En sus primeras películas Smith ganó celebridad por
sus personajes juveniles, como los interpretados por Jason Lee y Ben Affleck,
quienes intervenían en argumentos a medio camino entre el homenaje y la parodia
de la comedia romántica norteamericana.
Para contrarrestar los excesos sentimentales de este
subgénero, del cual hablamos ampliamente la semana pasada (ver edición del
14/octubre/2011), Smith echó mano de las historietas, la moda desaliñada de
aquellos años y la música rock, aficiones de sus antihéroes, capaces de la
actitud más cool aunque también de lo
cursi. A fin de cuentas estos tenían más cosas en común con los galanes
tradicionales de lo que estaban dispuestos a admitir. El paladín del postgrunge a fin de cuentas también
tenía que seguir a su corazón.
El problema fue cuando Smith asumió lo anterior sin la
más mínima distancia, en comedias románticas desprovistas de ironía como Una chica de Jersey, evidente síntoma de
que el director, otrora capaz del sarcasmo, tenía un problema. Se había
vendido, pues.
Ahora, en España, RedState acaba de alzarse como la ganadora del premio a mejor película en Sitges,
uno de los festivales de cine fantástico y de terror más importantes del mundo.
Pero, a juzgar por los comentarios de las redes sociales (la página de facebookdel festival, por ejemplo) abundan las decepciones ante una película que ni es
de terror y que es puro tiroteo, nos cuentan.
Red State da inicio como la típica
película de Smith: un grupo de jóvenes preparatorianos que pacta una cita
erótica por internet con una mujer madura, pero la historia da un giro y todo
resulta ser la trampa de una peligrosa secta que se dedica a asesinar homosexuales
(“o algo peor”, como dice uno de los feligreses).
Como la secta ya tiene sus antecedentes (ni los grupos
neonazis quieren estar relacionados con ellos), la policía federal interviene
para enfrentarla, con fatales consecuencias.
La película se ciñe a contenidos exclusivamente
“realistas”, desde el momento en que en los Estados Unidos la animosidad de esa
clase de grupos está más que comprobada (como en el caso del asedio de Waco,
Texas). La puesta en escena apocalíptica de Smith en ningún momento toma la
deriva fantástica, de la misma forma que el director Steven Soderbergh se niega a convertir Contagio en historia de zombis, hoy tan en boga.
Smith se toma su tiempo para que Abin Cooper (Michael Parks) exponga sus particulares
ideas “teológicas” ante sus feligreses. Para ello se apoya en la interpretación
de Parks (premiado como mejor actor en Sitges), quien encarna a uno de los
villanos más destacados del año. Solo hay que reparar en su sermón o escuchar esos
himnos, para entender que los jóvenes aventureros se han metido en un problema
terrible. O esa conversación entre Abin Cooper y el comisario Wynan (Stephen Root), con los convincentes
argumentos del primero.
El estupendo desempeño del elenco se completa con la
ganadora del Oscar Melissa Leo y John Goodman: este último es quien sostiene
el polémico desenlace de la película. Es poco lo que podemos decir de este,
como es obvio. Solo agregaremos que los tiroteos ceden el paso a una escena muy
teatral en la cual el personaje de Goodman, Keenan, tiene que rendir cuentas a
sus superiores por los resultados de la operación.
Ahí, en ese vilipendiado final, radica el principal
mérito de la película, porque nos muestra lo que ocurre en las más altas
cúpulas del poder. El Estado es un poder capaz de ejercer la violencia más
brutal para imponer su orden, mientras Smith desvela ese secreto por medio de
diálogos cínicos y humor negro.
Es decir, la película propone un cónclave
estatal contra los ciudadanos como apoteosis del horror, mientras que la coherencia
con el proyecto personal, por más delirante que sea, está personificada por un
psicópata. La política aterra.
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