La
semana pasada hablábamos de la forma en la cual una película, Terapia de riesgo (Side Effects,
EUA, 2013), de Steven Soderbergh, jugaba con las expectativas del espectador,
lo cual para algunos constituía un defecto en toda regla.
El hombre de las sombras (The Tall Man, EUA| Canadá| Francia,
2012), de Pascal Laugier, es un caso
semejante, porque a través de los recursos del cine de terror al final se ocupa
de otros asuntos que en ciertos contextos resultan mucho más trascendentes.
En
ese sentido, El hombre de las sombras
es el caso inverso de Terapia de riesgo.
Esta comienza como una crítica de la sociedad norteamericana y su gusto generalizado
por las drogas legales como una forma de encausar la neurosis (así como un
estilo de vida cada vez más individualista), para luego terminar como un thriller paranoico mucho más
convencional; aquella comienza como una cinta de terror al uso, para finalmente llevar a cabo una vigorosa (y controvertida) crítica de ciertos tipos de familia,
la libertad y la educación.
La
acción de El hombre de las sombras se
desarrolla en un pueblo minero de Washington, Cold Rock, donde los niños
desaparecen inexplicablemente, mientras el clamor popular adjudica los
secuestros a una leyenda local, el Hombre Alto del título en inglés. El viejo
del costal, se diría en México.
Julia
(Jessica Biel) es la enfermera del
sitio, quien además tiene que encargarse de ser la “psicóloga” de una familia
disfuncional, donde la madre descuida a su hija, todo para conservar la
compañía de un novio maltratador y patán. Casos semejantes al parecer abundan
en el lugar.
La
hija, Jenny (Jodelle Ferland), es
una joven inteligente y talentosa aficionada al dibujo, detalle que se
aprovecha para mostrar sus bocetos del misterioso personaje que da nombre a la
película. Por lo tanto, la mesa está puesta para que la heroína, Julia, se
enfrente contra “El Hombre Alto” para evitar que los niños de Cold Rock se
conviertan ―una vez más― en sus víctimas.
En
Expediente 39 (Case 39, EUA| Canadá, 2009), de Christian Alvart, Renée Zellweger
interpretaba a una trabajadora social, testigo de numerosos casos de maltrato.
La dedicación del personaje es tanta que decide adoptar a una niña (también
encarnada por Jodelle Ferland), quien sobrevive a la furia de sus padres
adoptivos cuando estos tratan de asesinarla. Sin embargo, la película da un
giro y se descubre que hay una amenaza todavía más aterradora alrededor de la
niña, ahora legalmente la hija de la buena samaritana.
Pues
bien: El hombre de las sombras se
resiste a ser como Expediente 39,
para darle la espalda al cine de terror que esta abraza y en cambio atenerse a
otro tipo de cine, aquel que nos pone frente a las contradicciones de la lucha
entre el bien y el mal de otra manera.
Es
decir, ¿hasta dónde se puede llegar para proteger a un menor de quienes
supuestamente deberían velar por su
seguridad? ¿Qué hacer cuando los padres de un niño son brutales y pánfilos, por
lo tanto incapaces de educar a su descendencia? ¿Hasta dónde llegan los
derechos de los padres en cuanto a la educación de sus hijos? ¿Tienen voz y
voto los niños en su formación? ¿Hasta dónde? Y la mayor pregunta de todas: ¿se
puede hacer el bien con el mal como medio?
Como
puede verse, todas esas preguntas, se tenga o no respuesta para ellas, son
impropias de una película de terror. O, si se prefiere, poco comunes. Es
insólito que una película acerca de un terrorífico secuestrador de niños tenga
esas repercusiones y se tome esas molestias. Y sin embargo El
hombre de las sombras no solo las aborda, sino que hace de ellas su razón
de ser como película. Todo ello con el terror como gancho.
Si además, como afirma el crítico Jordi Costa (“El buen mal”, El País, edición del 04 de
enero de 2013), la película es el episodio más reciente de un proyecto
coherente de su director, Pascal Laugier, The
Tall Man hace del terror un camino que no necesariamente lleva al susto gratuito.
¿Qué más se puede pedir?[Originalmente publicado en el periódico mexicano Primera Plana, edición del 12 de julio de 2013]
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