Qué pena tu vida cuenta la
historia de las aventuras de Javier, quien está de regreso entre los solteros
para confirmar una vez más que en las películas de este tipo el ligue nocturno
es el camino más corto hacia el delirio.
De esa forma, la película recorre un camino que ya ha
sido surcado hasta el hartazgo por el cine norteamericano, como puede verse en
películas como Cuando Harry encontró a
Sally (1989) y tantas otras, acerca de los desencuentros entre una pareja que
finalmente descubre que el amor está al alcance de la mano y cuando se sufre es
solo por necedad. Lo mismo puede decirse de películas más recientes, como Amigos con derechos (2011), con Natalie Portman y Ashton Kutcher.
Acaso sea Nora
Ephron, guionista de Cuando Harry
encontró a Sally, directora de Algo
para recordar (Sleepless in Seattle,
1993), una de las principales artífices de este tipo de películas, en un cine
como el norteamericano, con una nómina de actores como Gary Grant, Audrey Hepburn,
Katharine Hepburn e incluso Marilyn Monroe, quienes en algún momento de sus carreras
probaron fortuna (y ganaron celebridad) con la comedia romántica.
Una cinematografía, la norteamericana, que además
tiene en su haber algunas de las mejores películas de Woody Allen, que fácilmente podrían inscribirse en este subgénero,
ya sea para criticarlo o llevarlo hasta el límite, como ocurre en Annie Hall, Manhattan o Hannah y sus hermanas.
Así, la cinta de López recurre a una tradición
trasmutada en fórmula ya muy conocida pero que no parece dar señales de
cansancio, toda vez que su trabajo ha sido un éxito de taquilla en su país y ya
cuenta con una secuela, Qué pena tu boda,
del mismo director. Qué pena tu vida
no tiene mayor misterio en tanto que recurre a un homenaje (al plagio, dirán
otros) como estrategia tanto narrativa como de mercadotecnia.
Sin embargo, una de las aportaciones de la película,
digamos, está en el acento que pone a propósito de la influencia de las redes
sociales en el romance del siglo XXI: “¿Cómo te desconectas de alguien si siempre estás
conectado?”, dice su eslogan. Las nuevas tecnologías y la forma en la cual
condicionan la forma en que las parejas se conocen e interactúan, como en su
momento ocurrió con Tienes un e-m@il
(1998), con Meg Ryan y Tom Hanks. O bien, 40 días y 40 noches, con Josh
Hartnett.
El otro logro de la cinta es la elección de un elenco
que viene a pedir de boca para la puesta en escena de los ciberdramas
posteriores al facebook y al Twitter, en una sociedad donde Steve Jobs tiene más poder de convocatoria
entre la gente que cualquiera de los recientes premios Nobel de medicina.
Levy logra encarnar muy bien al perdedor computarizado
y, para mayor ironía, solitario. Y a veces, cuando tiene compañía, más le
valdría estar solo, como lo prueba una de las mejores escenas de la cinta, con Úrsula
(Ignacia Allamand), la rubia “nazi”
que no soporta a los “down”.
La película podrá parecer frívola para el criterio de
algunos, en una América hispana donde el mayor elogio para una película de este
tipo es decir “no parece mexicana”, o chilena, acostumbrados como estamos a la
telenovela más vulgar como nuestro principal producto de exportación.
No obstante, hay que reconocer la habilidad de López
para proponer una ciudad, Santiago, como escenario para el romance de cine, con
esas escenas que resaltan su arquitectura, sus parques, su belleza nocturna y
su gente.
Su gente, sobre todo: la madre, por ejemplo (excelente
Claudia Celedón), o el barman (Nicolás Martínez) que le propone a su amigo
un juego carcelario que no es de homosexuales, aunque lo parezca.
Qué pena tu vida tal vez no
tenga el prestigio del drama y otros géneros más respetados entre nosotros,
pero eso no implica que tenga que pedir disculpas por su ligereza.
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