de Jesse en los
misterios del campus es un joven con gorro peruano interpretado por un galán de
adolescentes, Zac Efron.
El filme se burla de los tópicos y asume la consabida
dificultad de los literatos para encontrar un trabajo, aunque como decíamos no
se queda en ello y aporta una solución al vértigo del protagonista durante su
viaje al pasado: el amor a la literatura encuentra su culmen cuando es una
forma más de la pasión amorosa, como queda claro en la decisión final de Jesse.
Habrá quien critique el afán “conservador” de la
película, al mostrar las tribulaciones de un personaje que se niega el placer
de estar con quien más lo tienta. Es lo que implica hacer una película con
rasgos de romanticismo aterrizado y no autodestructivo.
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