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sábado, 22 de junio de 2013

Rosario de belleza y de estropicios

Un film que trata de ser hipnótico pero es tramposo. En trance (Trance, Reino Unido, 2013), la nueva película del inglés Danny Boyle, apela a la calidad de su fotografía y su edición, así como a la extraordinaria belleza de su protagonista, Rosario Dawson, para tratar de obnubilar al espectador, quien así tal vez ignore los profundos defectos en la construcción de su historia.
Simon (James McAvoy) es el empleado de una compañía de subastas, quien se ha puesto de acuerdo con un grupo de asaltantes para robar un cuadro de Goya. Sin embargo, Simon recibe un golpe durante el atraco, lo cual provoca que pierda la memoria y por lo tanto no recuerde dónde ha dejado escondida la obra. Por lo tanto, Franck (Vincent Cassel), el jefe de la banda, decide someter a Simon a la terapia de la guapa doctora Elizabeth (Dawson). La película cuenta la historia de la creciente tensión (cifrada por la violencia y el sexo) entre los distintos personajes.
No es extraño que una película de Danny Boyle tenga esos defectos (la vitalidad del espectáculo antes que la solidez de la trama) o bien esas cualidades: una vigorosa opción de entretenimiento y que acaso merece ser recordada como película erótica.
En ese último sentido, Dawson se confirma como una actriz cuya presencia no es desaprovechada, como no ocurría al menos desde su papel en Sin City. De hecho, en un detalle de sofisticada narrativa, hay partes de su cuerpo que se utilizan como claves para interpretar el arte del siglo XVIII y XIX.
Acaso el aspecto más logrado de la cinta sea el de la fallida historia de amor a la cual remite, un episodio de celos y maltrato cuya irrupción está entre lo mejor de este largometraje, ambicioso al mismo tiempo que sometido a las carencias de un guión que llega a insultar la inteligencia del espectador, sobre todo en su escena climática; nada menos.
Y, por si fuera poco, En trance nos quiere hacer suponer que la excitante posibilidad del amor prohibido puede exculpar a los personajes de su falta de ética (no por robar un cuadro, lo cual remitiría a la moral), al sacrificar a “la única víctima inocente de la intriga”, como ha dicho con fortuna el crítico Leonardo GarcíaTsao (“Qué transa”, La Jornada, edición del 11 de mayo de 2013).
Por lo anterior, En trance recuerda a Desconocido (Unknown, 2011), aquella película de Liam Neeson en la cual interpretaba a un implacable asesino, supuestamente exculpado por un episodio de amnesia, después del cual opta por no responder por sus crímenes; todo ello una vez que se ha pasado al lado del bien, gracias a lo cual, se supone, debemos admirarlo.
Los problemas de verosimilitud de la cinta se agravan si pensamos en que esta recurre a abundantes saltos espaciotemporales, que tratan de representar la memoria dislocada de Simon. También hay escenas oníricas, una de ellas ambientada en la capilla de Ronchamp. 
A pesar de tantos recursos, estamos ante un proyecto muy por debajo del debut de Boyle como director, Tumba al ras de la tierra (1994), escrita por el mismo guionista de En trance, John Hodge. Sin embargo, este nuevo intento es mucho mejor que Slumdog Millionaire, que es preciso olvidar cuanto antes.
A pesar de sus defectos, hay ocasiones en que En trance sugiere un mundo de ensueño (y pesadillesco) capaz de intrigar, como en esos planos del portero del Chelsea Peter Cech, quien se lanza una y otra vez a parar un gol. Estamos en Inglaterra, país futbolero, no se olvide. O bien, esas frases que coquetean con el secreto: “No seas un héroe”, “ninguna obra de arte vale una vida humana”. ¿De veras?


