Los personajes de historieta se mantienen como una de
las apuestas de la industria cinematográfica para obtener grandes beneficios en
una taquilla que otras opciones de entretenimiento ponen cada vez más en
entredicho. De ahí que lo primordial sea el espectáculo, construido
especialmente para ser apreciado en la pantalla grande. Muestra de ello es el
estreno de X-Men: Primera generación
(X-Men: First Class, EUA, 2011), del
director inglés Matthew Vaughn, el mismo de Kick-Ass:
Un superhéroe sin súper poderes.
Como se sabe, Los Hombres X fueron construidos por el
ubicuo Stan Lee y el dibujante Jack Kirby en los años sesentas. El cómic cuenta
lo que ocurre cuando comienzan a aparecer mutantes, seres humanos que han
desarrollado súper poderes como la telepatía, y la telequinesis, o bien otros
como la fuerza sobrehumana, la invisibilidad o la capacidad para volar. Como
era de esperarse, la irrupción de estas personas con “capacidades especiales”,
digamos, provoca tanto fascinación como horror, esto último a veces por meros
prejuicios, otras veces por razones más justificadas: porque si bien hay
mutantes inofensivos y nobles otros son muy agresivos, cuando no peligrosos
psicópatas.
En ese contexto surge un líder armonista, el Profesor
X, Charles Xavier, quien comienza a reclutar mutantes para educarlos en una
escuela especial de la cual es fundador: su objetivo es integrarlos a la
sociedad. Al mismo tiempo un viejo amigo del anterior, Magneto, ahora
convertido en su enemigo, piensa de una forma harto distinta: los mutantes son
superiores a los humanos comunes, así que con ellos no cabe la convivencia sino
sólo someterlos.
En base a lo anterior han aparecido toneladas de
comics, videojuegos, series de animación para la TV y varias películas, que
cuentan el enfrentamiento entre ambos bandos: Bryan Singer se encargó, con
tino, de dirigir las dos primeras partes, en 2000 y 2003; en 2006 se estrenó X-Men: La Batalla Final. También hay dos
películas complementarias: una de ellas es X-Men
Orígenes: Wolverine, dedicada al famoso personaje del título, Logan, alias
Wolverine, en la cual se nos cuenta su origen. La otra película es esta que
ahora comentamos, X-Men: Primera
generación, que viene a ser una precuela,
es decir, nos cuenta el origen de la amistad y posterior rompimiento entre
Xavier y Magneto.
Así, el espectador que no sea un iniciado en las
historietas o en las películas que han inspirado está ante una disyuntiva:
puede invertir su valioso tiempo en ver las películas que se han mencionado que
preceden a X-Men: Primera generación.
Si hace eso le aseguramos que podrá disfrutar de varios chistes o guiños que se
hacen exclusivamente para quienes conocen el material. O bien, puede aprovechar
y empezar la historia por el principio y, si le parece interesante, continuar.
X-Men: Primera generación está
ambientada en los años sesentas, en 1962 para ser exactos. Un super villano,
Bernard Shaw (Kevin Bacon), intenta provocar una hecatombe nuclear, mientras
Xavier (James McAvoy) y Magneto (Michael Fassbender), que en aquel entonces
eran amigos, no se olvide), intentan detenerlo. El primero por las buenas,
porque es pacifista, como hemos dicho; el segundo porque quiere vengarse por
una vieja afrenta.
La película es poseedora de todas las virtudes que
busca el aficionado de las películas de superhéroes: tiene escenas de acción,
así como la consabida mezcla de ciencia ficción y fantasía, solventada por
cuidados efectos especiales. O bien, la presencia de mujeres de belleza
espectacular en el papel de heroínas (o villanas). Y conste que decimos “el
aficionado” y no “el fanático”, porque este último por lo general es un purista
como los personajes de La teoría del Big
Bang, quien erróneamente cree que el cine está sólo para concretar sus
obsesiones. Así que, decíamos, quien guste de este tipo de cine no se sentirá
defraudado.
Ahora, el problema, nos parece, es la candidez con la
cual está filmada esta película. No sólo está ambientada en plena Guerra fría,
sino que además se sitúa desde esa perspectiva. Así, el espectador tiene que
soportar que se señale a los soviéticos como aliados de los villanos, mientras
que los héroes son aliados de la CIA. Un maniqueísmo de historieta, dirán
algunos. No necesariamente, porque otros personajes, como Batman, por ejemplo,con frecuencia muestran las contradicciones de la política.
Alguien podrá decir que el cine no tiene por qué
reflejar la realidad y sólo contar una historia con verosimilitud. Pues esta es
precisamente la que queda comprometida cuando se adopta la visión
propagandística de los EUA. No se puede hacer una película sobre la Guerra fría
como si todo lo que ha pasado desde entonces simplemente no hubiera tenido
lugar. Lo mejor: las actuaciones de Fassbender y McAvoy.
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