Resultaría interesante contrastar Amour (Francia| Alemania| Austria, 2012), de Michael Haneke, con las más difundidas versiones de la comedia romántica norteamericana, con su afirmación del éxito romántico como “fin de la
historia”, cuando una pareja supera los obstáculos de siempre (problemas
económicos, triángulos amorosos, oposición paterna) para terminar en una
relación consolidada e inmune ante nuevas desavenencias.
Y decimos eso porque Amour es una suerte de recreación en las etapas más penosas de sus
personajes, aquellas que tienen que ver con el declive físico y la impotencia
para poner freno a una enfermedad degenerativa.
Solo que, a diferencia de lo que ocurre en otras
películas semejantes, como en Iris (2001), de Richard Eyre, acerca de la escritora irlandesa Iris Murdoch y su
experiencia con el mal de Alzheimer, en Amor
no conocemos al personaje durante su juventud, cuando era sano.
Anne (Emanuelle
Riva) es una anciana pianista retirada, quien sufre un ataque que la
paraliza casi totalmente, a la par que padece episodios en los cuales pierde la
razón; mientras tanto, su esposo George (Jean-Louis
Trintignant) trata de cuidarla.
Ante la devoción que adivinamos en la visita de uno de
sus alumnos, el espectador puede suponer que Anne era una profesora excelente,
con lo cual su inmovilidad ante el piano viene a ser más dolorosa.
Su caso es muy distinto de lo que ocurre en la citada Iris, en la cual Kate Winslet interpreta
a Murdoch en el culmen de su juventud y su rebeldía. Luego, es Judi Dench quien
encarna a la Iris anciana que poco a poco pierde sus facultades.
Algo parecido tiene lugar en Amar la vida (Wit, 2001),
de Mike Nichols, en la cual una arrogante doctora (interpretada por Emma
Thompson), tiene que lidiar con un cáncer cada vez más agresivo, todo ello
mientras se enfrenta con la revancha de un exalumno que en el pasado ella
despreció.
Haneke, en cambio, se dedica desde las primeras
escenas a mostrar el desmoronamiento de su personaje, así como lo difícil que
resulta para sus seres queridos ayudarlo. Sin embargo, tampoco se presenta la
juventud como alternativa, como queda claro con la intervención de la hija, Eva
(Isabelle Huppert), demandante de
tantos otros cuidados a pesar de estar sana.
En el pasado, Haneke ha ganado celebridad por su
afición al tremendismo, como en La pianista (2001), en la cual, con crueldad, mostraba las funestas
consecuencias de la pornografía y de una madre castrante en la educación
sentimental de una mujer madura y solitaria, curiosamente también profesora de
piano. Una película al parecer muy efectiva para el recurrente ejercicio de
espantar burgueses, como lo dijimos en su momento (ver nuestra crítica en Primera Plana, edición del 10 de julio
de 2009).
Con La cinta
blanca (2009), en cambio, Haneke exploró las posibilidades del surgimiento
del mal en un pueblo de la Alemania previa a la Primera guerra mundial, todo
ello ligado con la férrea educación protestante instaurada en ese sitio. Algo
que llevó a algunos de sus comentaristas a interpretar la película como
denuncia del germen del nazismo, como lo explicamos en otra ocasión (ver “El
pueblo de la crueldad”, edición del 5 de marzo de 2010).
Casi la totalidad de Amor tiene lugar en el departamento de la pareja, con una especial
atención por los pequeños detalles de la vida cotidiana, que se adivinan como
fundamentales ante la devastación de la enfermedad: tener el abrigo apropiado
para salir, atesorar viejas historias y el recuerdo de una película.
Ni atisbo de la dureza con la cual Haneke retrataba a
otros caracteres en el pasado (con la probable excepción de la molesta hija),
porque ahora la mirada es más compasiva. De hecho Iris aludía a otros detalles, como la incapacidad de los ancianos
de mantener una casa en condiciones, que Haneke se ahorra.
En El amor en
los tiempos del cólera (1985), García Márquez mostraba sin complejos
el sexo de los ancianos (algo luego
degradado por la adaptación cinematográfica de Mike Newell, de 2007). Algo
parecido ocurre en esta cinta de Haneke, por su empeño en mostrar lo
irrefutable de la caída definitiva.
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