martes, 18 de junio de 2013

Hace bien sugerir el mal

A pesar de lo que pudiera pensarse en un primer momento, El último exorcismo 2 (The Last Exorcism Part II, EUA, 2013), de Ed Gass-Donnelly, no es una película por completo despreciable.
Digo eso por lo que pueda argumentar el público incapaz de tomar en serio la posibilidad de que cosas como las que se relatan en esta película (una posesión satánica, un poder sobrenatural…), efectivamente puedan ocurrir. Nada más hay que leer el título en voz alta: ¿cómo que es el último y a la vez el segundo?
O bien, ¿de dónde viene el temor que este tipo de películas infunde? Acaso buena parte del público, incluso quienes se definen pomposamente como “agnósticos”, guarda un poco (o un mucho) de miedo en su corazón.
Pues que la gente piense lo que quiera porque aquí no tenemos tiempo para la psicología. Nosotros, como es obvio, partimos del hecho de que el demonio que le hace la vida imposible a la joven Nell (Ashley Bell) no es otra cosa que una fantasía. Entonces, ¿por qué defendemos un trozo, aunque sea pequeño, de El último exorcismo 2? Por lo que sigue.
Esta secuela da inicio justo después de los eventos de la primera parte, donde, como se sabe, se relata el fallido intento de exorcismo que un ministro protestante intenta llevar a cabo para liberar a la poseída Nell. Vemos la cámara abandonada, con la cual se habría grabado el contenido de la primera parte, El último exorcismo (2010), de Daniel Stamm.
El atractivo comienza desde una de sus primeras escenas, cuando una pareja que vive sola descubre que hay un extraño en su cama. ¿De quién se trata? La escena resume la estrategia de la película: sugerir, ocultar el significado de las cosas hasta el último momento.
Luego de esa escena, vemos a la joven Nell, quien trata de reintegrarse en la sociedad, la Nueva Orleans actual. A instancias de alguna institución mental, ha decidido que el diablo no existe y que lo que ocurrió fue solo una figuración. Su caso no es teológico sino policiaco: ella es víctima de la crueldad de un culto. Es recibida en una casa para menores y consigue un trabajo como doncella en un hotel. La joven, antes aislada en una cabaña del interior de Luisiana, ahora descubre la civilización. Hasta existe la posibilidad de un romance. 
Sin embargo, así como en aquella escena de la pareja, que sabe que hay alguien extraño en su casa (o algo), la película también se distingue por su mesura, su delectación por ir mostrando poco a poco que hay una amenaza, que bien puede ser psicológica. Hay sombras, visiones, voces que se escuchan en la radio, llamadas telefónicas obscenas, una voz que habla en “nosotros” en un jardín. 
Es decir, lo mejor de la película es el escarceo con lo equívoco antes que con lo fantástico, con el mero delirio de una mujer maltratada antes que con el supuesto hecho de la posesión satánica, simple vulgaridad.
Y esa locura de la joven, ese entregarse a la anomalía de ser poseída, toma un cariz cada vez más erótico, como si la perdición tuviera que ser necesariamente sensual. Para perderse hay que entregarse, parece decir la película, al fin y al cabo propia de un país puritano.
A estas alturas, digamos la primera hora de la película, lo que más tememos no es que aparezca algún demonio, sino que el director eche a perder esa ambigüedad que describimos. ¿Está loca Nell? Más bien, ¿qué tan loca está? Parece que mucho, pero al final resulta que no, que es una víctima, ya sabemos de quién.
Y sí: los seguidores del cine satanista más vulgar (El exorcista, Insidious) estarán contentos: la muchacha no está enferma sino poseída, como dejaba más o menos claro el final de la primera parte de lo que parece, al menos, será una trilogía.
Así, a pesar de que todo se consume en un aquelarre rutinario a ritmo de una pieza de rock, El último exorcismo 2 cuenta con el trabajo de un elenco encabezado por la joven Bell y su variedad de expresiones, que van de la indiferencia al miedo y la complicidad con el mal. ¿O la otra actriz, Julia Garner, y su personaje cruel? También notable.
El peor de los ridículos hay que apuntárselo a los exorcistas, un grupo de incompetentes que, en la escena culmen (la que da título al filme), trata de arreglar el problema con una gallina.  
[Publicado originalmente en el periódico mexicano Primera Plana, el viernes 14 de junio de 2013]


