El primer gran acierto de Blackthorn. Sin destino (España| EUA| Bolivia| Francia, 2011), de Mateo Gil, es retomar a un personaje
emblemático de la mitología del cine de vaqueros norteamericano, nada menos que
Butch Cassidy, el conocido asaltabancos, interpretado por Paul Newman en Butch Cassidy
and The Sundance Kid (1969), de George Roy Hill, una película conocida en
España como Dos hombres y un destino.
Como se recordará, Butch y su compañero, Sundance (Robert Redford), huyen de Norteamérica,
donde son perseguidos por la ley, para tratar de seguir con su pillaje en
Bolivia, donde finalmente el ejército los ultima en 1908.
La cinta de Mateo Gil, conocido por su labor como
guionista para el también español Alejandro Amenábar, recupera a Butch Cassidy;
como se nos explica, en realidad este no murió en aquella escaramuza y ahora,
veinte años más tarde, es un hombre viejo que se hace llamar John
Blackthorn.
El otrora bandido vive tranquilamente retirado, con
una amante aborigen, Yana (Magaly Solier)
y con planes de volver hasta su país. Todo eso hasta que se ve envuelto en una
nueva y violenta aventura.
El segundo acierto de la película es elegir a Sam Shepard para interpretar a Blackthorn/Cassidy. Pocos personajes son tan
interesantes como el antihéroe crepuscular, enfrentado en su vejez con una
violencia que ya no tiene nada qué ver con los códigos de sus mocedades; en el
ocaso de su vida, se enfrenta con un desafío más brutal, criminales que ya no
discriminan a sus víctimas, como lo dice Mackinley (Stephen Rea), el policía que ha perseguido al bandido durante años.
Una queja parecida a la del agente Ed Tom Bell (Tommy Lee Jones) en Sin lugar para los débiles (No Country for Old Men).
En los años veintes, Mackinley se refiere a la
desaparición del bandido como suerte de Robin Hood benefactor; décadas más tarde,
en los ochentas, el viejo Ed Tom Bell presencia lo que será el nacimiento de un
nuevo criminal, más sanguinario, antecedente del mismo que ahora aterra México
y que no respeta a nadie. Hasta el crimen es susceptible de degenerarse, como
en Blackthorn se apunta sin ironía y
más bien con amargura. Una perversión que a Shepard le toca enfrentar con su
habitual temple y estoicismo.
A favor de Blackthorn
también puede apuntarse la forma en la cual aprovecha un paisaje, el boliviano,
con las panorámicas típicas del western, sobre todo en la escena del Salar de
Uyuni. Como en Dos hombres y un destino,
la cercanía del adversario se anuncia por una nube de polvo, formada por los
jinetes que persiguen a los bandidos.
Para España el cine de vaqueros no es para nada
extraño, desde que en Almería se filmaron aquellas películas del llamado spaghetti western. Sin embargo, estamos
ante un tipo de cine que, a pesar de su popularidad en España, es atípico en la
producción local y para nada una garantía de taquilla, como lo prueba el
desempeño de Blackthorn.
El escritor español Javier Marías, un apologista del
género, ha escrito que vivimos en una época particularmente intolerante ante la violencia propia del cine de vaqueros, que se quiere ver como la crónica de una
época salvaje que hace tiempo se habría superado. Sin embargo, no es su violencia (sin la cual el western simplemente no existiría) lo que tenemos que reprocharle a la cinta.
Si analizamos con más detenimiento
Blackthorn, vemos que su historia en parte se sostiene por un conjunto de
prejuicios. El argumento no deja de apelar a mitos oscurantistas que han
probado su vigencia en asuntos de tanta actualidad como las recientes disputas por el petróleo argentino. Esa es una de las cuestiones de fondo en Blackthorn, producción española que ha
elegido a sus villanos de una forma que, para infortunio de los españoles, no
nos extraña.
Película nominada al Goya (el premio principal de la
cinematografía española), protagonizada por un actor español, Eduardo Noriega, el europeo Mateo Gil y
su guionista, Miguel Barros, recurren a la leyenda negra al mejor estilo de Evo
Morales, tal vez porque quisieron integrarse mejor bajo su reputación de
colonialistas.
La cuestión no es para nada baladí. Durante años, el apache
fue el villano central del western, en paralelo con la Guerra Fría y su
demonización del soviético. La película de vaqueros participa de las ideas de la sociedad norteamericana, de la misma manera que esta película española en
particular no es para nada inocente. ¿Para cuándo una película de vaqueros
española en la cual los villanos sean alemanes o franceses? El Fuerte España
asolado por una tribu europeísta. Se podrá argumentar que Mateo Gil no está obligado a poner su cine a las órdenes de ninguna causa, por más buena que sea. Pero eso es precisamente lo que ha hecho con su apelación a viejos sentimientos de culpa. Excelente en el plano técnico, cuando se
trata de ideología Blackthorn es la
caricatura de un Pizarro en plan vaquero.
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