Los agentes del destino (The Adjustment Bureau, EUA, 2011) cuenta
la historia de David Norris (Matt Damon),
un joven congresista de origen humilde que ha tenido un ascenso notable en la
política norteamericana. Cuando su candidatura para el Senado es frustrada por
un escándalo, una bella bailarina, Elise (Emily
Blunt), aparece en su vida, lo inspira para seguir adelante y presentarse a
las siguientes elecciones. Norris queda prendado de la chica y hace todo para estar
con ella.
Sin embargo, la película da un vuelco hacia lo
sobrenatural: hay un grupo de hombres, un equipo bajo las órdenes de una
divinidad, que hará todo para impedir el romance. Existe un designio, un
destino y el amor entre Elise y David haría que el futuro de éste quedara
comprometido, lo cual no puede ser porque dios tiene otros planes.
Los agentes del destino es el debut
como director del guionista de El
ultimátum de Bourne, George Nolfi,
quien ha adaptado el cuento “Equipo de ajuste”, publicado en 1954 por el
escritor norteamericano Philip K. Dick
(1928-1982), el mismo cuya obra ha inspirado un clásico del cine de ciencia
ficción como Blade Runner. Dick es
uno de los escritores de ciencia ficción de más impacto en la llamada cultura
popular, como puede verse en la influencia que ha tenido en fenómenos como la
saga Matrix y otras cintas a propósito
de la realidad virtual.
Los espectadores de la versión ochentera de Dimensión desconocida, la famosa serie
de televisión, seguramente recordarán otra referencia de Los agentes del destino, el episodio “A Matter of Minutes” (1986),
inspirado a su vez en un cuento de Theodore
Sturgeon, “Yesterday Was Monday”, de 1941.
Nolfi ha convertido al hombre común del cuento de 1954,
acobardado por el poder de un equipo capaz de alterar la realidad, en un astuto
político que no es otra cosa que una variante de Jason Bourne, otro personaje
interpretado por Damon que en su momento también tiene que enfrentarse contra
un poder “globalizado” y de enormes recursos. El personaje de Dick es un
sumiso; el de Nolfi, un héroe de acción, un títere que se rebela.
En el relato original hay vigilantes, funcionarios y
convocadores. Estos últimos son una invención muy osada: seres que toman la
forma de un animal, un vendedor de aspiradoras, es igual, según convenga. Los
hombres trajeados de Nolfi, en cambio, están más cerca de la representación de
los ángeles que vimos en El cielo sobre
Berlín, película alemana con la cual Los
agentes del destino tiene más de una deuda.
Y si bien el cuento de Dick es otro ejemplo de sus
historias acerca de la fragilidad del mundo real, con un protagonista al que se
toma por loco cuando en realidad es un visionario (lo cual en “Equipo de
ajuste” deriva en una comedia de errores que no tiene ninguna gracia para el
protagonista), Nolfi se inclina por el más puro romanticismo entre la pareja
protagónica, capaz de desafiar el plan divino para estar juntos. Así lo ha
visto buena parte de la crítica.
No obstante, sin perjuicio de la importancia que la
relación amorosa tiene dentro de la historia, nos parece que son precisamente
sus elementos religiosos los que condicionan su éxito. La interpretación de la
cinta como una simple exaltación del amor romántico no puede llevarse a cabo
sin anular las referencias “sobrenaturales”, que no son meramente gratuitas
sino de gran importancia para la película.
Damon adivina la presencia de dios detrás de su
extraña historia pero el “empleado” le llama “Presidente”; ustedes nos han dado
otros nombres, dice. No sabemos con seguridad a qué dios se refiere la
película. En el cuento de Dick, un anciano bondadoso y estricto habla con el
protagonista en un “enorme aposento”. Al final todo mundo comparecerá ante mí,
dice. La película nos muestra a un dios no del todo identificable, que sirva
acaso para varias confesiones. Pero eso sería absurdo para un musulmán, por
ejemplo, devoto de un dios incapaz de encarnarse y que nunca interactúa con sus
criaturas por la sencilla razón de que ni siquiera conoce su existencia.
Los agentes del destino apuesta
por la historia de amor aunque en un contexto divino que hace las veces de una fría
maquinaria de intriga política y “sueño americano”.
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