viernes, 7 de junio de 2013

Víctimas de la comida rápida

La idea de Compliance (EUA, 2012), escrita y dirigida por Craig Zobel, es excelente, no así su desarrollo. Sandra (Ann Dowd), la gerente de un restaurante de comida rápida, ChickWich, recibe una llamada de un policía, el oficial Daniels (Pat Healy), quien le dice que una de sus empleadas, Becky (Dreama Walker), robó dinero de un cliente y este último ha presentado una denuncia. La película es la historia de cómo la joven es sometida a un trato cada vez más vejatorio por parte de sus empleadores para encontrar el botín del robo, todo ello por instrucciones del supuesto polizonte.
Es decir, un buen número de adultos obedece las cada vez más extrañas instrucciones de un desconocido… No, todavía peor: las órdenes dictadas por la voz de un desconocido, simplemente porque este dice ser un policía. Así que hay que obedecerlo, aunque ello implique desvestir a la joven, inspeccionarla hasta el último rincón y, el colmo, abusar sexualmente de ella.
Semejante historia precisa una verosimilitud a prueba de balas y ese es precisamente el problema: no hay tal, a pesar de que Zobel se apoya en oportunos letreros que nos aclaran que lo que vemos está basado en una historia real. Y no solo eso, sino que en Estados Unidos se han registrado setenta casos semejantes, agregan.
Aunque pase todos los días: Zobel puede mandar poner todos los letreros aclaratorios que quiera, lo cierto es que exige demasiado de los espectadores. Es lo mismo si la increíble historia que tiene lugar en la pantalla está inspirada en sucesos reales (igual se puede tratar de un tic borgiano de Zobel, a la manera de Fargo, de los hermanos Coen, aunque finalmente no es el caso). Lo importante es la ilusión de verdad, que lo que ocurre parezca real aunque en realidad no lo sea. Y no lo parece.
Sin embargo, desde el primer momento, Zobel intenta sentar los precedentes que habrían permitido que una persona inocente sea sometida a semejante humillación. Cuando la película empieza nos enteramos de que Sandra, la gerente, está preocupada porque uno de sus empleados (no sabemos quién) dejó la puerta de un congelador abierta. ¿El resultado? Pérdidas por 1,500 dólares.
Además, se avecina una tragedia en el imperio de la comida rápida, porque por otro error del personal el restaurante no tiene suficientes pepinillos ni tocino. Por si fuera poco, se dice que el inspector de la zona se dispone a hacerles una visita.
Es decir, la obediencia de Sandra se explicaría, al menos en parte, por su nerviosismo a propósito de las explicaciones que tendría qué dar a la cadena por sus errores al frente del negocio.
En otro diálogo nos enteramos de que Becky tiene problemas económicos y no puede permitirse perder el empleo. Por eso, se supone, habría aceptado de forma tan sumisa que la interrogaran.
Los defensores de la cinta, como el crítico norteamericano Roger Ebert (quien le dio tres estrellas de cuatro como calificación), esgrimen argumentos de orden psicológico relacionados con nuestra sumisión como especie ante la autoridad (o la aparente autoridad). Ebert de hecho cita los estudios de un científico, Stanley Milgram.
La pregunta de Ebert tal vez no sea del todo inoportuna: ¿qué habríamos hecho nosotros en semejante contexto? Sin duda Compliance es susceptible de convertirse en el centro de un debate interesante, siempre y cuando los espectadores resistan la falta de carácter de sus personajes. Una vez escuché de un director de cine lo siguiente: no me gusta cuando una historia depende demasiado de la falta de inteligencia de sus personajes. Compliance se viene abajo como ficción de no ser por la mansedumbre de quienes en ella intervienen. Compliance, al fin y al cabo, se traduce como “conformidad”.  
Sin embargo, el desempeño del elenco es notable, igual que el riesgo que ha corrido su director al llevar a la pantalla una historia sensacionalista que puede vender periódicos pero que como ficción poco tiene que aportarnos. Tal vez el error está en el formato y un documental habría sido un medio mucho más idóneo para contar una historia acerca de la facilidad con que determinados personajes asumen, según su carácter, el rol de víctimas o el de victimarios.
Acaso lo mejor de la película sea su lectura como síntoma: una sociedad marcada por la apremiante necesidad de comida rápida, pero que se toma su tiempo cuando se trata de abusar de un inocente.
Una nota curiosa: en España, Compliance se estrenó en el Festival de Sitges, dedicado al terror, como bien lo saben los lectores de este semanario. Tiene sentido.